_
_
_
_
_

Michael Olivera, genio del jazz latino

El percusionista cubano, de verbo tan trepidante como su música, celebra 10 años en Madrid con ‘Y llegó la luz’

El percusionista cubano Michael Olivera.
El percusionista cubano Michael Olivera.Santi Burgos

Michael Olivera García puede argumentar cabalmente que ha nacido dos veces. La primera, la biológica, nos sitúa en la antesala del verano de 1985 en Santa Clara, una ciudad menuda y adorable en el centro de Cuba. La segunda atañe a algunos de los sentimientos más arraigados y determinantes del ser humano, desde el miedo a los anhelos y el afán de supervivencia, y nos acerca hasta la terminal de llegadas internacionales de Barajas hace ahora justo 10 años. Aquella tarde del 21 de septiembre de 2011, sin papeles ni apenas dinero en los bolsillos, sin una dirección a la que dirigirse, Olivera emprendió la mayor de las aventuras: granjearse una nueva vida.

Una década después, estamos aquí para certificar que aquel empeño obcecado y algo suicida se ha visto coronado por el éxito. Michael es hoy el orgulloso marido de una cantante mostoleña, atesora en la mesilla su pasaporte español, pasea por el Parque Lineal del Manzanares cuando anda a la caza de las musas y deslumbra a cuantos le escuchan en directo. Los años le han consolidado como uno de los baterías y percusionistas más distinguidos de la escena nacional y europea. Y no es hipérbole.

Justo antes de citarnos con él, en la escuela de música Esmuva (Puente de Vallecas), ha estado ensayando con el bajista y cantante camerunés Richard Bona, uno de los grandes referentes de las músicas étnicas africanas. Y este mismo domingo asistiremos en los Teatros del Canal al estreno absoluto de su tercer álbum en solitario, Y llegó la luz, que rubrica al frente de su Cuban Jazz Syndicate, una especie de dream team con algunos de los mejores músicos cubanos en Madrid. Agárrense si tienen la osadía de escucharlos: suenan como una apisonadora implacable de ritmos latinos.

Olivera piensa y se expresa a velocidad de semifusa, con ese mismo giro vertiginoso que sus muñecas imprimen a las baquetas. Es un torbellino al que se le agolpan las palabras, pero con motivos justificados: hoy tiene mucho que contar. “He vivido tanto, tan lindo y tan intenso, que a veces pienso que me moriré pronto”, anuncia sin un ápice de impostura.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

“He tenido tremenda suerte en la vida. Cada circunstancia y cada persona me han llevado a un lugar mejor. He sabido atender a las señales que me colocaba el destino, porque creo firmemente en ciertas energías sobrenaturales que nos guían. Y he aportado, por mi parte, el sentido de la responsabilidad. Es lo que me inculcaron mis padres desde siempre: ser honesto y humilde, mantenerte fiel a tus valores y, sobre todo, ser buena persona”.

La de Michael es una gran historia musical, sin duda, pero algún cineasta acaso encontraría en ella un argumento de película. Descubrió el jazz de carambola, tras ingresar con 16 años en la Escuela Nacional de Arte, donde se postuló no tanto por vocación artística como por sus ansias de mudarse a La Habana. Aprendió los patrones rítmicos de la esencia latina en cuestión de meses y terminó formando parte de Síntesis ―acaso la más poderosa formación de música tradicional cubana― durante siete largas temporadas.

Pero el afán de progresar y alejarse de las penurias cotidianas en la isla le llevaron a comprarse un billete de ida a Madrid, una ciudad “deslumbrante” que le había fascinado durante una gira internacional. Superado el vértigo y el miedo, y tras desesperarse en la búsqueda de una solución para legalizar su estancia en la capital, se lanzó a la más arriesgada de sus determinaciones: embarcarse en un matrimonio de conveniencia.

