Jordan Díaz: “El premio es la gloria, la emoción que sienten los campeones”
En junio, el atleta nacido en Cuba nacionalizado español voló en los Europeos de Roma. Su triple salto de 18,18 metros fue oro. Pero Jordan Díaz apenas ha iniciado su vuelo. Ya le esperan los Juegos
Jordan Díaz se mira en el espejo y ve al niño que fue, que le devuelve la mirada, orgulloso de ver en lo que se ha convertido. El niño que paseaba con sus amistades por el Malecón de La Habana, y a veces se sentaban a mirar el mar, pero no meditaba, no pensaba, porque quién piensa a esa edad. Soñaba imposibles.
“Pensaba que eran sueños imposibles, pero poco a poco se están cumpliendo. Por ejemplo, a mí siempre me gustaba jugar. Siempre me gustó pasar el tiempo con videojuegos. Y ahora, pues, ahora tengo en mi casa una habitación solamente de videojuegos, cosas de última generación y tal. Y es una tontería, sí, pero al final sabes que son cosas que soñabas de pequeño y que ya las tienes. Y que te puedes dar el lujo de tenerlas. Y eso me dice muchas cosas. El niño que fui, el niño que aún soy, ve a una persona que se está superando poco a poco. Está viendo la verdadera vida que en teoría merecía”.
El orgullo del niño Jordan Díaz no nace ahora que tiene 23 años por haber ganado una medalla de oro en Roma o por haber entrado con un triple salto de 18,18 metros —más largo que un autobús oruga articulado— en otra dimensión, la de los grandes campeones que convierten el gesto técnico del atleta en un arte sencillo y emocionante; o porque marcas ricas y lujosas como Omega le paguen dinero por ponerse sus relojes en la muñeca izquierda, oro blanco como las pulseras que le gustan, pesadas como los collares con los aros olímpicos sólidos, hermosas como la gargantilla de perlas naturales que a veces viste las noches de tuxedo de príncipe. “El niño me querría demasiado, muchísimo. Muchísimo. Pero incluso ya desde que empecé a ganar dinero, desde que empecé a ayudar a mi familia con las cosas de la casa. Ya como que ya estaba como diciendo, ‘ya estoy ganando mi dinero, estoy haciendo algo’. En esa edad tan temprana es complicado tener un sueldo. Y el poder ayudar a la casa con los pocos recursos que hay, sabes que es un plus más y al final eso como que te da como energía. El niño interior tiene que estar contento siempre. Y mi familia tiene que estar contenta, que es lo más importante”.
Sigue viendo al niño y se acuerda de su madre cubana que los domingos sube la música a tope y se pone a limpiar toda la casa. La música a full. “Mi padre era más de Queen, de Juan Luis Guerra o de cantantes así más latinos. Y mi madre más de lo mismo también. Mi madre es mucho más joven que mi padre. Y mi madre era más de, qué sé yo, Juan Gabriel, cosas así. Yo escucho de todo. Depende de mi estado de ánimo, pero siempre pongo música aleatoria. Lo mismo puede salir reguetón actual o puede salir música de la época de mis padres. Lo escucho normal, me gusta escuchar música y paso todo el tiempo con eso”.
