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Una escuela para explorar todas las posibilidades del teatro

Nave 73 es un espacio multidisciplinar en el que jóvenes intérpretes adquieren una mirada propia

Idoia Ugarte
Una de las clases de la escuela de interpretación Nave 73.
Una de las clases de la escuela de interpretación Nave 73.Kike Para

En un día cualquiera en la escuela de interpretación Nave 73, cada alumno del profesor Íñigo Rodríguez-Claro dice dos palabras en alto para ir construyendo una historia entre todos de manera espontánea. El ejercicio pretende que los chicos comiencen la clase con la conciencia liberada. Después pasarán al juego del “cadáver exquisito”, una técnica usada por los surrealistas en el cual una persona escribe una frase en una hoja de papel, la dobla para cubrir parte de la escritura y se la pasa a otro para que continúe la obra. Lo que se persigue no es otra cosa que fomentar los procesos creativos alternativos, intuitivos y grupales entre estos 12 estudiantes.

La escuela de intérpretes de Nave 73 nació en el 2013 con el propósito de formar a aquellos jóvenes que buscan navegar las artes escénicas en todas sus posibilidades. Este espacio multidisciplinar de la calle de Palos de la Frontera, que antes era una imprenta, es en el que Alberto Salas ha invertido su tiempo y su pasión para sobrevivir, como tantos otros madrileños, a la crisis financiera de la década anterior. “Nuestro objetivo inicial era crear un lugar dinámico de creación que generara una conexión entre los artistas, el público y los profesionales”, explica el que es uno de los socios fundadores de este espacio junto a Rocío Navarro y Álvaro Moreno. El resultado es una espacio alternativo en el barrio de Embajadores en Madrid que dispone de 500 metros cuadrados en los que albergar una sala de exhibición, tres aulas formativas, una galería de exposiciones y una cafetería.

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La necesidad de escapar del hastío fue el motor para impulsar esta idea. “Vino por el cansancio de llevar tantos años en esta especie de presión económica y social y estas dificultades de evolucionar personal y creativamente. Decidimos montar un espacio que nos protegiera de todo lo que estaba pasando, un lugar seguro para otros creadores y para la gente”, comenta Salas. Durante esos inicios hablaron con Carlota Gaviño e Iñigo Rodríguez-Claro de la compañía Grumelot, que tenían un local en Usera donde llevaban dos años dando formación. Para Salas, su manera de dar clase es cercana y polivalente, centrada en los procesos de creación, por lo que comulgaban con la filosofía que perseguía la escuela de Nave 73. “Nos plantearon entrar a formar parte de nuestro proyecto y nos pareció estupendo porque encajaban con la investigación y lo performático, en ese hacer un i+d cultural”, admite.

En un principio se lanzaron con un curso intensivo de iniciación que preparaba a los actores para afrontar el inicio de su vida profesional. Les aportaban las herramientas y los conocimientos necesarios para ver qué líneas de creación e interpretación existían, sin dejar de lado la historia de las artes escénicas. “Funcionó bastante bien y los alumnos estaban contentos porque nuestra línea formativa es de mucha proximidad y cercanía, son pocos alumnos y quizás en otros espacios eso no lo puedes conseguir. Te conviertes en los padres y en los tíos de ellos. Carlota e Iñigo viven sus penas y sus alegrías y sus conflictos personales, y eso se nota. Les acompañan y liberan y dejan que la creatividad de los alumnos fluya”, indica Salas.

Un ejercicio de interpretación de la madrileña escuela Nave 73.
Un ejercicio de interpretación de la madrileña escuela Nave 73.Kike Para

De ese curso intensivo decidieron subir un escalón y acordaron con Grumelot crear un plan formativo más amplio, que es el que imparten ahora. Gaviño apostó por ayudar a los jóvenes actores a que fueran autónomos, con capacidad para crear su propio proyecto en un terreno en constante evolución. “Son dos años de trabajo dirigidos a la figura del actor para que tenga una mirada propia sobre la realidad y la tradición. El primer año reciben técnicas muy clásicas y es más generalista, intentamos hacer una panorámica muy amplia para no ser nada dogmáticos, el trabajo es muy heterodoxo. El segundo año está más enfocado en los nuevos lenguajes y los nuevos formatos”, explica la profesora. Como muestra de la idea que Grumelot tiene de enseñanza teatral está el espectáculo con textos del Siglo de Oro español que montan regularmente con los estudiantes, siempre desde el punto de vista contemporáneo. El respeto a los clásicos es importante para que luego los artistas se desarrollen como quieran.

Con la pandemia estamos interesados en todo lo digital y lo online, haciendo de la necesidad virtud y convirtiéndolo en un impulso para la creatividad.
Carlota Gaviño, profesora de Nave 73

El agitado 2020 ha afectado a la escuela de Nave 73, aunque han afrontado este momento como una oportunidad para mejorar. “Ahora estamos interesados en todo lo digital y lo online, haciendo de la necesidad virtud y convirtiéndolo en un impulso para la creatividad. El espectáculo bebe de esa investigación, de las posibilidades de hibridar lo que sucede físicamente en el espacio escénico con lo que sucede en el espacio virtual, que tengamos actores conectados por Zoom, usar WhatsApp con los espectadores y aprovechar las nuevas tecnologías para generar contenido”, expone Gaviño. Coincide en esto su compañero en la docencia Iñigo Rodríguez-Claro, que incorpora esa incertidumbre a los procesos creativos que rodean al teatro. “El artista sale de la escuela como intérprete, pero de repente le apetece escribir, producir e interesarse por las nuevas tecnologías, y no siempre los materiales que trabajamos en los montajes son teatrales”, declara.

Sobre las diferencias de este modelo de formación, Pilar G. Almansa, que imparte el Máster de Dirección Escénica de Nave 73, destaca que esta escuela es muy específica: “La de Cristina Rota es una formación más dirigida a actores y tiene ese aura audiovisual. Por eso mucha gente termina ahí, como Penélope Cruz. Su reputación atrae un determinado perfil. En cambio, nuestros alumnos se orientan a las artes escénicas en un sentido muy amplio, es para gente que está interesada en explorar las posibilidades fronterizas del teatro. Damos clases a directores sobre teatro inmersivo e interactivo, en el cual el publico impacta en el desarrollo del espectáculo bien sea a través de la narrativa o el desarrollo de las escenas”, señala esta directora y productora.

Almansa se muestra optimista con el futuro escénico madrileño. Asegura que la ciudad es una de las que más teatro en español produce en todo el mundo, por encima de grandes capitales de Latinoamérica más pobladas. “La escena madrileña es muy abundante. Yo estuve en el Congreso de los Diputados como única representante del sector para intentar convencer a sus señorías de que la cultura es importante. Además, las actividades culturales en este país se están concentrando en grandes ciudades como Madrid, y las autoridades están desaprovechando un movimiento que genera turismo experiencial, que es diferente al turismo de patrimonio. La gente vuelve a Berlín tantas veces porque hay vida y esa vida es la cultura”, concluye la dramaturga. Es algo que desea para su ciudad.

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