Vicent Molins, autor de ‘Ciudad clickbait’: “Casi hay que pedir que no mejoren nuestro barrio por si nos expulsan”
El geógrafo y periodista valenciano reflexiona sobre el beneficio real del continuo incremento de visitantes en la ciudadanía y el cambio en las urbes por el nuevo orden digital en su nuevo libro
Las ciudades están de moda. Pero ¿se benefician realmente sus habitantes del continuo incremento de visitantes? ¿Depende nuestra autoestima como ciudadanos de la imagen que tienen los turistas? Sobre estas cuestiones y muchas otras reflexiona el geógrafo y periodista Vicent Molins (Valencia, 38 años) en su interesante libro Ciudad Clickbait (sale a la venta el 29 de enero, editado por Barlin), en el que sintetiza la problemática actual en torno a la ciudad.
Pregunta. ¿Qué es una ciudad clickbait [ciberanzuelo]?
Respuesta. El libro deriva de la observación de lo que vemos todos. Desde hace 20 o 25 años, hay un nuevo orden digital que ha cambiado el modo de vida. La mayoría de ciudades intentan adaptarse. Y muchas acuden a políticas superficiales de captación de atención, el clickbait, como respuesta a un mundo que no entienden.
P. Pero lo exigen también los ciudadanos, ¿no?
R. Es el drama: que esa política clickbait fije nuestra autoestima como ciudadanos. Me gusta hablar de gentrificación narrativa, porque muchas ciudades han sustituido la cohesión urbana por esa política y en parte nos hemos vuelto adictos. Ahora, el orgullo y la autoestima dependen de cómo nos miran en el mundo. Necesitamos saber que viene mucha gente a nuestra ciudad, necesitamos gustar. Cada vez más, medimos el éxito de nuestra ciudad en cómo se nos percibe
P. No en la calidad de vida
R. No, en el acceso al mercado inmobiliario, por ejemplo; o en la famosa correlación de la renta per cápita y la ciudad. Ahora se mide y se celebra el aumento del 10% anual de pasajeros en los aeropuertos, por ejemplo.
P. ¿Qué diferencia hay entre una ciudad turística y una para turistas?
R. Decía Joan Gaspar que es absurdo plantearnos más o menos turistas, esto es como la coca cola, lo que queremos es vender, cuanto más, mejor, como cualquier industria. Es un problema, sobre todo cuando la ciudad hace dejación de funciones y pone la alfombra roja solo para vender coca cola. Las ciudades no van a dejar de ser turistas. Ahora bien, deben ejercer de ciudad.
P. ¿Y cómo debe actuar?
R. Tenemos que exigir que las ciudades se midan de otra manera. No medimos la permeabilidad del beneficio del turismo. Ni pensamos en las externalidades negativas. Necesitamos que las promesas sean serias y dejar las pantomimas que solo se basan en los impactos mediáticos y económicos de los eventos.
P. Habla en su libro de dos ejemplos, las Olimpiadas de Barcelona de 1992 y la Expo de Zaragoza de 2008.
R. Nos hemos acostumbrado a vincular los grandes eventos a la mejora de las infraestructuras, como si los zaragozanos, por ejemplo, no la merecieran por sí mismos. Y el beneficio de ese evento se vincula a la autoestima, que lo justicia. Nos contamos mentiras y esas mentiras fabrican nuestra autoestima. Es un fenómeno global. Todas las ciudades están de moda, pero hay un punto más intenso en España. Seguimos bajos la sombra del beneficio simbólico de Barcelona, pero la propia literatura olímpica demuestra que fue un momento. Las ciudades intentan ser Barcelona 92 y fracasan.
P. Barcelona tiene graves problemas por la turistificación y su centro histórico se está despoblando de vecinos, como en otras grandes ciudades.
R. No deja de sorprender que los espacios más paradigmáticos de la ciudad son los que menos se parecen a la ciudad real. Las economías extractivas necesitan escaparates para poder operar. Esto lo vinculo a ese nuevo orden digital. Todo ocurre muy rápido y las ciudades han llegado tarde a regular, a tener estrategias sobre qué ciudad voy a tener si en menos de 10 años el número de visitantes se va a doblar. Algunas se han puesto las pilas.
P. No se priorizó la vivienda, por ejemplo
R. Es una consecuencia de ese nuevo orden. En 2008, Airbnb no existía. Aunque los apartamentos turísticos sean un factor más del problema y no el principal, forman parte de un cambio enorme. Los usos en las ciudades no son los mismos.
P. ¿Podría señalar una marca positiva y otra perniciosa de la ciudad?
R. Barcelona es la gran marca. Justo porque es de allí, Toni Segarra, el gran publicista, señala que una ciudad no puede tener los mismos códigos que una marca. El cliente no se dedica solo a comprar. Ibiza es una marca mundial, siempre de vacaciones. Pero los guardias civiles no quieren trabajar allí, porque no se lo pueden permitir. Puede que Venecia como marca esté en su mejor momento, como ciudad jamás había vivido tan poca gente allí.
P. Habla de la gentriansiedad
R. Nace de la instalación de la biblioteca Gabriel García Márquez en Barcelona, un atractivo proyecto que, sin embargo, podía provocar el temor entre los vecinos de ‘Cuidado que nuestro barrio se nos puede poner de moda’. La idea de la ciudad de los 15 minutos tiene buena intención, pero también tiene externalidades negativas, como el proceso de expulsión. Tener entornos bellos tiene consecuencias. Es muy frustrante que casi le tengamos que pedir a los ayuntamientos que no mejoren nuestro barrio, no vaya a ser que nos expulsen.
P. Destaca la importancia del tercer lugar (tras la vivienda y el trabajo), que desaparece de las ciudades...
R. Son lugares en los que te encuentras con gente que no es como tú. Ahora, vivimos menos en el espacio público. Las políticas públicas deberían generar puntos de encuentro. Las redes, aun reconociendo sus aspectos positivos, no son ese tercer lugar que pensábamos, nos arrinconan en lugares de convencimiento. No podemos caer en la deriva de creer que el problema está en las despedidas en los centros históricos con turistas con penes ortopédicos en la cabeza. El turismo se ha democratizado y ha llegado para quedarse, pero la solución creo que no puede pasar por que el turista se gaste más, una solución elitista. Podemos echar la culpa a la gente por viajar, pero esa no es la solución. Necesitamos anticiparnos y poner límites.
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