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Paz Court, la dulce diva chilena que evolucionó a volcán

La heredera de Violeta Parra o Chavela Vargas en clave electrónica pisa por vez primera los escenarios españoles buscando la belleza en los pliegues del dolor

La cantante chilena Paz Court en una calle de Lavapiés, en Madrid.
La cantante chilena Paz Court en una calle de Lavapiés, en Madrid.Claudio Alvarez

La fuerza no es solo una magnitud física. Es también, aunque a los espíritus científicos les reconforte menos, una carta del tarot. Más en concreto, la que acaso mejor represente a Paz Court. Esta cantante chilena de 36 años, natural de Linares y afincada desde hace un par de otoños en Ciudad de México, sintió en su interior una energía visceral, casi magmática, cuando comenzaba a escribir canciones para un nuevo disco. Era conocida y admirada en su país por sus hechuras refinadas y jazzísticas, por los arreglos para pequeña orquesta de metales y esa fascinación por los modos y maneras de las grandes divas clásicas de Hollywood, aquellas mujeronas de los años cuarenta y cincuenta que ejercían un magnetismo instantáneo. Pero se percató de que en este momento necesitaba adentrarse en el lado oscuro, clavarle los ojos a sus propios fantasmas. Y plantarle cara a los miedos, a la furia, al dolor.

El álbum resultante solo podía llamarse de una manera: La fuerza. María Paz Court Mesa es mujer dulce y afable, de discurso calmoso y hermosa mirada hipnótica. Pero, como en el impredecible estallido de un volcán, toda esa lava incandescente que bullía en su interior ha acabado desparramándose. Al principio fue una sola canción, La noche oscura, que le pilló con el paso cambiado hasta a ella misma. Luego llegarían muchas más, ya como una erupción desbocada. En la busca de asideros, desconcertada con sus propios impulsos, suerte que encontró dos: la compatriota Violeta Parra, “capaz de conjugar poesía y profundidad con una sencillez en bruto”, y su ahora casi paisana Chavela Vargas, La Chamana, en la que se interesó hasta las últimas consecuencias a partir del documental Chavela. “Me quedé muy tocada por su relación con la oscuridad, esa manera suya de volcar el corazón y la vida entera en la disección de la pena, el sufrimiento y el despecho. Y ahí se me abrió una ventana”.

La plática transcurre en un café modernuqui a un paso de Lavapiés, el barrio que ha escogido para alojarse con motivo de la primera actuación en suelo español de toda su vida, este jueves en la sala Fun House. Le han servido una de esas tazas virtuosas en las que la capa superior de espuma adquiere silueta de corazoncito hasta que la cucharilla lo deshace, cual puñalada, con el primer giro. Parece una metáfora de su momento vital y artístico, una vez que ha ahondado en su interior para reformular los vínculos con los sabores amargos, sean los de las penas o el del grano robusto.

Vértigo y excitación

Es un proceso que le provocó no poco vértigo, pero también excitación. “Me siento muy bien en estos zapatos. La transformación es mi manera de sentirme viva. Otros artistas aplican el criterio de darle a la gente lo que quiere escuchar, pero no eso no es lo mío. Me encantaría llegar a vieja innovando. Hay lugares infinitos a los que dirigirse, y sería una lástima desaprovechar la oportunidad de explorarlos”, explica.

La portada de La fuerza muestra a Court envuelta en una túnica de rojo abrasador y retratada al pie del Popocatépetl, la montaña mexicana que, hermanada con su vecina Iztaccíhuatl, constituye uno de los ejes neovolcánicos más poderosos del planeta. Y la cinta del cuatro venezolano que la acompaña, su instrumento fetiche, aporta sutiles nuevas pistas sobre la personalidad de esta chilena. La ha decorado con las cartas que en la lotería mexicana representan a la sirena, el corazón, la luna, el diablo y la muerte, “mis símbolos particulares para el canto mágico, la pasión, las emociones, las tentaciones y la transformación”.

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Paz Court
La cantante chilena Paz Court con su cuatro venezolano en una calle de Lavapiés, en Madrid.Claudio Alvarez

Lleva un tiempo —quizá desde que desembarcó en México con Nicolás, su pareja, y Elvis, su perro salchicha— que no quiere pensar en el futuro, tal vez como la única manera de vivir un poco tranquila. “Muchas cosas que están sucediendo son aterradoras”, resopla. “Por eso me atrapó la relación de los mexicanos con la parca, esa obsesión suya por los cráneos que puedes desentrañar en el Museo de Antropología. La muerte está ahí; ese día va a llegar. Mientras tanto, vivamos y celebremos la vida, con todo su color y sabor, con todo su picante y exuberancia. Como la misma gastronomía”.

Aunque todavía le perturbe recordarlo, Paz Court descubrió que la muerte estaba ahí a una edad escandalosamente temprana. Tenía cinco años y medio la noche en que, mientras descansaba tumbada en los asientos traseros, su abuelo materno se adormiló al volante, empotró el auto contra un camión y perdió la vida. La niña Paz pasó muchos días en el hospital, con varios huesos quebrados y magulladuras por todo el cuerpo. Pero hay heridas para las que no hay cura, ni siquiera tres décadas más tarde. El rostro galante del ilustre don Manuel Francisco Mesa, gobernador de Linares, abogado, poeta y distinguido miembro de la Academia Chilena de la Lengua el día de su muerte, se le aparece a menudo en la memoria. Igual que tantos helados veraniegos en la plaza del pueblo a los que era invitada por la yaya, madre de su madre y de otros 11 chiquillos.

Aún hoy es el día en que Paz ve en Carmen Latorre la mayor de sus influencias. “Tiene 94 años y lo peor de habernos mudado a México es vivir lejos de ella”, murmura. “Sus fiestas eran memorables. Nos juntaba a los 50 primos y organizaba concursos de dibujos o de memorización de poemas del abuelo. Mi vena artística provendrá, seguramente, de todo aquello. Igual que mi amor por las divas: en la actualidad sigue escuchando tangos y se pone linda cada vez que quieren hacerle unas fotos”.

Ella también ha escogido una chaqueta de intenso azul eléctrico y un maquillaje flamante para ser retratada por las calles de Madrid, una sesión que resuelve con el desparpajo de quien cultiva un alma teatral y acumula muchas, muchísimas horas de vuelo en los escenarios, aunque por España aún no conociéramos su presente fusión de folclore, música electrónica y una pizca de rock. Confía en que las imágenes lleguen hasta los ojos de Sílvia Pérez Cruz, la artista española que más admira, la que presiente como alma gemela a este lado del Atlántico. No se conocen ni tienen amigos en común, pero apuesta a que sus caminos acabarán confluyendo. Y de intuiciones, tarot al margen, sabe un rato. “Siempre me he sentido del lado de la espiritualidad y no tanto de la ciencia”, remacha. “Mi manera de hacer arte es así, más a través de corazonadas que desde el pensamiento”.

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