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Las cicas: los fósiles vivientes que parecen palmeras, pero no lo son

Esta especie es de enorme riqueza biológica e histórica para los amantes de la botánica. Predominaba allá por la era mesozoica, cuando los dinosaurios andaban por el planeta Tierra

Cicas
La apariencia de la cica le hace parecer una palmeravinisouza128 / 500px (Getty Images/500px Plus)
Eduardo Barba

En el mundo botánico se pueden encontrar plantas con formas muy parecidas entre sí, pero que en términos genéticos están tan distantes la una de la otra como lo está Venus de Neptuno. Uno de los casos de libro que suele engañar a aquellas personas que se internan de nuevas por las maravillas del reino vegetal tiene que ver con unas plantas de antiguo linaje. Se trata del género Cycas, que está directamente relacionado con un grupo de plantas que predominaban cuando los dinosaurios andaban por el planeta, allá incluso por la era mesozoica, hace unos cuantos millones de años; por ello, se las considera otro de esos “fósiles vivientes”, como en el caso del ginkgo (Ginkgo biloba). Pues bien, estas Cycas presentan una apariencia tan similar a las palmeras que se suelen confundir con ellas; y, sin embargo, para alguien ducho en el tema sería como comparar, dentro del reino animal, a una anémona de mar con una araña.

La similitud que guardan con las palmeras, a nivel morfológico, está relacionada con la presencia de un tronco coronado por un penacho de hojas, que tienen, a su vez, forma de palma. Pero las palmeras y estas Cycas pertenecen a familias muy alejadas entre sí —arecáceas y cicadáceas, respectivamente—, con un método reproductivo distinto, ya que las primeras son plantas angiospermas, y las segundas se consideraban gimnospermas, ya que es un grupo que actualmente se está revisando. Aun así, y para decirlo de una manera más sencilla, en las cicadáceas no hay presencia de un verdadero fruto. Es decir, en las cicadáceas no hay presencia de un verdadero fruto, ya que sus óvulos no están encerrados dentro de un ovario, cosa que sí que ocurre en las plantas angiospermas, como las palmeras.

Dentro de este género se engloban poco más de 100 especies diferentes. En jardinería, hay dos que son ampliamente cultivadas: Cycas circinalis y Cycas revoluta. Esta última es originaria de las islas Ryūkyū, al sur de Japón, así como del este de China, de la región de Fujian. Allí, esta cica se encuentra feliz creciendo entre las rocas de los acantilados, al mismo pie del mar. Es la especie más extendida por los jardines de todo el mundo, ya que resiste un amplio rango de temperaturas y de condiciones de humedad. De hecho, es capaz de soportar tanto las humedades ambientales altas como las más bajas, e incluso resiste varios grados bajo cero (si no son muy prolongados) si se encuentra a resguardo de los vientos más fríos. Tanto si se cultiva en maceta como en la tierra de un jardín, aproximar a la cica contra una pared que frene ese aire puede ser suficiente para cultivarla con éxito. Así, protegidas por muros, las cultivaban en el famoso potager du Roi (huerto del Rey) en Versalles, en el siglo XVII. Para salvaguardarlas de las heladas y de la nieve, en los jardines de Japón es habitual atar sus hojas juntas y envolverlas con esterillas hechas con paja, en una estampa que es muy habitual de aquellos lares.

El sagú del Japón, que es otro de los apelativos de Cycas revoluta, produce cada año una nueva remesa de hojas, en lo que es un momento espectacular en la planta. Es entonces cuando de su cúspide emergen hasta más de 20 o 30 hojas nuevas, tiernas y enrolladas. Con el paso de las semanas, a buena velocidad, esas hojas se endurecerán y adquirirán la consistencia recia típica de las hojas adultas, tan lustrosas. A veces puede ocurrir que un año decide no emitir hojas nuevas, y se espera al siguiente para conformarlas. Cuando esto sucede, puede deberse a no contar con suficiente agua en la primavera, o con suficiente abono, lo que retrasa su formación.

Las hojas en pleno desarrollo muestran su rizado característico.
Las hojas en pleno desarrollo muestran su rizado característico.DigiPub (Getty Images)

La cica es una amante del sol, pero si se le proporciona algo de sombra en las horas centrales del día puede agradecerlo con una coloración verde más intensa. En cuanto al agua, disfruta con buena humedad en sus raíces, pero siempre y cuando cuente con un drenaje perfecto. Por cierto, esas raíces guardan una peculiaridad, ya que están asociadas con bacterias que fijan el nitrógeno del aire, para cedérselo a la planta. De esta forma, puede conseguir buenos crecimientos anuales, incluso aunque no tenga la fertilización adecuada. Aun así, la cica disfruta con un buen plan de abonado anual, siendo muy recomendable que sea uno orgánico, que también favorecerá a todos los microorganismos de la tierra o del sustrato.

Para entender su sexualidad hay que saber que hay ejemplares hembra y ejemplares macho. Si se produce la polinización, la cica hembra produce unas semillas grandes y muy llamativas, en una estructura enorme que origina en el centro de sus hojas. Algo a tener en consideración es que esta planta, como tantas otras, es altamente tóxica si se ingiere, con efectos que pueden incluso producir la muerte del desafortunado animal que la probara. Eso no ha sido un inconveniente para que de esta planta se extraiga una sustancia harinosa rica en almidones y comestible —el sagú—; eso sí, previo tratamiento cuidadoso para eliminar sus toxinas.

Una cica hembra muestra sus semillas rojizas entre las escamas afelpadas de sus megasporófilos.
Una cica hembra muestra sus semillas rojizas entre las escamas afelpadas de sus megasporófilos.Sergi Escribano (Getty Images)

La belleza de la cica ha vestido los jardines de media España, donde se pueden encontrar ejemplares con docenas de años a cuestas —como en el parque de María Luisa de Sevilla—, fácilmente reconocibles por alcanzar un porte de hasta algo más de cinco metros. También ha ocupado un puesto de honor en terrazas y patios, ya que se adapta de maravilla a crecer en un buen macetón. A medida que va cumpliendo años, la cica suele generar muchos brotes basales, que pueden separarse de la planta madre para plantarlos aparte. Si se dejan, la apariencia de palmera singular pasa a convertirse en una frondosidad múltiple, también muy agradable de ver. Sea como fuere, la cica, con su verde rico y brillante, nos observa al pasar, consciente de su antigüedad, mucho más que la de las palmeras. Eso piensa ella.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
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