“No quiero ni pensar que nos vuelvan a encerrar en casa”
Entre controles policiales y un hospital que nota ya la presión de nuevos contagios, los vecinos en la Lleida confinada temen más restricciones
En la calle mayor de Lleida, la vida no es como la de otros domingos. La gente pasea a más de 30 grados con mascarilla. Es el primer festivo de rebajas con los comercios abiertos desde que empezó la pandemia, pero lo que ha trastocado la vida de la ciudad ocurrió el sábado, al convertirse en la primera capital —junto al resto de la comarca del Segrià, donde viven 210.000 personas— que ha tenido que ser confinada por los nuevos contagios tras la desescalada. La población solo puede desplazarse dentro de los 38 municipios de la zona. Así será durante las próximas dos semanas.
Este domingo, mientras algunos iban de compras pese al paso atrás sanitario, las camareras de la cafetería Kopp consultaban en el móvil las últimas noticias. “Como nos cierren en casa no sé qué voy a hacer con mi madre. Ya no aguantaba más”, advierte una. La otra le contesta: “¿Y nos volverán a meter en un ERTE?”. Nadie tiene respuestas.
La consejera de Salud de la Generalitat, Alba Vergés, ha anunciado que el confinamiento en esta zona puede ser solo el primer paso a otras medidas más restrictivas, como la vuelta al encierro obligado dentro de los domicilios. Todo ha ido muy rápido después de que en la última semana se detectaran casi 400 casos nuevos. Tan precipitado ha sido, que el alcalde de Lleida, Miquel Pueyo, se enteró de que iba a haber un confinamiento “30 minutos antes” que el resto de la población, cuenta. De hecho, asegura, el viernes tuvo un encuentro con Vergés y nada le hizo sospechar que 24 horas más tarde la Generalitat iba a ordenar el cierre. Pueyo, de ERC, recibió el aviso del vicepresidente de la Generalitat, el también republicano Pere Aragonés, minutos antes de que se anunciara el confinamiento al resto de la población. El regidor cree que debía haberse informado con más tiempo para facilitar la movilidad de sus vecinos.
En Torrefarrera, a siete kilómetros de la capital, hay un mercadillo al aire libre muy popular donde regatear, comprar fruta, vestir barato y disfrutar de la gastronomía de bares de polígono industrial donde, como en muchos puntos del oeste de Cataluña, no puede faltar el sórdido club de carretera que en esta ocasión se llama Punt X. “El sábado recibimos un email del Consistorio informando de que las paradas de ropa no podían instalarse”, dice Cristina Armengol, mientras vende plantas. De los 270 puestos que hay normalmente, este domingo apenas superaban el medio centenar. “Este año está siendo un verdadero drama. Han ido cerrando mercados y justo ahora que se volvían a abrir volvemos para atrás”, se queja Armengol, responsable de los Viveros Santos.
En la rotonda de Torrefarrera, dirección a Lleida, tenía lugar uno de los 25 controles de los Mossos d’Esquadra para que se cumpla el confinamiento. “¿Dónde va? Documentación”, requieren los agentes que impiden entradas y salidas de la comarca y dan información: “A partir de este lunes si tiene que trabajar fuera del Segrià, deberá llevar impresa la autorización de su empresa”.
En el centro de Lleida, recostados en las aceras, siguen esperando su oportunidad centenares de temporeros. Los mismos a los que algunos acusan de haber propagado la enfermedad, ya que, al vivir en la calle, en un polideportivo o en un piso patera no es fácil respetar las distancias de seguridad. Josep Maria Muñoz es uno de los vecinos del centro histórico: “Las Administraciones no han hecho nada en la última década. Y a los problemas de otros años hay que sumar el coronavirus”, advierte Muñoz. El vecino, que pertenece a la plataforma Som Veïns, se queja de la situación. “Cada año vienen a Lleida centenares de temporeros y acaban malviviendo en la calle. Además, el Ayuntamiento los arrincona en este barrio de gente humilde y recién llegada”, lamenta Muñoz, quien cree que, de seguir así, será imposible frenar los contagios.
El hospital de la provincia es el Arnau de Vilanova. El mismo centro sanitario que tras el rebrote necesitó que, el viernes, se instalara un hospital de campaña en parte del aparcamiento de la infraestructura. Oriol Yuguero es uno de médicos del servicio de urgencias del centro sanitario que ha revisado la avalancha de nuevos contagiados. “En urgencias atendemos cada día entre 200 y 240 personas. El problema es que con la covid a esos casos se les suman 40 o 50 personas más diariamente y acaba tensionando demasiado la capacidad del hospital”, destaca.
El doctor es muy crítico con el comportamiento de los pacientes: “Hemos visto personas que se hacen las pruebas porque presentan síntomas y en las 24 o 48 horas que tardan en recibir los resultados definitivos se van a hacer cenas, comidas y vida social inimaginable. Al final, por cada irresponsable de este tipo aparecen 15 contagios nuevos. En las últimas semanas, cada vez que llega una persona con fiebre, dolor de cabeza y diarrea… hacemos un frotis y siempre sale positivo”.
Temporeros
A nadie se le escapa que otro factor que influye en la expansión del virus está relacionado con la población más vulnerable. “Los temporeros tienen una percepción de la salud muy diferente. Ellos necesitan trabajar y saben que si detectan que están enfermos no les darán trabajo. Acaban tomando paracetamol para controlar la fiebre y yendo a trabajar”, lamenta Yuguero.
Carles ha bajado con su hija al parque que hay junto a la Subdelegación del Gobierno en Lleida. Llevan un gato recién nacido, al que le han puesto un arnés y con el que juegan. “Este gato nació en la cuarentena. Parece que ha pasado una eternidad pero la recuerdo perfectamente. No quiero ni pensar que nos obliguen, otra vez, a encerrarnos en casa. Nos va a dar algo. Mira que ni siquiera se han abierto las piscinas y aquí en verano superamos los 40 grados”, se desahoga.
Durante la tarde, los leridanos vuelven a tomar la calle Mayor. La mascarilla ya forma parte del complemento en la vestimenta. Muchos han huido a las segundas residencias en las playas de Tarragona. Los que no han tenido más remedio que quedarse, junto con los temporeros que malviven en esta parte del oeste de Cataluña, asumirán lo que decidan por ellos las curvas sanitarias.
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