Caitlin Moran: “¿Por qué no hay ningún hombre escribiendo sobre por qué se convirtió en un violador? Es lo que quiero leer. ¿Por qué violas?”
Revolucionó el mercado editorial con un feminismo ligero y divertido en ‘Cómo ser mujer’ o ‘Cómo se hace una chica’, libros en los que, de forma directa e indirecta, repasaba su descacharrada adolescencia y su juventud como periodista musical. Con ‘Más que una mujer’ se traslada a su presente como persona de mediana edad. Después de escribir 360.000 palabras sobre la experiencia femenina, se considera lista para afrontar un nuevo reto literario: ¿qué les pasa a los hombres?
Caitlin Moran viene preparada para Magaluf. “Me he traído mis balearic Dr. Martens”, bromea, y enseña por qué ha cambiado sus clásicas botas por un par de veraniegas sandalias mientras pega una calada a su cigarrillo electrónico en la terraza del hotel Innside by Meliá Calviá Beach. “Te voy a dar un consejo vital: viste siempre unos zapatos que te permitan o huir de un acosador o bailar toda la noche”, añade, de espaldas a una piscina infinita y una cala de tonos turquesa. Es octubre, pero parece julio, y a sus 47 años la mayor de ocho hermanos criados por unos hippies en una vivienda de protección oficial de Wolverhampton (Inglaterra), la que empezó a escribir a los 11 años y logró su programa de televisión y columna en The Times a los 18, visita el Festival Literatura Expandida (FLEM), en Mallorca. Está lista para pegarse un chapuzón (“nadar me hace sentir sexi, así aprendí a quererme y aceptar mi cuerpo”) y presentar su último libro, Más que una mujer (traducido por Gemma Rovira en castellano y por Maria Cabrera Callís en catalán en Anagrama), en el que explora qué pasa cuando te conviertes en mujer de mediana edad y te encuentras programando el “polvo de mantenimiento” con tu marido los viernes a las ocho de la mañana en cuanto las niñas se van al colegio.
Tras una década en la que revolucionó el mercado editorial por acercar el feminismo de forma ligera y divertida a miles de mujeres mientras abogaba por el derecho al aborto y denunciaba la tiranía de los cánones de belleza, la expansiva y generosa escritora asegura que ha cerrado un ciclo. Está escribiendo dos películas —una que dirigirá su hermana sobre un grupo de madres que se ponen a producir porno feminista y otra sobre una cantante de ópera vengadora de violadores—. “Tras adaptar al cine Cómo se hace una chica entendí que debía hacer una película un año y un libro al siguiente. Así será mi vida a partir de ahora. También porque he vendido todo libro posible a las mujeres. Necesito una nueva audiencia”.
Entre Cómo ser mujer y Más que una mujer han pasado 11 años y cuatro libros. Y aquel mundo que describía en el primero ya no parece el mismo.
Escribí porque nadie por aquel entonces hablaba de feminismo. Era algo académico, muy nicho. La gente pensaba que era cosa de lesbianas enfadadas que odiaban a los hombres —aunque las lesbianas enfadadas son brillantes porque no están para chorradas—. Necesitaba escribir un manual divertido y accesible para todas las mujeres.
Y entonces, todo el mundo se volvió feminista.
Sí, por suerte aparecimos muchas de golpe y las redes sociales ayudaron a esa explosión. Tuvimos series como Girls, Fleabag con Phoebe Waller-Bridge, Beyoncé puso en su escenario un “Feminist” gigante. Aquello fue increíble, pero aquel libro fue un feminismo para las jóvenes.
¿En qué sentido?
Cuando te haces mayor, tu feminismo cambia. Yo ahora ya no escribo sobre emborracharme o follarme a tíos equivocados. Ahora escribo sobre ser madre, envejecer, cómo me siento con la política o con el dinero. Cuando te haces vieja, ya no puedes ser esa chavala desbocada.
¿Madurar la ha obligado a ser más que una mujer?
Literalmente. Cargas con todo y mucho más. Encima, tienes que hacer todos estos trabajos por los que no ves un duro. Y percibes con más claridad la brecha entre hombres y mujeres. Los escritores hombres de mi generación han vivido vidas muy distintas. Cada mujer que conozco que es escritora, o famosa, o conocida en redes sociales, invierte la mitad de su trabajo en un feminismo por el que no ve un duro. Estamos ahí todo el rato, escribiendo peticiones al Gobierno, voceando campañas, ayudándonos entre nosotras y a las jóvenes.
¿Y ellos no lo hacen?
¡Qué va! Ellos solo escriben. Los hombres no ayudan a los hombres. Por eso mi próximo libro irá sobre por qué creo que los hombres deberían empezar a ayudar a los jóvenes, porque no lo están haciendo para nada.
Cuenta que en Twitter preguntó a los hombres qué desventaja sentían en el mundo. Su conclusión es que “los hombres no tienen palabras para decir que están tristes”.
