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El submarino español ‘Isaac Peral’ empieza a navegar, pero a medio gas y con diez años de retraso

Navantia entrega a la Armada el sumergible S-81, a la espera de que llegue su sistema de propulsión definitivo y misiles de ataque a tierra que sustituyan a los previstos Harpoon

El submarino S-81 'Isaac Peral', el pasado 17 de noviembre frente a las costas de Cartagena (Murcia) durante la realización de sus últimas pruebas de seguridad en el mar antes de ser entregado este jueves a la Armada.Foto: MARCIAL GUILLÉN (EFE) | Vídeo: EPV
Miguel González

El 25 de marzo de 2004, tres semanas antes de que José Luis Rodríguez Zapatero se mudase a La Moncloa desalojando a José María Aznar, el Ministerio de Defensa firmó la orden de ejecución de los cuatro nuevos submarinos de la clase S-80; el primero de los cuales debía ser entregado en 2013. Este jueves, diez años después de lo previsto, la Armada recibirá en Cartagena (Murcia) la primera unidad de la serie, el S-81 Isaac Peral.

Muchas cosas han cambiado en estas casi dos décadas; entre otras, el precio. El coste del programa se cifraba inicialmente en 1.750 millones de euros, posteriormente se fijó en 2.135 y ha terminado en 3.907. También el tamaño: el S-81 mide 81 metros de eslora y pesa 2.965 toneladas; 10 metros y casi 800 toneladas más que el proyecto inicial.

De las múltiples peripecias que ha debido superar el submarino, la que estuvo a punto de hundirlo se descubrió a finales de 2012: un sobrepeso de 125 toneladas que afectaba a su flotabilidad. Fue fruto de un error de cálculo, pero también de un exceso de confianza. Dos años antes, el astillero público español Navantia había roto con su socio francés, DCNS, con el que construía los submarinos Scorpène, por diferencias en el reparto de la carga de trabajo, y se lanzó a hacer lo que nunca había hecho: diseñar un submarino en solitario. Hubo que tragarse el orgullo y pedir ayuda a una firma americana, Electric Boat, que se embolsó 14 millones tras aconsejar que, para equilibrar el peso, lo mejor era alargarlo.

Con todo (retraso, sobrepeso y sobrecoste), los expertos consideran que poner a navegar un submarino de diseño español es un hito cuyo precedente hay que buscar en el Peral, el sumergible eléctrico botado en 1888 y conservado en el museo de Cartagena, cuyo inventor da nombre al S-81. “La complejidad técnica de un submarino solo es comparable a la de una nave espacial, por eso hay solo una decena de países que los diseñen y España entra en ese selecto club”, sostiene con orgullo un ingeniero naval.

El S-81 es un buque marca España y, por tanto, apto para la exportación, salvo los equipos de fabricación extranjera; como algún sonar y el sistema de combate, de la compañía estadounidense Lockheed Martin, que se vende por separado. Aunque el sumergible ya se ha sometido a pruebas de esfuerzo —el pasado 17 de octubre navegó a la máxima cota operativa— fuentes industriales reconocen que la hora de la verdad llega ahora, cuando la Armada lo tome bajo su mando y lo pruebe en maniobras y ejercicios. “Tú puedes diseñarlo para reducir la firma magnética y acústica, la del radar y la infrarroja, pero solo sabes si es realmente discreto cuando se sumerge e intentas localizarlo”, explica un veterano marino.

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Para que sea totalmente discreto habrá que esperar al menos a 2026, cuando se entregue la tercera unidad, el Cosme García. Será el primero que incorpore de serie el nuevo sistema anaeróbico AIP (propulsión independiente del aire), basado en pilas de combustible alimentadas con hidrógeno producido a bordo a partir de bioetanol. A los dos primeros submarinos se les incorporará el AIP cuando entren en dique seco para su primera gran carena, una profunda revisión ya programada. El nuevo sistema permitirá cargar las baterías en inmersión y pasar tres semanas sin salir a la superficie, lo que le convertirá en un submarino a mitad de camino entre los convencionales y los nucleares. Otros sumergibles, como el U-212 alemán, también emplean hidrógeno, pero lo llevan a bordo almacenado, lo que eleva el riesgo de accidente.

Todas las pruebas realizadas hasta ahora indican que el AIP BEST, como se denomina el sistema español, va a funcionar. Es imprescindible que lo haga, pues un submarino del tamaño del S-80 no resultará competitivo si, como pasa con los de propulsión convencional e inicialmente con el S-81, tiene que salir periódicamente a la superficie (cota periscópica) para recargar baterías.

El AIP no es lo único que le falta al Isaac Peral para desarrollar todas sus capacidades. Cuando la Armada planteó la necesidad de contar con un nuevo submarino, le encomendó las siguientes misiones: proyección del poder naval sobre tierra, guerra naval especial, protección de una fuerza naval, protección de una fuerza desembarcada, vigilancia y disuasión. Sus sistemas de armas, incluidos los de guerra electrónica, están orientados a su cumplimiento. Para ello, el S-81 dispondrá de torpedos y minas. Lo que no tendrá, al menos por ahora, serán misiles de ataque a tierra, los que le capacitan para cumplir la primera de las misiones encomendadas.

Estaba previsto equiparlos con la versión para submarinos del misil Harpoon (UGM-84), con un alcance de 277 kilómetros, y la empresa Boeing ganó hace dos años un contrato de 4,5 millones para integrarlos en el S-81. Sin embargo, una vez que la Navy ha prescindido de ellos, la compañía estadounidense ha decidido que ya no le es rentable producirlos y España, como otros países occidentales, se apresura a buscar una alternativa.

Defensa ha adquirido misiles NSM, de la empresa noruega Kongsberg, para sustituir a los Harpoon en las fragatas F-100 y F-110 y estudia la viabilidad de integrarlo en el S-80. El problema no es que su alcance sea algo menor (185 kilómetros), sino que se trata de un misil diseñado para lanzarlo desde buques que no se ha usado hasta ahora desde submarinos, lo que requiere encapsularlos y adaptarlos. Los S-81 también podrían lanzar misiles Tomahawk, pero eso son palabras mayores, tanto por su alcance (unos 1.600 kilómetros) como por su coste (unos 750.000 dólares la unidad) y el Gobierno nunca ha dado el visto bueno.

Los marinos que ya han navegado en el Isaac Peral —su dotación la forman 32 tripulantes y ocho efectivos de operaciones especiales— aseguran que es un buque “noble y fiable, que se comporta muy bien”. Durante el periodo de garantía de un año, la Armada probará el S-81 y advertirá de los fallos y deficiencias que detecte (habituales en un sistema de nuevo cuño), solo al final del mismo lo dará por operativo y lo ofrecerá a la OTAN. Mientras, la defensa submarina de España seguirá descansando en el veterano Galerna, una nave con 40 años de antigüedad que ha sido remozada para que navegue otro lustro bajo las aguas.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.
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