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A GUSTO
Columna
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El comedor escolar: de Vietnam a gratuito y universal

No es descabellado: en Londres, los niños de primaria reciben un menú escolar gratuito diario, Estados Unidos lo implantó durante la pandemia, y Finlandia y Suecia llevan más de 75 años aplicando programas universales de comidas gratuitas en las escuelas

Comedor escolar
FERNANDO HERNÁNDEZ / Getty
Maria Nicolau

Mi yaya Juanita hará unos diez años que murió, pero la puedo oír claramente, justo ahora, espetar “¡una guerra, tendríais que pasar!”, mientras hago el gesto de apartar y arrinconar a un lado del plato los tronchos de las acelgas hervidas que he preparado para cenar. Tengo un pacto con mi hija: ella se come los tallos —los adora—, yo, las hojas. Mi problema con los tallos de las acelgas no viene de ellos en sí, sino de sus hebras. Es en la guerra, cuando les cogí asco, abuela: ¡en la guerra!

Soy plenamente consciente de que la casuística es diversa y de que ahí fuera habrá experiencias personales de todo tipo, pero para un buen puñado de los nacidos en los ochenta el comedor escolar fue Vietnam.

Mientras unos veían Los Simpson o El coche fantástico, lo que daban en la tele al mediodía, otros entrenábamos duramente en el arte del lanzamiento de albóndiga a jarra de agua, experimentábamos con la fabricación de emplastes pegajosos a base de purés llenos de colgajos, destinados a aguantar enganchados debajo de la mesa; o practicábamos la infiltración de carnes empanadas y rodajas de verdura en rendijas de radiador —lo que habrán visto los técnicos de mantenimiento de los colegios de esa época tiene que valer para un buen libro—. Bajo la estricta vigilancia del sargento de hierro de turno, nos hicimos maestros del contrabando de croquetas y salchichas, y artistas del subterfugio capaces de transportar cucharadas de yogur en bolsillos de bata. Vimos arroces de vanguardia con la milagrosa capacidad de estar pasados y crudos al mismo tiempo. Nuestro pescado se parecía más a los blísteres de raciones militares que a la merluza: ¡era rectangular! Hubo un tiempo en el que “tener comedor” era sinónimo de “tener calle”, y uno podía salir al patio a tiempo de jugar un par de horas al fútbol si estaba a buenas con la mesa de los mayores y tenía un poco de maña negociando.

Hoy los padres respiramos un poco más tranquilos. Afortunadamente, parece que la naturaleza de los comedores escolares ha ido a mejor. Pero si echamos la vista atrás y cogemos un poco más de perspectiva, nos daremos cuenta de que nosotros también fuimos afortunados. Nuestros ranchos de infancia ya fueron mucho mejores que los de las generaciones anteriores.

Ana Vega, Premio Nacional de Gastronomía, nos cuenta que según la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional, el primer comedor escolar de España se abrió el 1 de mayo de 1902, patrocinado por benefactores privados, en una escuela de párvulos llamada Cuatro Caminos, en Madrid. Se fundó a modo de experiencia sociológica, siguiendo la filosofía de los higienistas, para cubrir las necesidades alimenticias de los niños de clase trabajadora, que por aquel entonces no comían ni bien ni todos los días, y sufrían de desnutrición y malnutrición. El menú de ese comedor escolar consistía en garbanzos con patatas, lentejas con patatas, arroz con patatas, judías con patatas, patatas guisadas y garbanzos con arroz —de repente ese pescado rectangular no se me antoja tan terrible. Por lo menos era pescado (en parte)—.

A partir de 1905 empezaron a abrirse cantinas de este tipo en otras escuelas, y en la Segunda República, fue el mismo gobierno quien abordó la desnutrición infantil como un asunto de salud pública y lo incluyó en las políticas de educación. La Guerra Civil puso en pausa la idea del comedor escolar hasta que renació con fuerza en los años cincuenta, y explotó, convirtiéndose en algo habitual en todos los colegios, en los años setenta, con la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral.

A finales del pasado mes de noviembre, se celebró en Donosti un encuentro internacional sobre comedores escolares organizado por el Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil, un foro en el que representantes de Estados miembro, ministros, congresistas estadounidenses, representantes de instituciones europeas y expertos trataron las medidas sobre alimentación en la escuela como una política central para atender a la infancia.

Una de las intervenciones más interesantes fue la de Donald Bundy, catedrático de Epidemiología en The London School of Hygiene & Tropical Medicine, asesor del Programa Mundial de Alimentos de la FAO en Roma, director del Consorcio Mundial de Investigación sobre Salud Escolar y Nutrición, y uno de los más grandes expertos en nutrición escolar del mundo. Su postura fue clara, contundente, y fruto de más de 30 años de investigación sobre el tema: “El comedor escolar gratuito universal no es una idea ni tan loca ni tan ambiciosa”.

Los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística indican que un total de 475.159 menores en España no puede permitirse comer un plato de carne o pescado cada dos días, y que el 31% de los niños y niñas menores de 16 años en España están en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Sólo un 11% de los niños recibe beca de comedor. Hay una brecha ahí del 20%.

Desde el pasado uno de enero, todos los niños de primaria de la ciudad de Londres reciben un menú escolar gratuito diario. Estados Unidos lo implantó durante la pandemia. Finlandia y Suecia llevan más de 75 años aplicando programas universales de comidas gratuitas en las escuelas. Varias organizaciones llevan tiempo elaborando informes y diseñando propuestas para hacer que el comedor universal gratuito pueda ser una realidad en España.

Llevo desde la ponencia de Bundy dándole vueltas. ¿Cómo repercutiría en el gasto público en sanidad mejorar la salud de la infancia?, ¿y si el presupuesto destinado a financiar ese derecho a un menú diario digno para niños y niñas del país tuviera en cuenta toda la cadena de abastecimiento?, ¿y si cada euro invertido repercutiese también en crear puestos de trabajo decentes para gente en situación de vulnerabilidad?, ¿y si los ingredientes de los menús fueran alimentos que beneficiaran directamente a agricultores cercanos y a empresas innovadoras con conciencia climática?

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Sobre la firma

Maria Nicolau
Es cocinera de oficio y por vocación. Durante más de veinticinco años ha trabajado en restaurantes de España y Francia. Autora del libro ‘Cocina o Barbarie’, prologado por Joan Roca en catalán y Dabiz Muñoz en castellano. Actualmente vive en Vilanova de Sau, Osona, donde ha conducido el restaurante de cocina catalana El Ferrer de Tall.
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