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Vox culpa de su fiasco en Galicia al “voto del miedo” fomentado por el PP

La dirección del partido ultra admite que debería haber tenido más presencia en la calle y promete remediarlo

Ignacio Garriga Vox
El vicepresidente y secretario general de Vox, Ignacio Garriga, durante la rueda de prensa tras la reunión del Comité de Acción Política de la formación, este lunes en Madrid.Rodrigo Jimenez (EFE)
Miguel González

“El voto del miedo, mal llamado voto útil”, en palabras de su secretario general, Ignacio Garriga, y el “silenciamiento mediático” son las principales causas a las que atribuye Vox su fiasco en las elecciones gallegas de este domingo, en las que por segunda vez se ha quedado fuera del Parlamento.

El partido ultra aspiraba a entrar en la única asamblea autonómica en la que no tiene representación y, para lograrlo, se había puesto como objetivo recuperar la confianza de los 116.000 gallegos que, en las generales de 2019, votaron a Abascal; o, al menos, de los 79.672 que lo hicieron en julio pasado. Lejos de lograrlo, se ha quedado con solo 32.493 votos, menos de la mitad de los que obtuvo hace poco más de seis meses.

Garriga ha asegurado este lunes que Vox ha sido “el único partido nacional que ha crecido en Galicia”; obviando que, aunque su partido haya tenido unos 5.000 votos más que en las últimas autonómicas, el PP ha aumentado por encima de los 73.000. Sí ha podido presumir con más fundamento de que la formación ultra ha recibido más sufragios que Sumar y Podemos juntos. Pero, al margen de estos argumentos de autoconsuelo, ha acabado reconociendo: “Este no es el resultado que esperábamos y al que aspirábamos”.

Vox culpa de su fracaso al “voto del miedo”: es decir, al mensaje machaconamente repetido por el PP de que apoyar al partido ultra era dividir el voto de la derecha y abrir las puertas de la Xunta al nacionalismo del BNG. En el mismo paquete mete a los medios de comunicación, a los que acusa de “manipular, estigmatizar y silenciar” su discurso. No solo se trata de que la televisión pública gallega excluyera a su candidato, Álvaro Díaz-Mella, del principal debate electoral, sino de que la mayoría de medios de comunicación gallegos les ha marginado, según Garriga, en su cobertura informativa, “y así es muy difícil que nuestro mensaje llegue al electorado”.

Entre excusas y acusaciones a terceros hay poco espacio para la autocrítica, pero el secretario general de Vox ha dejado una rendija al reconocer que su partido debe “redoblar los esfuerzos para tener mayor presencia en la calle, algo que podríamos haber hecho durante los últimos cuatro años, sin ninguna duda”, ha apostillado.

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Tras las elecciones autonómicas de 2020, la dirección nacional de Vox se desentendió de Galicia y esa fue la causa que esgrimió para abandonar el partido Ricardo Morado, su cabeza de lista en aquella cita con las urnas. A poco más de un mes para las elecciones del 18-F, Vox ni siquiera tenía candidato y tuvo que recurrir a última hora a su presidente provincial en Pontevedra, Álvaro Díaz-Mella, que ya había fracasado en dos ocasiones como aspirante a concejal y a diputado en el Congreso.

La falta de presencia institucional —Vox solo tiene un edil, en la localidad orensana de Avión— e implantación territorial se agrava por la condición castellanohablante de la gran mayoría de sus cuadros, como se comprueba en sus mítines, lo que dificulta su penetración en las zonas rurales. Aunque su porcentaje de voto (2,19% en el conjunto de Galicia) se ha quedado en todas las provincias muy lejos del 5% mínimo para entrar al Parlamento, Vox ha obtenido mejores resultados en ciudades como Ferrol, A Coruña o Vigo (entre el 2,8% y el 2,4%); que en provincias como Lugo y Ourense (1,8% y 1,5%). En esta última ha tenido que competir además con la derecha populista del alcalde orensano Gonzalo Pérez Jácome, de Democracia Ourensana.

Fuentes del partido ultra admiten que la base social del PP —la “estructura caciquil”, según sus palabras— es muy sólida y resulta difícil de romper para una formación nueva como Vox, que tampoco ha sido capaz de capitalizar el malestar de agricultores, ganaderos o pescadores con las políticas de Bruselas, como sí logró en Castilla y León y Murcia. A ello se añade, aunque sus dirigentes no lo reconozcan, que Vox ha trasladado mecánicamente a Galicia “batallas culturales”, como la supuesta discriminación del castellano en la escuela, que son ajenas a esta comunidad.

El tropiezo no sería tan grave si no se produjera al inicio de un ciclo electoral que, a lo largo de los próximos meses, incluirá comicios para el Parlamento vasco, el Parlamento europeo y el catalán. A diferencia de la Cámara gallega, Vox tiene escaños en los tres y, por eso, no solo se arriesga a quedarse como está sino a perder lo conseguido.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.
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