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Portavoz en el Congreso, enfermero y enfermo

La odisea del diputado asturiano Isidro Martínez Oblanca para intervenir en el Parlamento, ayudar en el hospital de la Cruz Roja de Gijón y superar la cuarentena de la covid-19

Felipe VI recibe al diputado de Foro Asturias, Isidro Martínez Oblanca, el pasado diciembre en el Palacio de la Zarzuela.
Felipe VI recibe al diputado de Foro Asturias, Isidro Martínez Oblanca, el pasado diciembre en el Palacio de la Zarzuela.Ballesteros (EFE)
Javier Casqueiro

Hay una gran guerra global contra la pandemia de la covid-19 y luego miles de batallas locales, individuales. La de Isidro Martínez Oblanca ha sido “una odisea” para ejercer su labor habitual como portavoz en el Congreso del partido Foro Asturias, luego por intentar ayudar con múltiples problemas logísticos y administrativos ya como enfermero, su profesión durante 19 años, y ahora como enfermo para superar el contagio, dar negativo en la PCR y dejar la reclusión forzada desde que se encontró mal en el anterior debate sobre la prórroga del estado de alarma. Ninguna de esas tareas se lo han puesto fácil.

El diputado de Foro Asturias Isidro Martínez Oblanca
El diputado de Foro Asturias Isidro Martínez OblancaEL PAÍS

En el último debate sobre el estado de alarma, el pasado miércoles, ya tuvo que votar telemáticamente desde su confinamiento en su casa de Gijón afectado por el coronavirus. Votó no. Cree, como su partido, que muchas cosas no se han hecho bien ni a tiempo. Pero tampoco ha sido nunca un hooligan. Su pasión, dice, “ye Asturias” y ser enfermero. Hizo la mili en el hospital militar de Barcelona y se licenció cinco días después de aprobarse la Constitución de 1978. La política es un paréntesis en su vida (ha sido 16 años entre senador y diputado) y otro tipo de virus.

El Gobierno decretó el primer estado de alarma el 14 de marzo y Martínez Oblanca, que estuvo en aquel pleno como portavoz de su partido en el Congreso, envió cinco días después un correo electrónico al consejero de Salud del Principado de Asturias, al presidente asturiano y a la ministra de Defensa, Margarita Robles, porque le había llegado que se planeaba instalar un hospital de campaña en Gijón y hacía falta personal voluntario. Los dos primeros, dice, ni le contestaron. Robles, en el propio debate, le animó a ponerse en contacto con los responsables de la Unidad Militar de Emergencias (UME) en Asturias.

Esos intentos de ayudar se encontraron con muchas trabas. Al final recurrió por la vía directa a la jefa de enfermería del hospital de la Cruz Roja de su localidad, que estaba montando con voluntarios dos plantas especiales para atajar la covid-19, y que es donde trabaja su mujer, también enfermera. Martínez Oblanca quería luchar cara a cara contra el coronavirus pero en el centro, pequeño y con la tasa de afectados sanitarios más alta de Asturias, razonaron que por su edad, 63 años, era mejor que se ocupase de colaborar en otros aspectos de menor riesgo de contagio.

Enfundado en su bata blanca, con su mampara anticovid-19 y su mascarilla, empezó a acudir todos los días, sábados, domingos y festivos incluidos, al hospital de la Cruz Roja de Gijón para poner en contacto por teléfono o videoconferencia a los otros grandes olvidados de esta crisis, los pacientes convencionales, a los que tampoco se les permiten visitas de sus familiares. No ha puesto ni una tirita, pero ha reparado muchas grietas afectivas y humanitarias.

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“Me han pasado experiencias preciosas y otras tristísimas”, reconoce. Y detalla: “Un día, a un paciente, un vasco de unos 60 años que apenas podía respirar ni hablar, le puse al teléfono a su hermana, que muy animosa le preguntaba: ‘¿Cómo estás? Cuéntame algo’, y al final, con un hilo de voz que parecía el último suspiro, le dijo: ‘¡Aúpa Atleti!”. También fue testigo de la última charla y el último “te quiero” entre dos hermanas mayores por videoconferencia.

Hace 16 días, para el anterior debate de estado de alarma, Martínez Oblanca colgó la bata, se fue al Congreso, advirtió de que para próximas pandemias habrá que estar más alerta y se marchó al hotel. Apenas durmió. Tuvo pesadillas y sudores fríos durante tres días. Regresó a Gijón y a la mañana siguiente acudió al hospital, con muchos síntomas pero sin fiebre. Se hizo la prueba y resultó positivo. Se recluyó. Desde entonces ha recapacitado sobre muchas cosas y ha sacado alguna conclusión: “Esta crisis ha costado carísimo en víctimas y no deberíamos olvidar nunca que necesitamos un sistema sanitario fuerte”. Y enfermeros.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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