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Un rey solo rumbo a Sanxenxo

Dos gritos de espontáneos (“¡Juancar!” y “Bienvenido, Majestad”) reciben a Juan Carlos I en el aeropuerto de Vigo, primera parada de su regreso a España tras casi dos años obligado a vivir en el extranjero

Manuel Jabois

Un año y ocho meses después de abandonar España acusado de delitos relacionados con comisiones ilegales, cuentas ocultas en paraísos fiscales y evasión de impuestos, Juan Carlos I volvió este jueves a pisar el suelo del país donde reinó durante 39 años. Lo hizo en el aeropuerto de Peinador, Vigo, y durante pocos segundos: los que tardó en subirse al coche de su más íntimo amigo en este período de ostracismo, el regatista Pedro Campos. Juan Carlos de Borbón fue uno de los últimos en bajar la escalerilla de un Gulfstream G450 privado, con capacidad para 16 personas, que recorrió sin escalas los 6.000 kilómetros que hay desde Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes, a Vigo; fue el tercer vuelo más seguido en tiempo real en la web Flightradar24 que informa de todo el tráfico aéreo que se produce en el planeta. Minutos antes de su aparición en el cielo de Vigo se reunió una pequeña multitud (unas 40 personas que, en su mayoría, habían aterrizado desde Tenerife justo en ese momento), con los móviles levantados intentando captar la llegada del avión de Juan Carlos I como si fuese Superman. Un chico monitorizaba junto a su amigo el vuelo. “Llega a Redondela ahora”. El otro miraba: “¿Ah, sí?”. “Sí, pero acaba de dar la vuelta y vuelve a Arabia, porque miró tu cara por la ventana”. Ese era el tono. Ni gravedad, ni entusiasmo; un poco de gente, un poco de curiosidad y un poco de cachondeo.

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Con todo el mundo mirando el cielo a lo lejos, en una escena absolutamente cinematográfica, por la pista rodó de repente, a las 19.14 horas, el avión privado en el que viajaba el hombre que lo fue todo en España durante cuatro décadas. Muchos fotógrafos y cámaras, menos público, y un día nublado. El coche gris metalizado de Campos paró justo delante de los medios, apenas tres segundos, para que se bajasen las ventanillas (tradicional gesto campechano) y el rey emérito pudiese saludar a periodistas y curiosos; en ese momento una voz femenina gritó: “¡Bienvenido a España, majestad!”, momento que aprovechó Campos para subir la ventanilla a toda prisa y salir disparado del aeropuerto seguido de la escolta. Se perdieron a uno de los pocos que acudieron a propósito al aeropuerto; sacó del abrigo una bandera de España, la extendió y, con todo el mundo esperando un importante manifiesto, gritó con la vena hinchada: “¡Juaaaaaaaancar!”. Fue el mejor resumen del regreso del rey emérito, presente a todas horas en los medios y apenas en la calle, sin despertar interés en el aeropuerto ni en Sanxenxo, salvo como broma recurrente, casi nunca como asunto del que ocuparse con la solemnidad de los políticos. “Es un señor que viene a pasa aquí unos días, ¿le prohibimos vivir?”, contestó lacónico este mediodía un hostelero del pueblo.

Han pasado 654 días desde que, el 3 de agosto de 2020, la Casa Real comunicó, con el monarca ya fuera de España, que el viejo rey se había ido del país “guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como rey”, según las palabras dirigidas a su hijo, Felipe VI, actual monarca, que había tomado distancia hacia él rechazando su herencia, despojándole de cualquier actividad institucional y, finalmente y ante la magnitud de los escándalos, pactando con el Gobierno la salida de España de su padre con visos históricos: un Borbón, de nuevo, partiendo al extranjero contra su voluntad.

