¡Viva la libertad, carajo!
La evolución de las prendas de vestir se parece a la de las especies animales, pues sobreviven aquellas que mejor se adaptan al medio. De ahí la vigencia de la chaqueta tal como la conocemos: con ese curioso pliegue biológico llamado solapa. La solapa fue una mutación nacida de la necesidad de abrigar el cuello en los días de frío; de ahí también ese ojal característico en el que se introducía un botón que mantenía unidas las dos partes una vez elevadas. Desaparecida esa función de abrigo, la solapa y su ojal se mantuvieron al modo de un vestigio evolutivo que hoy utilizamos para colocar insignias de todo tipo: al valor, a los logros atléticos, a la innovación tecnológica, al heroísmo, qué sé yo. Las hay también de carácter comercial, como las que anuncian una marca de lavadoras o de coches, el caso es darle alguna utilidad a ese viejo repliegue y a su ojal, que tiene algo de ojo cerrado.
Al poco de alcanzar el poder en Argentina, Milei se acercó a España para que Isabel Díaz Ayuso diera sentido a la solapa de su chaqueta y quizá a su vida. Ahí ven a la presidenta de la Comunidad de Madrid colocándole una medalla que sin duda guardaba relación con el concepto de libertad, que es el asunto filosófico que los une. Días después, un senador del partido de Milei propondría desde la tribuna de oradores de la prestigiosa institución que se desregulara el mercado de niños pobres. No es que su venta estuviera permitida hasta ese instante, sino que pretendían inaugurarla bajo el amparo de ese término, desregulación, que les vuelve locos. Dieron fin al acto con un “viva la libertad, carajo”.
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