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Guerra en Ucrania
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Guerra cultural

Estamos con Ucrania, claro que sí, lo estoy. Pero no estoy con esta ola de cancelación y boicot a la cultura rusa

Mercè Ibarz
El escritorio del callcenter, donde reciben donaciones de todo el mundo, a 2 de marzo de 2022, en Lviv (Ucrania).
El escritorio del callcenter, donde reciben donaciones de todo el mundo, a 2 de marzo de 2022, en Lviv (Ucrania).Pau Venteo (Europa Press)

Escribo desde la duda, hablo sola, mido palabras, me pregunto cómo entender y afrontar las cosas. No sé si les pasa lo mismo: no estoy nada segura de la guerra cultural en curso, de la batalla institucional que con prohibiciones y bloqueos de artistas y actividades vocea el rechazo a la agresión rusa de Ucrania. Es para mí una quiebra cultural, polución ideológica. Estar con Ucrania no debe significar estar contra la cultura rusa, pero es lo que está sucediendo. Me parece una muestra más de la ‘hipocresía convencida de sus derechos’ de la que alertó el poeta René Char al acabar la segunda guerra mundial y avistar, tras ser él un verdadero resistente, que aparecerían de inmediato tantos resistentes de salón. Las mismas instituciones dirán después que la cultura es un puente y un arma de paz, y usarán la palabra arma sin rubor.

No escribo desde el pacifismo entendido como solución mágica y pensamiento no menos mágico. En esta guerra, en cualquier guerra de las muchas vigentes, eres pacifista si la guerra te toca a ti y decides eludirla o combatirla con palabras y no con armas ni imágenes falsas. Ser pacifista cuando los misiles atacan a los demás es fácil, lo difícil es serlo cuando te atacan a ti, misiles, bombas o gases de todo tipo, cuando te abren en canal y te dejan acuchillado. Un pacifista es un desertor de las formas de vida que conducen a la guerra, y eso no cae bien a casi nadie. Hay que tener mucho coraje para serlo.

No es nuestro caso. No somos ucranianos, no somos rusos, no nos debatimos entre resistir, desertar o matar. Pero tomar partido es de rigor: aunque no son nuestras ciudades las destruidas, sí lo está siendo nuestro mundo, que entra en otra fase. La llamaremos otra fase geopolíticoeconómica, pero muchos nos tememos que será un cambio de civilización.

Desde este rincón del mapa tomar partido es sencillo. Apoltronados en casa, intentamos en el mejor de los casos descartar imágenes falsas que nos engañen, listos que somos, primer mundo encantado de haberse conocido. Estamos con Ucrania, claro que sí, lo estoy. Pero no estoy con esta ola de cancelación y boicot a la cultura rusa. Mientras escribo no sé aún si este mismo sábado (dentro de dos días, cuando este artículo se publique) mantendré un encuentro digital con alumnas de lengua y literatura catalanas de la Universidad Estatal de Moscú a propósito de Montserrat Roig, bajo el paraguas del Instituto Ramon Llull. Deshacer acuerdos de cooperación que han costado décadas puede ser ahora un argumento de guerra. Pero cuando sea que esta guerra acabe y a no ser que creamos que Rusia no existirá más, lo que de por sí no es nada inteligente, poco podrá ser la cultura un arma de paz si ahora negamos el pan y la sal a la rusa. Mejor reconocer que la cultura es un arma de guerra más, dejemos de maquillarla con aderezos y sofisticaciones pacifistas. ¡Fuera Tolstói!


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