Apenas había gente en el aeropuerto de Peinador a las seis de la tarde, una hora antes del aterrizaje del rey emérito a España. El panel de llegadas anunciaba vuelos desde Tenerife, Madrid, Barcelona y de nuevo Madrid. Ninguno desde Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, lugar de residencia del emérito. Un grupo de periodistas llevaba apostado desde el mediodía en la puerta por la que se presumía que saldrían el coche de Campos y la escolta de Juan Carlos I en dirección a Sanxenxo, donde se introduciría directamente en la casa de la parroquia de Nanín del regatista, a pocos metros del Atlántico y a cinco minutos del puerto deportivo de Sanxenxo. Nada más. Una treintena de pasajeros dispersos por el aeropuerto y un discreto operativo policial siendo más exigente que en otras ocasiones: “Aquí no puede dejar el coche; nunca, pero hoy menos”.

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En medio de la calma chicha, 20 minutos antes de que aterrizase Juan Carlos de Borbón, Mario y Jesús jugaban al tute en la mesa más pegada a la puerta de salidas. Son taxistas con parada en Peinador. Los dos movieron la cabeza al unísono cuando se les preguntó qué les parecía que el rey emérito volviese a España: “Bien, bien”. El más joven, Jesús, tomó la palabra hablando en gallego: “Tiene que volver, y nunca se debió de haber ido. Este país está en deuda con él. Cogió la dictadura, la tuvo entre las manos, y nos dio una democracia. Sin que hubiese una guerra, sin pegar un tiro. Yo estoy encantado de que vuelva a España y orgulloso de que esté en Galicia, ojalá se quede aquí. Hay muy poca memoria”. A dos mesas, Emilio y Raquel habían vuelto desde Vigo al aeropuerto (volaron el día anterior a Galicia procedentes de Madrid) a presentar una reclamación a causa del extravío de una maleta. Tomaban un café. A Emilio, licenciado en Derecho, le parecía bien el regreso de Juan Carlos de Borbón. “No está acusado de nada ni pendiente de ningún juicio. Si las cosas con la justicia están bien, ¿por qué no va a volver? Está en su derecho”, dice. Eludió valoraciones personales: “Me ciño a lo que dice la justicia, y la justicia ha hablado”. Raquel, a su lado, echaba de menos un mayor conocimiento de la Constitución. “Debería ser una asignatura obligatoria para los chavales. Hay que sabérsela, y cuando uno se la sabe, opinar sobre ella. Pero en este país está todo el mundo opinando sobre cuestiones que no ha estudiado”.

Juan Carlos I está solo en Abu Dabi. Habla mucho por teléfono, especialmente con Campos, pero también con amigos periodistas como Fernando Ónega, que dio la exclusiva de su vuelta, Raúl del Pozo o Carlos Herrera. Sigue las competiciones de vela, a veces por streaming, y luego hace partícipe de sus comentarios técnicos a la tripulación a través de Campos. Este los transmite al equipo refiriéndose a Juan Carlos de Borbón como “SM” (Su Majestad). Estaba previsto que hubiese una cena de bienvenida con los regatistas en la noche del jueves en casa de Pedro Campos —junto a la infanta Elena, llegada por la mañana a Vigo en vuelo regular— y que este viernes el rey emérito se desplace al Náutico de Sanxenxo alrededor del mediodía. Es difícil que salga a regatear debido a que se espera mucho viento, pero quizá a lo largo del fin de semana, si el tiempo amaina, Juan Carlos de Borbón se anime. Eso al menos dicen entre la tripulación del Bribón que capitanea Campos y que participa en la regata InterRías de la Copa de España 2022. “Tiene aspecto de estar muy solo, y muy cansado”, dijo alguien que pudo verlo de cerca y hablar con sus amigos gallegos. “Quizá el mar y los amigos le cambien el ánimo”, explica esta fuente para quien las circunstancias de la conducta pública del ciudadano Borbón, y los hechos probados en sus diferentes acusaciones sobreseídas, están vetadas. “Eso ya no toca, ya pasó”.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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