Cualquier disciplina practicada hasta el último grado de talento desprende una suerte de espiritualidad. En ello consiste la inmaterialidad del deporte. El arte. Jordan Díaz. “Talento hay que tener, hombre. Pero el trabajo siempre es importante. Y, aparte, llevo saltando triples desde que tengo 13 años, aunque también salté altura, salté dos metros a los 15 años, que no he estado tan mal, estaba bien. Estaba bastante bien. Lo que bueno, que al final me ha gustado el triple. Y a los 16 pasé al equipo nacional [y fue, no lo dice, campeón mundial juvenil a los 16 y campeón mundial júnior a los 17]. Yo, tontería, llevo ya 10 años haciendo triples, full mentalizado en eso. Toda mi vida lo he hecho en escuelas becadas. Siempre he estado becado, si no, podía haber estado en la calle y estar hecho un loco. Casi nunca he estado en casa. Pero todo era por estar full en el deporte. La vida es una metáfora del deporte, en el fondo. Dejas de hacer demasiadas cosas. Dejas de hacer lo que hace un niño pequeño. Salir a jugar. Irte de fiestas. Pero, al final, cuando tienes las cosas bien claras, tengo que hacer esto porque le veo que tiene futuro, y mis padres me empujaban. Que me iba muy bien el deporte. Y que tenía que seguir ahí. Que lo que te dio el deporte es todo. El deporte para mí es lo primero. Y ya después, todo lo otro. Mi familia, el deporte y después todo lo otro”. Todos los sueños de Jordan Díaz, tan alto, 1,92 metros; tan delgadito, 72 kilos, se hacen realidad lejos de Cuba, de donde salió hace cuatro años y adonde aún no puede volver para ver a sus padres, para pasear de nuevo por el Malecón. Es español desde 2021 y como español es campeón de Europa, y si el 9 de agosto salta más que nadie en los Juegos de París, será campeón olímpico español. “Mi sangre es cubana y eso no lo voy a negar nunca. El problema es la situación, que me molesta mucho cómo está la situación en Cuba y, vamos, que me entristece. El país es un país increíble, con personas increíbles, donde con muy poco se hacen imposibles, y tener que hacer ciertas cosas para el futuro… Por el mayor cariño que puedas tener a una cosa, al final hay que sacarte tu beneficio, porque al final la vida se acaba. La vida es muy corta y hay que aprovechar todas las oportunidades. España me ha recibido increíble y estoy aquí más cómodo que en ninguna parte…”.
—¿Pero no es un fastidio tener que renunciar a lo que eres para vivir?
—Sí, la verdad, eso, sí, sí. La verdad, es un poco triste, pero la vida es así.
Guadalajara, a menos de una hora de Madrid por autopista, es, atléticamente hablando, una suerte de Little Habana, la Miami de Europa. Ya hace décadas, por allí organizaron su base europea los primeros mitos del atletismo cubano, como Javier Sotomayor, recordman del mundo, o Iván Pedroso, campeón olímpico de longitud, y allí mantiene la llama encendida Pedroso, que se casó con una alcarreña y allí ha organizado lo que todos cariñosamente llaman el Equipo Pedroso, entrenando a los mejores saltadores españoles y mundiales, como a la diosa del salto triple, la venezolana Yulimar Rojas, que habría ganado en París su segundo oro olímpico si no se hubiera lesionado. Allí paró, allí vive en un piso compartido con otro saltador, el onubense Héctor Santos, y allí se entrena, con el Team Pedroso, Jordan Díaz. Allí, al estadio Fuente de la Niña, se acerca a pie y allí planta su altavoz gigante. Que no pare la música. “Siempre estamos como en guerra porque Yulimar viene y pone su altavoz y yo tengo el mío también grande. Y ahora que Yuli no está, me toca la responsabilidad a mí. Yuli con su música de allá de Venezuela y, bueno, canciones que solo escucha ella. Yo soy de reguetón, de lo que sea. Yo cedo un poco más. Me dicen, oye, ¿qué música quieres que ponga? Oye, ve por aquí. Y yo pongo. Música con beat, con ritmo, claro, no voy a poner música romántica en el entrenamiento. Música bien, que se pueda bailar o no sé qué. Sí, para que no sea tema aburrido, que no sea full entrenamiento y estés pensando solo en eso. Eso para la cabeza va fatal”.
El triple salto es velocidad, brutalidad y, más que nada, armonía. La combinación enamora. Quien lo practica se siente quizás poeta. El swing, el ritmo de la carrera hasta alcanzar, con 14 pasos contados, medidos, una velocidad cercana a los 11 metros por segundo, casi 39 kilómetros por hora. “El triple es muy jodido. Es más gustoso que nada, pero muy jodido, porque sabes que un error técnico echa todo a perder. La longitud es complicada también, pero es solo correr y saltar. Todos los eventos tienen sus riesgos, pero ninguno como el triple. En teoría son tres fases, brinco, paso y salto, pero al final es solo una. No puedes perder velocidad. No te puedes elevar mucho en el brinco porque pierdes fuerza, pero tampoco puedes saltar muy raso porque puedes dar un paso muy largo y quedarte ya parado. Pero si vienes muy rápido y le das bien al brinco-paso, sí, el último salto te sale que flipas. El triple, ¿sabes qué?, vienes corriendo, saltas, caes en un solo pie, que eso ya es una presión de 10 veces tu peso en un solo pie. Después sales de ahí, sales para dar otro y después para caer de nuevo, que es una tontería, una tontería, una locura. Hay que pisar fuerte, como si pudieras dañar el suelo que pisas, pero solo te haces daño tú. Yo creo que estás entrenando para hacerte daño. Y perfeccionar las cosas para no hacerte daño. Tienes que ser fuerte, tienes que ser técnico y estar un poco loco, porque, vamos, hacer triple también es una locura”.
