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“Los daños colaterales de la pandemia están por venir”

El centro de salud del barrio del Besòs de Barcelona sortea la segunda ola haciendo malabares para tratar la covid-19 sin desatender otras patologías

Jessica Mouzo
En la imagen, el doctor Gerard Suárez atiende a Rafael, de 96 años, que está acompañado de su cuidadora, Ana.
En la imagen, el doctor Gerard Suárez atiende a Rafael, de 96 años, que está acompañado de su cuidadora, Ana.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Rafael no se quita el sombrero ni en la consulta. Ana, su cuidadora, se lo levanta apenas un momento para que el médico le realice un test de antígenos. Por la auscultación previa, parece una reagudización de su cuadro respiratorio habitual, pero lleva un tiempo con tos y hay que descartar la covid-19. En un consultorio del centro de atención primaria (CAP) Besòs de Barcelona, el anciano, de 96 años, se revuelve enfadado en la silla de ruedas cuando el doctor Gerard Suárez le toma una muestra nasofaríngea. “No he tosido en toda la noche. He venido aquí porque me han traído”, protesta contrariado mientras abandona la consulta antitabaco, ahora reconvertida en espacio covid.

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La pandemia no ha dado tregua a la atención primaria, puerta de entrada al sistema sanitario. Desde los primeros meses, cuando el aluvión de pacientes con sospecha de covid-19 obligó a frenar la actividad habitual de los CAP, hasta el verano, en el que la atención primaria asumió también el rastreo y control de casos y contactos. La segunda ola ha pillado a los profesionales de los CAP más experimentados con la covid-19, pero también más exhaustos. Ahora, hacen encaje de bolillos para llegar a todo: atender el goteo de pacientes con sospecha de infección por coronavirus, consultar otras patologías y recuperar aquellos enfermos sin covid-19 que la pandemia ha hecho esperar.

“Las consecuencias de la pandemia, los daños colaterales de la covid-19 están por venir todavía”, advierte Marisol Mayorga, enfermera y directora del CAP Besòs. La pandemia obligó a dejar de lado a muchos pacientes con otras patologías y los profesionales temen el impacto de esas demoras en la atención. Máxime en un barrio de alta complejidad como el Besòs, donde la crisis sanitaria confluye con otra económica en una tormenta perfecta que pone contra las cuerdas la salud de muchos vecinos.

Ahora que estamos más tranquilos, se están repescando todos los pacientes diabéticos. En mi consulta, los análisis que estamos haciendo de los pacientes están peor que los últimos que se habían hecho. Realmente sí ha habido un empeoramiento de su situación”, señala Roser Masa, médica y adjunta a la dirección del centro. En un barrio socialmente deprimido, “donde los ERTE han hecho mucho daño”, admiten los sanitarios, la ansiedad es ya el primer motivo de consulta. Nadie se libra de los daños colaterales de la pandemia. “Y en la población mayor está habiendo un deterioro cognitivo. Estar encerrados, no tener centros cívicos adónde ir, no tener relaciones sociales, esa falta de red social al no poder salir a la calle... Todo eso ha implicado que se acelere el deterioro cognitivo”, tercia Mayorga.

Encajonada entre varios bloques en pleno centro del barrio, la puerta de entrada del CAP marca el doble circuito de entrada en urgencias: patología respiratoria, a la derecha; otras dolencias, a la izquierda, bajo las escaleras. Hay que prevenir contaminaciones cruzadas y, en el lado covid, el centro ha habilitado una salida de emergencia para que entren por ahí los contactos estrechos de casos positivos a hacerse las pruebas diagnósticas. El CAP Besòs, en el que trabajan 76 profesionales, es el centro de referencia para 26.000 vecinos de un barrio que las ha pasado —y las pasa— canutas. Si el índice de renta medio de Barcelona es 100, el del Besòs es 60,4. El paro es del 11% y un tercio de la población del vecindario son migrantes.

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En la zona no covid, la enfermera Isabel Martínez atiende a Joana López, de 24 años. Tiene una infección de orina. “Tampoco hay tanto colapso. Yo he llamado y me han atendido rápido”, asegura la joven. Pero los profesionales temen que, con la pandemia mediante, no estén llegando a todo el vecindario. Sobre todo, tras meses de atención preferentemente telemática para reducir los riesgos de contagio. “No hemos sabido transmitirles que estamos abiertos y estamos aquí. Que pueden venir y los podemos visitar. Hemos apostado por hacer visitas presenciales, pero no se cubren. Por desconocimiento y por el miedo de algunos pacientes, que no consideran que esto sea un espacio seguro”, lamenta Mayorga.

La covid-19 no es lo que más preocupa en este CAP de Barcelona. Visitan unos 40 pacientes con patología respiratoria y hacen una treintena de pruebas diagnósticas a contactos estrechos cada día. Pero los grandes problemas siguen siendo otros. “La covid más o menos la tenemos controlada. Nos preocupa más el resto de la población. Que el trabajo que estábamos haciendo, se pierda”, apostilla Masa. Se refiere a la atención comunitaria, los programas preventivos como Salut i Escola o las consultas antitabaco. “Si enfocas todo a covid, olvidas todo el resto. Hay que poner énfasis en el paciente crónico, la diabetes, la hipertensión”, insiste Sergi Castellá, referente de gestión y servicios del centro.

Poder seguir atendiendo correctamente a pacientes complejos, como Rafael, que tiene mucho más que una sospecha de covid-19, es clave. Incluso en pandemia. “Ha llegado el momento de que la covid-19 se adapte a nosotros y no nosotros a ella”, zanja Mayorga.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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