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El viaje de Arif, un negocio millonario para las mafias

La policía desmantela una red que traficaba con personas desde Bangladés. Un inmigrante que hizo la ruta cuenta ese periplo de pesadilla

Un grupo de hombres, entre ellos varios bangladesíes, tras su rescate en el puerto de Melilla, el 27 de noviembre de 2019.
Un grupo de hombres, entre ellos varios bangladesíes, tras su rescate en el puerto de Melilla, el 27 de noviembre de 2019.Cristian Calvo (EP)

El 27 de noviembre de 2019 fue descubierta una patera medio hundida a unas 30 millas al norte de Melilla. En ella viajaban casi 60 personas, algunas en estado grave, y tres cadáveres. Había unos 10 desaparecidos. Todos habían salido de la costa cercana a Nador (Marruecos) unas horas antes, obligados a punta de cuchillo y a palos por los mismos que los llevaron hasta la playa, debido a que antes de hacerse a la mar los inmigrantes se dieron cuenta de que la embarcación se encontraba en una situación calamitosa y se negaban a partir. Algunas de estas personas eran de origen subsahariano. Otras, bangladesí. Poco después del naufragio y del rescate, un hombre de Bangladés llamado Parvej, de 45 años, y su mujer marroquí, de 26, afincados en el barrio madrileño de Lavapiés, huían de España. Otro bangladesí, también residente en Lavapiés, Mashuk, de 64 años, respetado y conocido entre sus compatriotas, dueño de un bazar en la calle del Amparo, recibía en su teléfono un aluvión de quejas de familiares de los inmigrantes que viajaban en esa patera.

La policía, por entonces, ya seguía y escuchaba las conversaciones de esos dos hombres y la mujer. Sospechaba que la pareja era la cúspide de una red dedicada a pasar a Europa a cientos de personas desde Bangladés, a través de Qatar o Malí, Argelia, Marruecos y España. Mashuk, por su parte, se encargaba, según los investigadores, de recibir el pago de las familias y actuaba de mediador, debido a la confianza que sus compatriotas depositaban en él. La policía cree que la inmensa mayoría de los cientos de bangladesíes que llegaron a España en aquella época lo hicieron con alguna de las mafias de Parvej.

El mismo día que partió esa patera abarrotada de la playa marroquí, Arif (nombre ficticio para proteger su identidad), de 39 años, bangladesí del norte del país, se encontraba viviendo en una tienda de campaña en un monte muy cerca de Nador junto a otra decena de emigrantes. También él esperaba una barcaza que lo transportara a Europa después de que su familia se endeudase para pagar 12.000 euros por el viaje. Arif asegura que nunca puso su dinero en manos de Mashuk, y tampoco cita a Parvej y su mujer, pero la ruta seguida en su odisea se parece mucho a las de las investigaciones policiales. Es delgado, moreno y sonriente. No habla español. Solo cuando recuerda algunos episodios oscuros de aquel viaje deja de sonreír y se queda en suspenso, como hipnotizado.


Arif salió de la región de Pabna el 11 de septiembre de 2019. Allí trabajaba de soldador. Es el hijo mayor de seis hermanos. Su padre pidió créditos a parientes para pagar el viaje de su hijo, una inversión para el futuro de toda la familia. Las primeras etapas fueron fáciles: de Bangladés a Qatar, de Qatar a Argelia. Siempre en avión, acompañado de tres compatriotas. En el aeropuerto de Orán les esperaba alguien de la organización con una furgoneta que les llevó a una ciudad cercana a la frontera marroquí cuyo nombre no recuerda. Allí había más gente esperándoles. Junto a 16 bangladesíes, en fila india, con un marroquí de la red en primer lugar y otro en último, caminaron durante 14 horas hasta cruzar ilegalmente la frontera y llegar a la ciudad de Oujda. Cada uno llevaba una mochila pequeña que pesaba unos cinco kilos y una botella de agua. Les condujeron a la estación de autobuses, les dieron un billete y les indicaron que se subieran y que no bajaran hasta Rabat. “Yo no entendía nada. Pagaba 10.000 euros y me llevaban en autobús de línea”, recordaba el viernes Arif, que ahora vive en Madrid.

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En la estación de Rabat había otro facilitador que le llevó a un piso en un barrio apartado. Permaneció allí 15 días con otra decena de personas. Podían salir a pasear y a comprar comida. Arif incluso recuerda que había una comisaría en la esquina, pero que a ningún policía se le ocurrió nunca preguntarle nada. Todo parecía ir bien. Pero al antiguo soldador bangladesí aún le faltaba probar lo peor del viaje.

Parvej y su mujer marroquí, los supuestos jefes de la mafia, fueron detenidos el pasado mes de octubre, en Alicante, en cuanto la policía volvió a localizarlos en España. Durante su huida habían estado, al menos, en Marruecos y Dubái. Su detención precipitó la de Mashuk, el mediador, dueño de ese bazar en el que también se realizaban transferencias de dinero. La pareja, según la policía, que le pinchó el teléfono, ha ganado una fortuna con este negocio. Aun así, de momento, ha quedado en libertad con cargos. Mashuk, que según la policía se quedaba con un porcentaje del dinero que le encomendaban, permanece en prisión. Ambos hombres eran muy conocidos entre la comunidad bangladesí de Lavapiés. Hasta el punto de que a los agentes les era difícil seguirles en la calle sin ser descubiertos porque se paraban continuamente a saludar a los vecinos.

Tanto Parvej como su mujer se encargaban de engrasar los contactos con las mafias locales de Marruecos para atravesar los pasos fronterizos, tener a punto los pisos francos donde ocultar a los inmigrantes hasta el salto a Europa y para el soborno de policías en las zonas de embarque. Todo lo necesario para que personas como Arif, que difícilmente cumplirían los requisitos de un visado para venir a Europa, fuesen superando etapas.

Tras los 15 días en el piso de Rabat, a Arif le montaron en un autobús a Nador. Y de allí, en un taxi, le trasladaron a un monte cercano a la playa. Le dejaron junto a un grupo pequeño de inmigrantes, algunos bangladesíes, y unas tiendas de campaña. Ahí deberían permanecer hasta saltar en barca a España: un año entero. Arif nunca imaginó que pasaría tanto tiempo allí. Ni que, al menos cuatro veces, grupos de hombres marroquíes borrachos llegarían hasta el campamentito montados en un camión a tratar de robarles. A él le golpearon con el mango de un hacha, le amenazaron con matarle y dos veces lo perdió todo: el dinero que le quedaba, el móvil y la ropa. Necesitó llamar a su casa para que le enviaran más. Cuenta que aún tiene pesadillas con las noches pasadas en ese monte desamparado.

El 24 de noviembre de 2020 llegó el día de escapar de allí. Le montaron en una barcaza a él y a otras 43 personas: cinco senegaleses y 39 bangladesíes. Zarparon a las cinco de la mañana. Uno de los senegaleses guiaba la embarcación. A las ocho de la noche, con oleaje fuerte y la barca zarandeada de un lado para otro, cuando Arif y sus compañeros alcanzaban a comprender que podían morir, fueron avistados por un barco de Salvamento Marítimo. El viaje, al final, le había costado un año y tres meses y 17.000 euros. Ahora trabaja de cocinero, vive, como todos en esta historia, cerca de Lavapiés, ha solicitado asilo y envía lo que puede a casa para tratar de pagar la deuda que su familia ha contraído. Si se le pregunta si repetiría lo empezado en Qatar no se lo piensa ni un segundo y responde terminantemente: “No”.

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