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El terremoto Zoo invoca una sensación de vacío

La disolución del grupo gandiense, el proyecto valenciano más exportable en décadas, simboliza el fin de un ciclo musical

Concierto de Zoo en el Palau de Sant Jordi en Barcelona.
Concierto de Zoo en el Palau de Sant Jordi en Barcelona.Javier Bragado

Conmoción. Cataclismo. Bajón. El anuncio reciente de que Zoo se disuelven ha generado cierto revuelo mediático y ha sumido a la escena musical valenciana (más aún a la que se expresa en valenciano) en un mar de dudas. La coincidencia con los parones —indefinidos— en la actividad de Smoking Souls, El Diluvi, Xavi Sarrià o Tardor, que además coincide en el tiempo con el cambio de signo político en nuestras instituciones, multiplica los nubarrones. Ningún músico valenciano había conseguido lo que Zoo: juntar a 8.000 personas en el Wizink Center madrileño y a 15.000 en el Palau Sant Jordi barcelonés. Fue en 2022. Eran el empeño musical valenciano con más repercusión exterior. Con muchísima diferencia. Ahora se despiden tras una década prodigiosa, que despegó en 2014 con los casi ocho millones de reproducciones de la canción Estiu, que se hizo viral a través de Youtube, y deparó tres álbumes en trayectoria ascendente, con giras por toda Europa, Palestina o Japón. Su cese de actividad abrocha también un decenio durante el cual la música en valenciano gozó de la suficiente visibilidad para que dejara de ser considerada por muchos (y era síntoma de ceguera) como un ejercicio de estilo: la normalización estaba ahí, en la enorme diversidad de un ecosistema creativo en el que cualquier lenguaje musical podía ser moldeado en la lengua propia. ¿Hay motivos para pensar que estamos ante el fin de una era?

El periodista y escritor Xavier Aliaga, quien lleva décadas siguiendo muy de cerca todo lo que se cuece musicalmente entre el Segura y el Sénia, entiende “el momento de cierta depresión” que ha sucedido a esta cascada de despedidas, porque además “no hay ningún otro grupo con la capacidad de convocatoria de Zoo”, pero relativiza el shock haciendo (buena) memoria: “Quiero recordar que Obrint Pas hacían giras por Japón y actuaban en campos de fútbol con el PP gobernando, entre finales de los 90 y los 2000, y que tras el drama de su disolución aparecieron Aspencat, quienes conectaban reggae y dancehall con la tradición valenciana, ya que el guitarró era parte esencial de su sonido, metiendo a cinco o seis mil personas en salas y festivales ya enfilando los 2010, y que cuando estos lo dejaron, aparecieron Zoo”, argumenta. Considera que “es normal que haya una sensación de vacío”, pero matiza que “tendría que ocurrir una catástrofe a nivel social para que alguien piense que la música en valenciano va a dejar de interesar a la gente”.

La transversalidad de Zoo quizá se explique por su bagaje previo y por su amplísimo cúmulo de referentes. Eran como un compendio de muchas de las cosas que habían prosperado en la escena previa. En su música se citaban el rap, el pop, la electrónica, el ska y resabios de la tradición folk valenciana. Se alimentaban del caldo de cultivo previo: su vocalista, Panxo, había pasado por Orxata Sound System; Arnau Giménez venía de La Gossa Sorda y Marcos Úbeda de Obrint Pas. Con todo, nada podía augurar una repercusión tan avasalladora. ¿Las claves? Xavier Aliaga da con una respuesta corta: “que son muy buenos”. Pero la larga tiene más jugo, claro, porque son muchos los músicos valencianos con talento que no trascendieron: “Con Estiu (2014) ya lograron esa aspiración de cualquier músico pop de condensar tres minutos perfectos con una melodía y una historia chula, en la que todo encaje, con textos que eran combativos pero nada obvios, algo muy difícil de conseguir, y que además eran auto referenciales, como ocurre en el mundo del hip hop, pero que a la vez conectaban con la gente y tocaban su fibra sensible, como pasó con La mestra, Correfoc o Carrer de l’amargura”, explica el periodista cultural. Y si a eso se le añaden “los muchos temas para romper las pistas, como Corbelles, Avant o Llepolies”, y “la amplitud de unos referentes que van del rap de la vieja escuela a guiños para gente muy joven”, ya tenemos la ecuación completa que explica lo mucho que han significado como ariete de toda una generación.

Consultado sobre si piensa que incorporaban elementos de la tradición valenciana de las bandas de los pueblos, como también hacían La Fúmiga, asiente, pero matiza que lo hacían “con un elemento de sofisticación inédito en los vientos”. De hecho, considera que “Tobogán es la única canción que podría competir con Mediterrània, de La Fúmiga, en el mundo de las charangas y las fallas”. Es la única que un servidor ha visto interpretada el pasado verano en todas y cada una de las ocho verbenas populares a las que asistió, y la única que Aliaga ha escuchado “cantar a unos obreros” mientras paseaba por su pueblo, Xàtiva, algo que no recuerda “de nadie que haga música en valenciano”. ¿Habrá relevo?, le pregunto. “Vamos a una escena con nombre de mujer: Sandra Monfrot, Titana, La Maria o Aina Koda, con una capacidad de convocatoria menor pero muy respetable, y seguro que también aparecerán unos nuevos Gener o unos nuevos Arthur Caravan”. Su predicción invita a cruzar los dedos. Con fuerza.

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