Cenar en un rocódromo o trepar en un museo: los nuevos espacios de escalada se vuelven ‘chic’
Los nuevos lugares para este tipo de ocio abiertos en Madrid proponen un concepto más amplio y brindan emociones y atractivos complementarios al gratificante ejercicio de subirse por las paredes
Al teclear Arkose Madrid en Google llama poderosamente la atención, en la página de resultados, una pastilla azul que invita a reservar una mesa. ¿En un rocódromo…? El aterrizaje en España de esta cadena francesa de salas de escalada, que desde mayo tiene presencia en el barrio de Tetuán, y para la que sostenibilidad y gastronomía son señas de identidad, sumado a la apertura de Sputnik Legazpi en julio, a dos pasos de Matadero, y a partir de un cuidado proyecto de arquitectura y diseño, muestran la tendencia que marcan los nuevos espacios de la escalada urbana. Rocódromos de concepto más amplio, accesibles a personas de cualquier edad, condición física y experiencia previa (acudan solas o en grupo). Y espacios que, además, brindan emociones y atractivos complementarios al gratificante ejercicio de subirse por las paredes.
“El error es llamar a Sputnik un espacio de escalada”, afirma Sebastián Bayo, cofundador del estudio Nooba, que ha participado en el diseño del mobiliario e interiorismo del nuevo centro de la marca (Hierro, 33), ubicado en el barrio madrileño de los Metales (Arganzuela). “Es un rocódromo, sí; pero también es mucho más que eso”. Una prueba es que al recorrerlo por primera vez (e incluso en una segunda ocasión), hasta los más asiduos a estos espacios de escalada indoor dedican más tiempo a la contemplación que a la acción. No es algo fortuito. “Queríamos generar un ambiente acogedor, más cercano y cálido”, explica por su parte Clara Careaga, del equipo de arquitectura de Sputnik. Panelados de madera surcados por una veta decorativa y una estudiada iluminación obran esa hospitalaria sensación que invita a relajarse entre búlder y búlder (rutas de poca altura que se escalan sin cuerda, sobre colchones de seguridad).
“No se trata solo de una cuestión estética, pues hay unos lúmenes mínimos que hay que cumplir [por normativa]”, advierte Careaga. Pero esa “luz más funcional, como de relleno, se acompaña con proyectores que iluminan los muros con una temperatura de color bastante cálida, en torno a los 3.000 grados Kelvin, logrando que no queden iluminados de manera homogénea, sino que esos proyectores ayudan a contar una historia, a crear un recorrido visual”, añade. Incluso algo más. Transmite que estás en un espacio muy cuidado, que remite al visitante al de un espacio expositivo, al de un museo. “Al iluminar con un ángulo muy cerrado entiendes que ese punto tiene importancia, como si se tratase de una obra de arte”, incide Careaga.
Esa amabilidad del espacio contrasta con el carácter industrial del edificio, y de todo el barrio hasta no hace demasiados años. Una esencia que han querido mantener, “pero contrastándolo con algo que le diese esa calidez”, explica Sebastián Bayo. “Quisimos hacerlo con la vegetación”, pero sin recurrir a imitaciones, nada de plástico. “Como disponemos de mucha luz natural, una clave fundamental de la arquitectura de este espacio, decidimos poner plantas naturales siempre que fuera posible, y donde no lo fuese, plantas diseñadas, no artificiales. Algo que evoque a las hojas, algo que evoque a los árboles…”, ahonda Bayo, mientras señala algunos ejemplos concretos en la luminosa cantina del cuarto local de la marca (tercero en Madrid). Los tonos del mobiliario (verdes, naranjas, amarillos), diseñado y fabricado expresamente para este proyecto; las lámparas de metal cortado y plegado con forma de hoja; columnas convertidas en ramas que evocan la geometría fractal de los árboles, o el singular friso vegetal que da la bienvenida en la zona de búlder.