No saben cómo expresarlo. Estamos rodeadas de grandullones que se tatuarán los nombres de sus hijos y de sus madres, que aman tanto que se lo escribirán en su cuerpo, pero jamás verbalizarán su terror a ser malos padres.
¿Y qué más no cuentan?
Todo lo que sí hablamos nosotras. Ellos no hablan de sus emociones, de cuidar a los mayores, de tener miedo. Sus vidas parecen muy pequeñas.
Denuncia la explosión de odio masculino en la red. Dice que si sube una foto de su desayuno a Twitter un martes cualquiera, en 10 minutos seguramente recibirá dos amenazas de violación en los comentarios.
Oh, sí, las redes sociales han vuelto vagas a las amenazas de violación. En los viejos tiempos, los violadores tenían que currárselo más. Tenían que seguirte por la calle, esforzarse. Era, cómo lo diríamos, una noble tradición. Ahora, todas y cada una de las mujeres que conozco reciben amenazas de violación continuamente. ¿Por qué están los hombres tan enfadados? Por eso quiero escribir ese libro. Siempre hablamos de mujeres. Nunca hablamos de los hombres.
Antes no pensaba así. Si no, no hubiese escrito cuatro libros sobre ser mujer en su título.
Si me llegas a decir esto hace cinco años, te hubiese dicho: “No me importan lo más mínimo”, pero he entendido que esto también es trabajo del feminismo. Si los hombres se enfadan, están asustados. Y eso nos provoca miedo. Nuestro trabajo, como feministas, después de ayudar a las mujeres, es ir a ayudar a los hombres que están asustados y odian a las mujeres. Si podemos hacer que estén menos asustados, eso mejorará nuestras vidas. Eso es lo que me encanta del feminismo, hace que nuestras vidas sean mejores.
Pero predice que a una feminista, hoy en día, solo la podrán querer en redes seis meses o un año.
Así funciona el ciclo. Parece que solo podamos tener una mujer a la que amemos muchísimo durante ese periodo de tiempo. En ese lapso será perfecta, la mejor. Y, de repente, habrá que buscar a una nueva. Y a otra. No permitimos a las mujeres cometer errores ni cambiar de idea. Las mujeres o son perfectas o están jodidas.
¿Por qué cree que pasa?
Porque hemos perdido la sabiduría de entender a la mujer que se equivoque, lo admita y diga: “He cambiado de idea y esto es lo que he aprendido”. Y aunque eso será mucho más valioso que la nueva chica cool de la que no se sabe mucho, la gente se quedará embobada mirando a esa recién llegada que todavía no ha cometido errores. Eso es peligroso: cada vez me encuentro con más chicas jóvenes aterrorizadas frente a la idea de equivocarse. Me preocupa muchísimo.
¿Qué le cuentan?
Que les da pánico escribir o decir algo que las lleve a cometer un error. Eso hace al feminismo pequeño de nuevo. Y está provocando que las jóvenes, ahora, solo se dediquen a retuitear frases. Copiarán lo que otra ha dicho. Nadie quiere hacerse las preguntas de verdad. No puedes decir: “No entiendo esto, explicádmelo, por favor”. Tienes que saber lo que piensas en todo momento. Y ese es un territorio peligroso. Está bien cambiar de idea. Está bien no tener una opinión formada. Debemos poder decirlo.
Precisamente, ha escrito sobre cambiar de opinión con el uso del bótox.
Cuando tienes 29 años es facilísimo decir: “¡Oh, odio el bótox, eso no es nada feminista!”. Pero cuando llegas a los 37, has tenido un año malísimo, te miras en el espejo y solo te ves triste, ahí piensas: “No quiero parecer esto, quiero que se me vea como me siento por dentro”. Eso se soluciona con una inyección que es como una noche reparadora. Y si no has tenido una noche reparadora en 10 años, usa este chisme que nos ha dado la ciencia.
¿Ha recurrido a él?
Como ves, mi cara ya delata que yo prefiero gastarme ese dinero en zapatos y cigarrillos. Pero no te digo que en algún momento me mire en el espejo, me vea triste y recurra a él.
Reivindica el sexo corriente. Agradece que se haya normalizado con series como Broad City.
Yo aprendí mucho de sexo viendo la tele, así que me encanta que haya series que lo desmitifiquen para las jóvenes. Ahora, a las mujeres les dan pésimos consejos sobre sexo. Me encuentro a muchísimas chavalas que me dicen que no quieren hacerlo jamás.
¿Por qué?
Cuando lo pregunto, siempre responden: “Tengo miedo a que me hagan daño”. Creo que es por la influencia del porno y por imitar la violencia de esos vídeos en que las ahogan. Me parte el corazón. ¡Pero si nosotras podemos tener múltiples orgasmos y tener sexo guarro, si tenemos todos estos juguetes para pasárnoslo bien! Pero, míranos, seguimos jodidas con el sexo. Y nuestras hijas tienen miedo a follar por culpa del porno.
