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El pueblo que negó al maestro que prometió el mar

Una asociación de Bañuelos de Bureba (Burgos) recupera la memoria de Antonio Benaiges, profesor fusilado por el franquismo

Javier González y su esposa, Choni, en la escuela de Bañuelos de Bureba (Burgos).
Javier González y su esposa, Choni, en la escuela de Bañuelos de Bureba (Burgos).Fernando Domingo-Aldama
Juan Navarro

Las burras también tienen memoria, le explicó el maestro a José, porque el rucio se vengó de que el niño le pinchara con la aguja de un gramófono. A Paula y “a la Felipa” se les “cascó” el dulce que le trajo su padre de Briviesca y les dio mucha risa. Florentina una vez vio un tren y calculó que sería de largo “como desde aquí a la fuente”. Baldomero presumía de haber asado 20 patatas, aprovechado 16 y agasajado con dos al maestro, a quien le gustaban “muy calientes”, mientras este trabajaba en la imprenta. Estas aventuras y aprendizajes infantiles se publicaron en la artesanal revista escolar de Bañuelos de Bureba (Burgos), coordinada por el maestro catalán republicano Antonio Benaiges. Tales andanzas aparecieron en el número de enero de 1936. Faltaban siete meses para que Benaiges fuese apaleado, exhibido por el pueblo y fusilado en el páramo. Lo condenaron sus modernos métodos de enseñanza y lo ajusticiaron los franquistas.

El cuerpo del docente nunca apareció pero su legado educativo vive tras décadas de olvido y miedo. El frío azota las mudas calles de Bañuelos, se cuela por los goznes de las ventanas y atraviesa el agujero de una gruesa llave de hierro en la cerradura de una vieja vivienda abandonada, como invitando a que alguien la ocupe. Al final de la calle Mayor emerge una casona de piedra con una placa blanca de letras azules. “Escuela pública”, reza el edificio donde vivió y educó Benaiges dos cursos tras llegar allí en 1934. Los muros de piedra y el portón centenario preceden a una sala presidida por una gran reproducción de una foto de la época: 16 niños, algunos sentados y otros de pie, miran a cámara. Hay tantos críos como vecinos quedan hoy en Bañuelos. Unos llevan largos leotardos, las niñas lucen abrigos de anchas solapas y el contraste de alturas evidencia las distintas edades de aquella aula rural. Detrás, alto, solemne, el profesor que les prometió ver el mar en su Montroig natal, en Tarragona. Los alzados lo impidieron. Su sustituta, una profesora falangista.

Javier González y su esposa, Choni.
Javier González y su esposa, Choni.Fernando Domingo-Aldama

Ascensión Rojas y Javier González, de 68 y 66 años, observan la imagen. La original apareció “en el palomar” de Antonio García, un exalumno ya fallecido. Ella sonríe nostálgica, él reniega con la cabeza. La mujer estudió allí de pequeña, antes de marchar a Madrid y conocer a su marido. Nunca oyó nada, más allá de comentarios inconexos, sobre el represaliado. El temor cundió en Bañuelos tras el alzamiento fascista del 18 de julio de 1936 y el inmediato asesinato de Benaiges, señalado por las élites tradicionalistas por su condición pro-República y enseñar al alumnado a abrir horizontes bajo el innovador método Freinet, que los conectaba con escuelas internacionales. “Yo nunca tuve noticias del maestro, no se hablaba de nada, había mucho miedo”, lamenta Rojas, inquilina de esos viejos pupitres, aún adornados por dibujos de lechuzas o corcheas, décadas después de las generaciones estimuladas por Benaiges. La casa-escuela conserva el encerado usado por el profesor y la caja donde almacenaba los tipos utilizados para escribir mediante una imprenta los cuadernillos de sus pupilos. González cita al médico José Antonio Abella, galeno en esos parajes, autor del libro sobre lo sucedido con el docente tras descubrir su historia pese al mutismo de aquellos ancianos pacientes, antaño entusiastas alumnos.

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“Los niños elegían los temas, escribían, corregían con el maestro y después los publicaban ellos mismos con la imprenta”, afirma el hombre ante el material empleado entonces, no original porque lo quemaron los fascistas. Mismo destino corrieron los cuadernos salvo los custodiados por Benaiges y ahora replicados por la asociación gracias a los sobrinos-nietos del tarraconense. Más de 1.000 personas visitaron el pueblo para ver esta casa-museo en 2022 con el estímulo de una historia replicada en el cine, en salas este viernes, y en teatros. Al matrimonio le espanta cómo el cercano Ayuntamiento de Briviesca (PP-Vox), localidad a la que Benaiges acudía a los bailes o a leer manifiestos republicanos, censuró la obra este verano pese a que el elenco minimizó el caché y todo estaba dispuesto. Rojas se emociona intentando entender “por qué hay gente, incluso jóvenes, que siguen queriendo que haya ‘nosotros’ y ‘ellos’”, unos “bandos” plasmados actualmente en forma de silencio: incluso los hijos de aquellos alumnos instaban a sus padres a no rememorar la cuestión.

La pareja recuerda con cariño las obras ejecutadas sobre el semiderruido inmueble. Ella se lo pasaba “bomba” en esas aulas donde la madera del suelo se encontraba todavía teñida de la tinta de esos chavales reconvertidos en editores. Ahora apenas hay una base de hormigón. Las intervenciones las sufraga la asociación con sus exiguos fondos. González ironiza con la ayuda pública: la Diputación de Burgos apenas les concedió 300 euros para cuatro apaños, la Junta de Castilla y León (PP-Vox) obvia el tema y ni siquiera el alcalde (PP, antes de Podemos), responsable de este edificio municipal, le da visibilidad: “Cuando vinieron los actores de la película no quiso recibirles porque estaba muy ocupado”. “¡Esto no debería ser político!”, exclama su esposa.

El empeño por resucitar y valorar la figura de Benaiges no se pudo completar con el hallazgo del cadáver. Muchos cuerpos de represaliados burgaleses aparecieron en la fosa común de La Pedraja, escudriñada en busca de señales del docente, asesinado con 33 años. Él nunca apareció. Lo poco conocido sobre su muerte es que fue fusilado en algún camino junto a mares amarillos de cereal.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.
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