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LAS CONSECUENCIAS DE LA DANA

Mazón huye perseguido por sí mismo

La presencia del presidente valenciano despierta ya una ola de animadversión entre sus vecinos, y su marcha, alivio entre los suyos

El presidente de la Generalitat valenciana Carlos Mazón a su llegada al centro de Coordinación Emergencias.Foto: Kai Forsterling (EFE) | Vídeo: EPV

El PP es un partido tan acostumbrado a soltar lastre en pleno vuelo que ya dispone de un manual de instrucciones. No hace falta más que un poco de memoria y otro tanto de atención para averiguar quién está a punto de caer en desgracia y quién, directamente, ya está sentenciado. La primera señal es quitarle el nombre para marcar distancias, a veces de una vez: otras, poco a poco. Cuando Mariano Rajoy se dio cuenta de que, o tiraba por la borda a Luis Bárcenas o se estrellaría con él, se refirió al extesorero como “esa persona de la que usted me habla”. Ayer, cuando el portavoz del partido, Borja Sémper, habló del “señor Mazón” ya le estaba quitando de una vez el nombre de pila y el cargo, o sea, el cariño y la graduación, la placa y la pistola.

Tal vez para evitar su muerte política, o para morir matando, el presidente valenciano optó ayer por cambiar de estrategia de comunicación. Salió del reservado que fue su ruina y anunció que se dejaría ver en tres sitios a lo largo de la mañana. A las 9.00, asistiría a la reunión del centro de coordinación de emergencias —allí donde llegó tres horas tarde el día de la riada aún no se sabe del todo por qué—; a las 11.30 visitaría las obras en la autovía CV-33; y a las 12.15 inauguraría en la localidad de Torrent —gobernada por una alcaldesa del PP— un servicio de autobuses lanzadera con Valencia. No había que ser un lince para sospechar que una agenda así era imposible de cumplir en una ciudad cercada por decenas de calles cortadas, puentes caídos, atascos de tráfico a traición, miles de personas intentando rescatar sus vidas entre el barro que se va convirtiendo en polvo y otros miles que, llegados de fuera y por tanto desconocedores del entorno, le piden un milagro al navegador cada vez que arrancan el coche. La estrategia, además, tenía truco. Su gabinete advirtió de que solo haría declaraciones en la CV-33, o lo que es lo mismo, en medio de una carretera cortada a la que solo podrían acceder los periodistas que fueran dentro del corralito que montan algunos jefes de prensa para tenerlo todo atado y bien atado.

En su libro Mortal y rosa, Francisco Umbral escribió: “La gloria, la fama, la popularidad, el renombre, el simple prestigio se acaban a la vuelta de la esquina. No soportan un trayecto de autobús al extrarradio, el viaje de un tren de cercanías. Uno es importante a condición de no moverse del sitio. En cuanto cruzas la calle estás perdido. Se desea llegar a otra ciudad para recobrar todo lo que hemos ido perdiendo por los campos, inmensos, verdaderos, ajenos”. Está claro que Umbral se refería a un mundo que ya no existe —el libro fue publicado en 1975—, pero, por lo sucedido estos días en Valencia, Mazón necesitaría un mundo así para poder seguir huyendo de su fama, de sí mismo. En cuanto el presidente se acercó a un sitio habitado —la parada de autobús en el centro de Torrent—, se encontró con su realidad. Un grupo de personas lo increpó con las mismas palabras gruesas que los manifestantes del sábado en Valencia dejaron escritas en la puerta del ayuntamiento, y que lo hacían directamente responsable de las muertes.

Debo admitir que, alérgico a los corralitos, preferí llegar al acto de la CV-33 a través de la autovía cortada, y eso me permitió seguir a la comitiva oficial hasta el centro de Torrent. Allí ví y grabé con el móvil dos circunstancias que, más allá de los deseos de Feijóo, dan por sentenciado a un político. La primera, el enfado instantáneo que provocó su presencia entre sus vecinos; la segunda, el alivio que sintieron los dirigentes locales del PP cuando Mazón se metió en el coche y se fue. La visita duró cinco minutos, pero el aún presidente se llevó puestos algunos de los insultos que nadie querría escuchar.

Decía Umbral en su libro que no hay que aspirar a la gloria, ni siquiera a un olvido grandioso: “No. Un olvido pequeño. Quedar, no como una estatua o una farola, sino como un enigma, como un nombre que suena no se sabe de dónde ni de qué”. Ni a eso puede aspirar ya “el señor Mazón”.



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