Siempre ha defendido el autoplacer. En el párrafo que abre Cómo se hace una chica, la protagonista dice: “Tengo 14 años y me estoy masturbando”.
La masturbación es donde empieza todo. ¿Estás ansiosa? Mastúrbate, uno rápido, y te aseguro que ese día te sentirás un 50% mejor. Debería ser ilegal que las chicas se acuesten con un tío sin haberse masturbado primero. El Gobierno debería repartir carnés de masturbación como los de conducir.
Reivindica la importancia de tener mentoras, espejos en los que reflejarse. ¿Cómo ve que las nuevas políticas europeas que triunfan, desde el Reino Unido a Italia, sean conservadoras o de extrema derecha?
Esas mujeres tienen la misoginia interiorizada porque se han educado y han avanzado de una forma patriarcal. Esto es algo que pasa bastante a menudo en Inglaterra: tenemos el mayor número de negros y asiáticos en el Gobierno conservador, pero son personas que están intentando ser lo más blancas posible. Ni Liz Truss ni Giorgia Meloni son feministas.
¿Y qué les diría cuando ellas defienden que sí lo son?
Que son mujeres que han tenido que actuar como los hombres para conseguir su trabajo. No voy a criticar a Truss por haber sabido jugar a un determinado juego y haberlo ganado [la entrevista se llevó a cabo antes de que Truss dimitiera]. No la criticaré, aunque sea la primera ministra más idiota que hemos tenido, y mira que hemos tenido monos inútiles en Downing Street. Si Truss hubiese hablado de la cultura de la violación o de la conciliación familiar, jamás habría conseguido ser líder del Partido Conservador.
Cuando empezó a escribir en la revista Melody Maker, prácticamente era la única mujer en la redacción. Ahora hay muchas más. ¿Ve mejor el periodismo?
Una de las cosas que más me preocupan de las escritoras jóvenes es que parece que solo pueden escribir si hablan de sus traumas. Contar por qué se volvieron locas o cómo llegaron a ser alcohólicas. Pero cuando sus vidas mejoran, ya no encuentran un mercado. Eso me preocupa.
¿Y eso no lo detecta con los escritores?
No. Los hombres no tienen que vender sus vidas y secretos de la manera que lo hacen las mujeres. Es genial que nos paguen por contar nuestros secretos, pero ¿por qué no escriben los tíos esos ensayos? ¿Por qué no hay ningún hombre escribiendo sobre cómo se convirtió en violador? Eso es lo que quiero leer. ¿Por qué violas? ¿Por qué te has ido de putas? ¿Por qué no hablas de tus emociones?
Vivió el síndrome de la pitufina en las revistas musicales y han sobrevivido poquísimas. ¿A qué cree que se debe el declive de esta prensa?
Si la prensa musical ha muerto, al menos en el Reino Unido, es porque solo había hombres leyendo lo que los hombres escribían. Y ahora la música está dominada por las mujeres. Han perdido ese público porque solo se hablaban entre ellos. Eran periodistas hetero diciendo: “Oh, esta música disco y pop que les gusta a las tías y los gais no es música”. No sabes cómo odio eso. Además, el disco y el pop es mucho mejor que el rock.
Y ahora la conversación cultural la dominan las artistas.
Exacto, pero me preocupa que en el momento en el que la música hecha por mujeres es mucho más interesante, cuando tenemos a tías como St. Vincent, Janelle Monáe o Lizzo, nadie esté escribiendo aquellos reportajes tan interesantes e inteligentes como solíamos hacer con los tíos.
¿Cuándo tuvo la epifanía de que ya no quería ser como ellos?
Cuando empecé pensaba que, si quería ser una buena escritora, tenía que escribir como un hombre, complacerlo. Pero de repente, a los 30, vi la luz y me dije: Oh, Dios mío, si pudiese escribir cosas que leyesen las mujeres para el resto de sus vidas, eso es el 52% de la población. Además, las mujeres leen más. Y compran más libros. ¿Para qué diablos estaba escribiendo para ellos si los hombres no compraban libros? Entendí que escribir para las mujeres no era ningún fracaso.
Y ahora también la leen ellos.
La mitad de los lectores de Cómo ser mujer fueron hombres. Desde la editorial no estaban muy convencidos. Al principio, me dijeron: “Esperemos que las mujeres compren tu libro, porque ningún hombre lo leerá”. No lo habrán hecho en público, pero vaya sí lo leyeron.
¿Cree que se han escondido para leerla?
Uy, sí, ¡me lo han dicho muchos! Tapaban la portada, lo llevaban como un secreto. Me encanta. He sido su porno emocional, su guía para entender a sus novias.
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