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La salsa resucita la sala de baile más antigua de Barcelona

Chelo Saoko triunfa en La Paloma apostando por una orquesta clásica afrolatina

Marcelo 'Chelo' Saoko
Marcelo 'Chelo' Saoko posa en la sala Paloma de Barcelona.Albert Garcia
Rodrigo Marinas

Marcelo Rosero fue muchas cosas antes que salsero. Desde la primera banda que tuvo a los 13 años pasó por el rock, la electrónica o el hip hop, fascinado por las improvisaciones vocalistas de Bob Marley y las guitarrísticas de Jimi Hendrix. Pero la salsa es el género que más ha marcado la carrera de este colombiano afincado hace dos décadas en Barcelona, con sus idas y venidas. La salsa le arruinó y le alejó de los escenarios varios años, pero también le hizo volver a subirse a ellos. Su último proyecto ha reunido en apenas un año a medio centenar de intérpretes de toda Latinoamérica y Cataluña para regenerar la escena salsera en la ciudad. Han sobresalido con una fórmula poco común en la música en vivo: una gran orquesta por todo lo alto.

“Déjate de pendejadas y dedícate a la música”, se dijo Rosero a los 40 años después de un tiempo dedicándose a la hostelería y la programación de varias salas de la ciudad. Después de que la pandemia le tirase por tierra su última apuesta empresarial en un local del Raval, reunió todo el material musical que había trasteado durante años en su ordenador. Admite que la salsa siempre impregnó el paisaje del Cali de los ochenta donde creció, donde “sonaba a todo trapo” en escenas como fiestas familiares o autobuses, donde componía en su cuaderno sus primeras letras. Así se rebautizó como Chelo Saoko, nombre del primer álbum en solitario que lanzará a finales de año.

La voz siempre fue “el primer instrumento” para este cantante, tanto como en el coro de los claretianos donde comenzó a los nueve años como para bocetar arreglos de trompetas en sus composiciones. De adolescente pasó a coquetear con las congas, los bongos y todo tipo de percusión que se le ponía por delante en Cuba, donde estudiaba teatro. Lejos de la imagen de un trovador solitario como Silvio Rodríguez, Rosero se encaminó a liderar una banda de una decena de músicos como Héctor Lavoe. El güiro o las maracas que maneja con soltura siempre le acompañan cuando “pregona”: “Son imprescindibles para hacer caminar a la orquesta”. Si la salsa es “un gran árbol sembrado en distintas tierras”, Rosero no teme en señalar que Cuba es la “semilla” de este género caribeño nutrido en toda Latinoamérica, con viajes de ida y vuelta con África y al que se le dio forma en Puerto Rico y Nueva York.

La sección de vientos de la Afro Latin Jam All Star en La Paloma de Barcelona.
La sección de vientos de la Afro Latin Jam All Star en La Paloma de Barcelona. Sebastián Peinado

Precisamente Rosero concibió la Barcelona de los 2000 a la que llegó siendo un chaval para formarse en en el Taller de Músics como esa Nueva York de los años sesenta. “Había una riquísima fusión de músicos de todas partes del mundo, pero ninguno propiamente salsero, salvo algún combo cubano”. En ese ecosistema se produjo una “movida latina” incipiente en el Raval, donde se instaló con otros artistas paisanos con los que hacía descargas que evolucionaron conciertos para amenizar las noches de la Sala Antilla, la primera salsoteca de Barcelona que en 2023 cumple 30 años abierta.

En ese barrio del centro de la ciudad se ubica La Paloma, donde las Afro Latin Jam All Stars capitaneadas por Saoko sumergen a sus 1.000 espectadores de aforo en un viaje al Puerto Rico de hace medio siglo, como un espejo de la mítica Fania All Stars. “Es como meterse en una escena de El Padrino II”, comenta Daniel Gómez, estudiante de cine que ha descubierto estos conciertos mensuales. Pero esta formación venía de llenar cada jueves las 200 personas de aforo del Marula Café. La Paloma, que presume de ser la sala de bailes más antigua de Barcelona (1903), lleva desde mayo luchando por su reapertura después de 16 años cerrada. El recinto de la calle Tigre se caracterizó por difundir los ritmos latinos cada fin de semana, y en los 2000 por los Bongo Lounge que han recuperado de la mano de los Dope Brothers que fusionan house, disco y funk en una sola noche.

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En sus sesiones salseras conviven dos tipos de público totalmente distintos; desde la pareja que hace acrobacias hasta el señor mayor que se queda apostado en un lateral moviendo la cabeza. A los bailarines experimentados -con coreografías acostumbradas al DJ- quiere desafiarles metiendo de repente “un solo de trombón de varios compases”, para que den “un paso más allá en su relación con la música y que no se crean los reyes del mambo”. En el otro extremo también acogen a aquellos amateur -o quienes no han oído salsa en su vida-. Su espíritu es bromear con la frase “si eres europeo no tienes sabor”, pero dejándoles unirse a la fiesta como uno más: “Hemos huido del gueto latino. La salsa tiene una fuerza acogedora muy grande. Vente y goza como quieras”.

Antes de que les ficharan en la Paloma, esta orquesta incipiente rodó por el Marula desde inicios de 2022, recaudando únicamente en base a las entradas vendidas. “El proyecto no iba a salir a no ser que saliera un mecenas loco salsero millonario”, sin patrocinios ni subvenciones: “Todos metimos el pecho”, y les salió bien. Ahora Saoko pretende que ese colectivo de unos cincuenta músicos que va rotando semanalmente germine en diferentes bandas como ocurrió con La Sucursal S.A., la super banda afrolatina que fundó en 2004 y que tuvo una exitosa vida de casi una década desde Barcelona por todo el “underground internacional” de la salsa. Uno de sus mayores orgullos es haberse colado en un canon salsero que se pirateaba en un USB con clásicos de Héctor Lavoe, Eddie Palmieri o Rubén Blades. Su tema No te puedo querer resonaba junto a sus ídolos músicales. No le va a faltar trabajo a Saoko a la vuelta de verano: transportará sus jam sessions semanales a la sala La Chismosa (Escudellers, 5) y seguirá con La Paloma, entre otros proyectos que persiguen consolidar lo que él siempre ha defendido: que Barcelona es la capital europea de la salsa.

Una vuelta a las raíces salseras

Antes del “furor” de la música latina en Barcelona durante los años ochenta, tanto en discográficas como en discotecas, la ciudad tuvo un gran precedente con la rumba catalana: Peret en los años cincuenta con el mambo del cubano Pérez Prado o Gato Pérez con la fusión salsera, señala Isabel Llano, doctora en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona con una tesis sobre su evolución en la capital catalana. La investigadora indica que hubo otro “boom” en los años 2000 coincidiendo con la ola de migración latinoamericana y los congresos de salsa. Pero en 2013 se produjo un punto de inflexión en una escena progresivamente erosionada: “La Sala Antilla, la primera salsoteca de Barcelona, dejó de programar música en directo por un DJ”, y le siguieron otros locales. Para Llano, el proyecto de Rosero “conecta con el espíritu original de la salsa: la improvisación”, aquella que se respiraba en el Palladium de Nueva York durante los años sesenta.


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