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“El fútbol es un fenómeno que explica cómo es la sociedad”

El periodista Vicent Molins analiza en el libro ‘Club a la fuga’ la desvinculación sentimental de ciudades y aficionados respecto a sus equipos de fútbol, con el Valencia como claro exponente.

Vicent Molins, en una imagen de la editorial.
Vicent Molins, en una imagen de la editorial.

El aficionado al fútbol ha pasado a ser un fan deslocalizado. Al paso que vamos, los estadios podrían quedarse vacíos. Cuando la clientela es global, los clubes ya no necesitan a su ciudad. Y al igual que ocurre con los centros históricos de nuestras urbes, que cada vez son más intercambiables porque viven asolados por el turismo masivo, la gentrificación y la proliferación de franquicias, nuestros clubes de fútbol también van perdiendo su identidad tradicional, gestionados por fondos buitre ubicados a miles de kilómetros de distancia. Si la ciudad expulsa a sus habitantes porque ya no los necesita, ¿por qué los clubes de fútbol no deberían hacer lo mismo?

Esa progresiva desvinculación emocional del aficionado respecto a su club ha sido exhaustivamente abordada por el periodista, geógrafo y publicista Vicent Molins (València, 1984) en Club a la fuga. Del equipo-ciudad a la airbnbización del fútbol (Barlin Libros, 2022), el primer libro en castellano (en forma de ensayo) que aborda este irreversible fenómeno, que es global, pero tiene en el Valencia CF un exponente paradigmático. Y parte de él. “El Valencia lo tiene todo”, cuenta el autor, porque dispone de “un millón y medio de habitantes en su área metropolitana, un 55% de aficionados al fútbol en su provincia que son seguidores suyos, algo que se da en muy pocos enclaves de España, y es un club con iconos diferenciales como Mestalla, el murciélago, Kempes o el grito de Amunt”.

La situación no es exclusiva: los clubes de élite del Reino Unido son modelos de gestión por parte de grandes inversores foráneos, pero la connivencia con la industria del ladrillo y la anterior identificación entre poderes locales y club, que se ha ido licuando con el tiempo hasta casi desaparecer, hacen del Valencia un espléndido ejemplo, extrapolable a muchos otros clubes. El estadio inacabado desde hace más de una década es su imagen más gráfica. Molins marca tres etapas diferenciadas, alrededor de 1994, 2004 y 2014.: “1992 es el año supernova, que decía Miqui Otero, en el cual València se siente agraviada por quedarse fuera de los fastos – Juegos Olímpicos, Expo, Capitalidad Cultural – , y es también cuando se convierte en sociedad anónima, como el resto de clubes, a excepción de Barça, Madrid, Athletic y Osasuna, lo que ya genera una desigualdad, y ese sentimiento de agravio lo capitaliza Paco Roig, un presiente-alcalde clásico de los 90, como eran Jesús Gil, Lorenzo Sanz o José María Caneda”.

Un sentimiento de afrenta que fue también aprovechado por el PP de Zaplana para erigirse en estandarte de un cierto localismo, y con el que el Valencia se identificó de pleno, hasta el punto de convertirse en su muleta: “El club entra luego en campaña y llega a emitir un comunicado contra el PSPV”. Estamos en el extremo opuesto al actual: la simbiosis entre poderes locales y club era total. Y esa fase había alcanzado su cénit en el balcón del ayuntamiento en 2004, cuando se celebran UEFA y Liga, poniendo broche al lustro más exitoso en la historia del Valencia CF. Al poco, entra en juego el ladrillo: “En 2004 el Valencia era estadísticamente el mejor club del mundo, pero ya con Juan Soler se emborracha de esa simbiosis con los poderes locales, que luego lo dejan tiritando, en una situación perfecta para que los fondos buitres vean que es una buena oportunidad para especular con él: recordemos que todos los pretendientes eran de fuera en 2014, que es cuando lo adquiere Peter Lim”.

Por el camino se producen situaciones tan rocambolescas como el intento de secuestro de Vicente Soriano y el estadio de nunca acabar, que iba a ser la envidia de Europa: “Es que el fútbol es el canario en la mina, y uno de los pocos fenómenos que nos quedan que conciten a tanta gente distinta y que nos explica como sociedad, y el hecho de que a mucha gente no le guste se debe a que le da miedo ese efecto espejo, no les gusta lo que ven en los estadios, y al fin y al cabo la afición del Valencia se parece a la sociedad valenciana pero lo tiene complicado porque a veces ha elegido mal: ha ido muy a la contra o se ha dejado llevar por el populismo”, sostiene Molins. “Pero hay 40.000 personas cada quince días en Mestalla, porque el aliciente es querer seguir estando: ante esta desubicación total, se trata de eso”, recalca.

Su libro no pretende ser un canto al “cualquier tiempo pasado fue mejor”. En absoluto. Se revuelve contra el cuñadismo del latiguillo del “odio al fútbol moderno”. Él cree que “en el fútbol basculamos entre la nostalgia y el apocalipsis, y decir que odias el fútbol moderno es una respuesta demasiado nostálgica y simple: no intento romantizar en el libro, sino presentar batalla argumental sobre el proceso de acumulación enorme que vivimos ahora, en el que entre siete u ocho se han repartido toda la tarta y las brechas entre clubes grandes y pequeños se han agrandado”. Se refiere a Goldman Sachs, Blackstone, Elliott y demás fondos de inversión. Un proceso en el cual el problema no es el país de origen, que Peter Lim sea de Singapur o los jeques sean de Arabia, sino el modelo, qué es lo que quieren hacer: “Hay que romper ese sentimentalismo, porque si el propietario es local y lo hace bien, genial, pero partimos de lo que decía Lim, y tenía razón: ¿qué han hecho los valencianos por el club? Estamos así por una negligencia del poder local, y cuando ya no dependes de él, entras en una ruleta rusa, en la que si te va mal, no te quedan resortes. A los aficionados del Manchester City les ha tocado la lotería. O al Leicester, con dueños tailandeses de gestión muy eficaz”, dice. El problema de los actuales gestores del Valencia es que “tienes que saber cómo son tus clientes para no errar, algo que aquí se mezcla con grandes dosis de soberbia y desconocimiento”.

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¿Se quedarán nuestros estadios vacíos, incluido Mestalla? “El único motivo por el que un propietario no quiere tenerlo sin público es por puro marketing, porque los estadios van camino de ser el verdadero croma, ya no dependen de la fuerza económica del día de partido, han pasado del cliente tradicional al consumidor desubicado”, argumenta. Tanto el Valencia como el resto de la serie media “quieren ser marcas globales, como los grandes, se han creído esa película, han comprado ese argumentario, pero el Valencia es un club provincial y no global: es como si Valencia como ciudad se empeñara en ser Nueva York, lo que conduce a que los clubes se salten la obligación de responder a un entorno local, un fenómeno al que los organismos reguladores, como la UEFA, llegan tarde”.

¿Son las manifestaciones de la afición contra Peter Lim un brindis al sol? ¿Algo naïf, abocado a la melancolía? “No, a veces somos demasiado exigentes con la grada, que lo que quiere es tener futuro, porque ya no hay nadie detrás de la puerta a quien poder decirle que se vaya a su casa, como antes; es que en el caso del Valencia ya no hay ni puerta”, afirma. El futuro se antoja un bucle de difícil salida, porque “la siguiente fase sería que un fondo oportunista venda a otro fondo oportunista: es muy difícil que Peter Lim venda al club al poder tradicional, que venga a sentarse con gente de aquí, con quien nunca ha necesitado sentarse”.

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