Un noviazgo inventado

“Fue un gran favor de una amiga a la que le estaré eternamente agradecido”, revela ahora que puede liberarse de sus propios secretos. “Estuvimos varios meses preparando la ceremonia, hablando mucho el uno con el otro para conocernos bien e inventarnos una vida en común. Y nos hicimos centenares de fotos juntos, para que pareciese que llevábamos mucho tiempo viajando”.

El día del enlace, en un juzgado a las afueras de la gran ciudad, la prometida de Michael ―hoy su esposa real― ejerció como madrina del casamiento ficticio. Mientras tanto, la hija de la contrayente, testigo desde la primera fila, se esforzaba en vano por comprender aquella escena insólita. Hoy la pareja real de Olivera, Miryam Latrece, es la vocalista en el Cuban Jazz Ensemble, así que quienes asistan a este estreno del domingo podrán corroborar sus excelencias. Y la que fuera durante cinco años la esposa del batería a los ojos de la ley, también cantante, es la mujer (verdadera) de un pianista con el que Michael ha colaborado decenas de ocasiones en proyectos comunes.

El destino, amigos, a veces parece en manos de guionistas de culebrón.

Todos estos guiños cómplices de la diosa fortuna acaban trasladándose de alguna manera a la música de nuestro protagonista. “No sé si está feo decirlo”, se sonríe el cubano, “pero amo la música y amo todos mis discos. Es una magia, algo que tienes dentro y te acaba saliendo por los poros”. Esa expresividad contagiosa la descubrió de la mano del ilustre clarinetista Paquito D’Rivera, el hombre que acabó de curtirle sobre los escenarios. “Ese señor me dejó loco. No solo compone y arregla como nadie, sino que nos enseñó a manejarnos ante el público, a compartir esa herencia del disfrute que los cubanos llevamos tan dentro”.

El propio título de su último disco, Y llegó la luz, transmite esa misma positividad imparable con la que Michael ha aprendido a mirar a su alrededor. “Al principio lo iba a denominar El apagón, en alusión a los constantes cortes de energía eléctrica en mi país, pero mi saxofonista, Ariel Bringuez, me avisó: ‘Compadre, tu música es muy luminosa y ese título no le haría justicia’. Tenía razón. Después de tanta pandemia, quiero que la gente se olvide durante mis conciertos de que tenemos el mundo en candela…”.

¿Nostalgia de su país? De papá y mamá, don José Israel y doña Blasa Rafaela, sin duda. A diario. De la idiosincrasia isleña, ni un poca. El verbo arrollador del percusionista solo se ralentiza cuando admite las diferencias políticas que le enfrentan con sus progenitores, firmes partidarios aún del castrismo y sus herederos. Ella, recién jubilada, fue militar de alta graduación e inculcó a sus hijos (el hermano mayor de Michael se llama Maikel; ahí queda eso) la perseverancia, la rectitud. Él, abogado de prestigio, se hartó de ser “testigo de chanchullos” y abandonó el oficio para dedicarse a conducir un ciclotaxi por la ciudad. “Quería ganarse los pesos con el sudor de su frente. Y de paso, pedaleando loma arriba, se mantiene en muy buena forma a sus 64 años”, resume el hijo en tono aséptico.

Cuando los llama, prefieren no hablar del gobierno. Mejor no enardecerse. Y cuando cuelga, Michael Olivera García regresa al piano que preside el salón y prueba a seguir componiendo. “¡A todas horas! Muchas veces, en calzoncillos. A mi mujer la tengo frita, pero ya me conoce”. Y este cubano que habla y vive tan deprisa como un metrónomo desbocado resume, feliz: “Pienso en todo lo que he hecho y a veces no me lo creo”.

Michael Olivera & The Cuban Jazz Syndicate actúan el domingo 12 a las 19.30 en los Teatros del Canal (c/ Cea Bermúdez 1, metro Canal). Entradas, de 9 a 28 euros

Suscríbete aquí a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_