La cocina en el centro
“Somos un loft-climbing”, afirma Ronan Guevel, director de Arkose Madrid Cuatro Caminos (Leñeros, 4), sentado frente a un café mientras el cálido sol de una mañana de otoño se cuela por los ventanales que circundan las alturas del edificio. Basta echar un vistazo alrededor para entenderlo. La cantina ocupa el centro de los 900 metros cuadrados de este local con deje industrial —alojó una serrería en el pasado— al noroeste de la capital, pero ningún tabique la separa de las dos salas de escalada que la jalonan, bañadas por una agradable luz natural que se filtra por los numerosos tragaluces. Una treintena de personas conversa y escala, por ese orden, en un ambiente relajado. Porque a Arkose (un tipo de roca arenisca, en francés) se viene a escalar, claro, pero no solo.
“El concepto, desde el principio, ha sido crear rocódromos con un diseño industrial muy estudiado para que la gente se sienta como si estuviera en su casa”, explica María Fuentes, directora de marketing de esta firma francesa de escalada indoor, que gestiona actualmente un total de 25 centros entre Francia y Bélgica. “Tener un lugar con vida más que un club de escalada donde hacer tu deporte, no hablas con nadie, escuchas tu música y te vas”, añade. Un componente social potente, inherente a la cultura escaladora, afirma Fuentes, por el que Arkose ha apostado siempre (inauguró su primer roco hace 10 años a las afueras de París) a través de un amplio y atractivo espacio de bar y restaurante en todos sus centros. “A diferencia del fitness, la gente que escala no cuenta las calorías que va a consumir, sino que aprovecha para pasar un buen rato tomando una cerveza y una hamburguesa después de una sesión de escalada”. El tiempo les ha dado la razón: el 30% de su actual volumen de negocio en Francia lo aporta el área de restauración.
Ha sido, y sigue siendo, un buen gancho, asegura Fuentes, una forma de atraer a un público totalmente ajeno a la escalada a través de la cocina, saludable y ecológica. Por ejemplo, trabajadores de la zona que se apuntan regularmente a su menú de mediodía y que, quién sabe, deciden volver el fin de semana con sus hijos a probar eso de la escalada, explica la responsable de marketing. Y funciona. “Al mediodía tenemos más gente del exterior que viene a comer, y por la noche tenemos muchos más escaladores”, que se quedan a cenar después de una sesión de bloque (están abiertos hasta medianoche).
La carta invita a ello; una deliciosa cocina de kilómetro cero, que combina la necesaria adaptación al gusto local (en forma de tapas y raciones) con guiños a la gastronomía francesa, y basada siempre en productos de temporada. Alineada, en definitiva, con el compromiso ecológico de la marca.
“En Francia contamos con la etiqueta Écotable”, explica Fuentes, “una de las certificaciones ecológicas más exigentes en restauración”. Esta implica, entre otras medidas, trabajar con proveedores locales, rotar el menú cada temporada, que la comida sea casera —cuentan con dos cocineros y fogones propios—, disponer siempre de una opción vegetariana o reducir al máximo los plásticos de un solo uso (cubiertos, pajitas). Incluso ya están fabricando en Madrid su propia marca de cerveza artesanal, Oskare (transportarla más allá de París ni se contempla). Mientras trabajan para instaurar este sello de calidad ecológica en España, anuncia Fuentes, llevan su compromiso verde más allá de la cocina. “Todo lo que hacemos lo pensamos desde la sostenibilidad”, asegura. Por ejemplo, los arquitectos decidieron emplear fibras de soja para el aislamiento acústico en su local en Madrid. “En París acabamos de abrir un rocódromo en el que el material empleado para el aislamiento térmico proviene de camisas recicladas”, añade. “Nos cuesta mucha energía y mucho dinero”, advierte María Fuentes, pero “es una estrategia de marca muy definida y compartida por el público que acude a nuestras salas de escalada, que tiene contacto con la naturaleza y comparte ese punto de vista ecológico”, se enorgullece.
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