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Jardinería emocional: cuando las flores y plantas hacen brotar recuerdos

Quienes cuidaban de sus plantas a veces se marchan dejando su legado botánico. Desde ese momento algunas especies, aunque no las podamos oler, con su simple presencia hacen que el corazón se acelere

Jardineria
El cóleo es una planta muy frondosa y llena de vigor.Nora Carol Photography (Getty Images)
Eduardo Barba

Las plantas tienen memoria, y sus hojas y flores evocan a quienes las cuidan en sus recuerdos. Por el aire, entre las ramas de un limonero, flota el nombre de quien lo plantó. Por allá, alrededor de una flor de una cala, se enreda la voz de la mujer que la regaba cada mañana, a pesar de que hace ya años que no ha vuelto a verla. Ese ciruelo no es solo otro más de los que están cubiertos de sus mejores y coloridas galas estos días. Es el ciruelo de Antonio, que lo sembró hace al menos 14 años y crece feliz en una maceta de terracota en una terraza madrileña. Es la primera vez que ha florecido, porque a veces los frutales son así cuando se siembran: se lo piensan un buen rato, incluso años, antes de florecer. Puede que Antonio pruebe por fin sus ciruelas, porque sigue aquí, cuidándolo.

Pero, otras veces, quienes cuidaban de sus plantas se marchan, dejando su legado botánico. A Marta Ibáñez, que estudia Historia del Arte en Murcia, son los cactus los que la llevan a un ser querido: “A mi tía María Teresa”, asegura. “Tenía un pequeño rincón en el porche de su casa, donde ponía toda clase de macetas con plantas de todo tipo. Pero, sobre todo, lo que más me llamaba la atención siendo pequeña eran los cactus que tenía. Dedicaba mucho tiempo y esfuerzo para que crecieran fuertes. Si se torcían o quebraban, siempre le ponía solución con algún tipo de arreglo. Solía enderezarlos con trozos de caña, y si crecían demasiado, los cambiaba de recipiente. Ella era una mujer fuerte, como los propios cactus que tenía, y me llamaban tanto la atención de pequeña, que, a pesar de no ser de las plantas más vistosas que tenía, me fascinaba cómo crecían, cambiaban y se mantenían, floreciendo todos los años cuando venía un mejor tiempo. Aunque mi tía ya no esté aquí, siempre la recordaré por cosas como esta”, concluye Ibáñez, emocionada.

Las abuelas, grandísimas jardineras llenas de cariño y de paciencia para sus plantas, son un dechado de clorofila que heredan sus seres queridos. Así lo asevera Pili Hernández, que regenta desde hace décadas la librería Caprichos, en La Rioja. Su madre le transmitió el don de la jardinería: “El cóleo me recuerda a mi madre. Mi afición principal son las flores y plantas, también los gatos. A mi madre también se le daban bien las plantas. Y no se limitaba a su casa, también se encargaba de decorar el portal de sus vecinos, y repoblaba todo con esquejes de cóleo que plantaba a troche y moche y que siempre agarraban. Mis hijos también están cada vez más interesados en las plantas y todos tenemos estas especies en nuestras respectivas casas, porque nos recuerdan a ella y nos encantan”, cuenta.

La celidonia tiene propiedades cicatrizantes.
La celidonia tiene propiedades cicatrizantes. By Eve Livesey (Getty Images)

Las plantas silvestres también son transmisoras de la rueda del cuidado y del mimo, como hacía Manolo, el abuelo materno del madrileño Jesús Greciet: “Él era de una braña vaqueira en el occidente asturiano. Allí hay mucha celidonia, que ellos llaman cirigüeña. Esta planta tiene una savia anaranjada que brota a poco que la cortes. Cuando nos hacíamos una herida de niños, mi abuelo siempre decía que echáramos aquella savia como si fuera mercromina, y ciertamente que funcionaba y cicatrizaba rápido. Y la frase que contaba era que ‘la cirigüeña, de todos los males, es dueña”. Este nieto lleva consigo dentro una enseñanza que trasciende a lo físico y también a lo temporal.

La hortensia es un arbusto caducifolio con enormes flores que aparecen desde comienzos del verano hasta el otoño.
La hortensia es un arbusto caducifolio con enormes flores que aparecen desde comienzos del verano hasta el otoño.Pakin Songmor (Getty Images)

Parece que los abuelos están aquí para trascender, a fin de cuentas. Vicenta lo consiguió con sus hortensias, como relata su nieta Paula Borja, relaciones públicas y cuidadora detallista de sus propias plantas: “Mi abuela falleció hace casi ocho años. Al contrario que yo, tenía unas manos maravillosas para la cocina y para la jardinería. En un pequeño pueblo de la comarca de la Ribera Alta, en Valencia, estaba el jardín de mi abuela, en una azotea, que gozaba de zonas de sol, de sombra y de semisombra, así que todas las plantas encontraban su lugar: los geranios, el jazmín, la planta del dinero… De entre todas las especies que cuidaba, la hortensia era su preferida. Y de qué manera las cuidaba y cómo le respondían… Parecía que aquellas hortensias estuviesen en mitad de un prado gallego en vez de en una azotea mediterránea. Cada año, por el Día de la Madre, le comprábamos una, que ella cuidaba como si fuese su primera hortensia”. “Lo cierto es que yo, en mi terraza mediterránea de Barcelona, sin sombra, no me he atrevido a tener una de estas flores, porque no me veo capaz de cuidar a la planta preferida de mi abuela. Aunque seguro que ella sí podría, a pesar del sol”, prosigue Paula Borja sabiendo que las abuelas pueden obrar todos los milagros, o casi.

Una mariposa posada sobre una rosa en un jardín.
Una mariposa posada sobre una rosa en un jardín. NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

La rosa es una de las flores que más pueden hacer presente a los seres queridos, como certifica la psicopedagoga Priscila Pastor: “Mi abuela Marta siempre ha sido un poco más madre que abuela, y amante del cuidado de sus rosales en Buenos Aires. Recuerdo sus delicadas manos al tratar con ellos, pese a las espinas que pareciera que ignorara su existencia; y hablarles como si supiera que la escuchaban. Al partir hemos llevado su último rosal a la casa de mis padres. Nunca ha dejado de dar flores y, en ocasiones, en fechas especiales para nuestra familia, a pesar de anticiparse a la época de floración. Hace tres años que vivo en Madrid y me es inevitable, al encontrarme con un rosal, no pensar en ella, no sentirla presente, ni sentirme acompañada. Como decía ella: una vida sin sueños es como un jardín sin rosas”.

Hoy son estos pequeños testimonios los que hablan en estas líneas. A poco que se indague, es posible que casi todas las personas guarden algún nexo entre una planta y sus seres queridos. Esa es la jardinería emocional, la que se practica con el alma; la que deja atrás los datos para que sean los relatos los que hagan brotar los recuerdos. Unas flores que, en muchas ocasiones, tampoco podemos oler, pero que con su simple presencia hacen que el corazón se acelere y refresque para escuchar de nuevo aquella voz.

Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
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