_
_
_
_
_
estación en curva
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gila, Broncano y tus vecinos madrileños

La ciudad se empieza a reencontrar con las carcajadas y con su humor más ácido con las butacas llenas

La Resistencia Broncano
El cómico y presentador de 'La Resistencia' David Broncano.Elisa Fernández
Antonio Ruiz Valdivia

Y, de repente, nos reímos. A carcajadas. Sin butacas intermedias vacías. Eso sí, todavía con mascarilla. Pero volvemos a sonreír y dar palmadas. Nos hacía falta ya el humor, que llevamos mucho pasado. Aunque sea un rato de noche fría de noviembre, pero al calor del telón rojo del Nuevo Teatro Alcalá. El motivo: los veinte años de la muerte de Gila. Pero como dice la función todavía hoy en día ‘Todo es Gila’.

La vida vuelve alrededor de un teléfono fijo, exotismo para la generación Z. Sobre el escenario en la calle de Jorge Juan aparecen los discípulos del maestro, criados entre locales de monologuistas con ofertas en cerveza, Youtube, teatros de sótano, podcasts y platós adictos a Instagram. Ahora a honrar a Gila, ese niño “nómada” en Madrid, como él mismo decía, que se movía entre Chamberí, Chamartín o Canillejas. Aquel joven del número 84 de la calle Zurbano que haría luego reír a toda España.

Por allí anda David Broncano inspirándose en las porterías de Gila. Que Madrid tiene ahora mucha guasa, siempre ácida y puntiaguda de capital. El espíritu de Gila está asimismo en Pantomima Full, Dani Rovira, Carlina Iglesias, Victoria Martín, Arturo Valls y Juan Carlos Ortega. También se sube Ignatius Farray. Confesiones de columna: el canario fue vecino al otro lado de la calle durante unos años en Malasaña. A la misma altura, pero número impar.

El tema vecinal de Madrid siempre es fascinante, sobre todo cuando llega el buen tiempo y se abren las ventanas en las minúsculas vías de los barrios del centro. Uno se puede aprender de memoria los monólogos que ensayan a escasos metros y los otros se empapan de tu vida al teléfono. Con una obsesión. ¿Se han dado cuenta de cómo entra en las otras casas el ruido de los platos chocando en el fregadero? Pongan el oído en la sobremesa en Lavapiés o en La Latina.

Las historias de vecinos siempre cotizan al alza en las cenas. Las hay de todo tipo, de ligues en la escalera a espionajes por la mirilla para evitar el ataque de quien ha sufrido la derrama pasando hasta por sospechas de que el apartamento vacío de al lado es un piso franco de la CIA. El otro día ganaba una que contaba una pareja recién mudada a Chueca. Comparten rellano con un famoso cantante (no se dan nombres, secretos de comunidad).

Todo era perfecto hasta la maldición del kilovatio hora. El vecino ha decidido programar la lavadora en mitad de la madrugada para ahorrar un poco y el artefacto está en la pared que da a su mismísimo cabecero. Lo que tiene la factura de la luz. Ya lo diría Gila al teléfono: “¿Es el enemigo? Que se ponga”. Habrá que reírse un rato, incluso a carcajadas. Es bueno para la salud. Pero no hagan mucho ruido, por si molestan en el salón contiguo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Suscríbete aquí a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_