Gianfranco Tripodo, el fotógrafo que le retrata y le persigue mientras corretea y hace ejercicios técnicos por el pasillo de saltos del estadio de Guadalajara, le pide que haga un salto o dos, y es casi como pedirle a Picasso que dibuje algo en una servilleta de papel. Parece nada, y es todo. Jordan Díaz le advierte que no es tan sencillo, que tiene que calentar bien, que hasta un salto fingido supone una agresión a su cuerpo. Lo hace finalmente, y no parece nada, un ensayito sin fuerza, pero se levanta de la arena dolorido, las rodillas siempre. Ante el espejo, Jordan Díaz aprecia su cuerpo. Sus brazos poco musculados, flaquitos casi, inútiles para un saltador, que solo los necesita, por ley física, para impulsarse en la carrera y para levantarlos en el salto final para ayudar al pecho a adelantarse hacia las piernas estiradas y volar lejos. Alas. Los tobillos, su capacidad para dominar cada uno de sus músculos y hacerlos girar acompasados en los ejercicios de técnica. Los tendones de Aquiles. Dos muelles que le propulsan. Los pies, tan reactivos que a menos de dos décimas de apoyarse en el suelo ya se impulsan, y tiene que ser así, porque si deja el pie lento estaría cuatro días en cama. Las piernas, 110 centímetros interminables de cadera a talón. “Sí, sí. Las piernas son la parte de mi cuerpo que más me gusta. Las piernas, las piernas en general, que es mi todo. Yo, los brazos, los utilizo muy poco. Si te pones a mirar, yo creo que soy el saltador que menos masa muscular en los brazos tiene. Soy el triplista de la élite más flaco. Hago pesas en el gimnasio, sí, pero cargo la barra sobre los hombros, y avanzo con ella, y subo dos escalones dando pisotones rápidos. Son 230 kilos los que cargo, que no está mal. En las piernas es donde tengo la potencia. La velocidad”.
En octubre de 2000, cuatro meses antes de que naciera Jordan Díaz en La Habana Vieja, Cuba entró musicalmente en el siglo XXI, hip hop, con el álbum A lo cubano, de Orishas. Comienza la fractura padres-hijos, salsa-reguetón. Se rompe la continuidad rítmica pero nunca el hilo filosófico, A lo cubano es la calma, el flow. Es la filosofía cubana que guía a Iván Pedroso con sus atletas en Guadalajara. Cada problema tiene una solución, no aprietes al tiempo. Es así Jordan. El entrenador Milán Matos le enseñó a Pedroso, un gran talento que creció desde los 12 años, casi como Jordan, becado en la Mártires de Barbados, la escuela de iniciación deportiva de La Habana. Le enseñó a Jordan la vida, y Pedroso se lo recuerda. “Además, el cubano siempre quiere salir adelante y va a hacer todo lo posible para hacerlo. Tienes que aprovecharlo todo y si puedes sacarle más a ese poco del que dispones…”.
Después de cada competición llega el momento de la zona mixta, brutal espacio de descompresión en el que el atleta transiciona desde la burbuja que le rodea, le protege y le agobia al mismo tiempo en la pista a la dura realidad de fracasado o triunfador, a través de las preguntas tontas de los periodistas. Casi todos los atletas hablan de su psicóloga o su psicólogo o de su nutricionista o de su coach mental, de la autoestima, el estrés, la ansiedad competitiva. Jordan Díaz, minoría absoluta, no es uno de ellos. Bicho raro y campeón. “No tengo nutricionista. Como de todo y nada me sienta mal. No sé nada de suplementos, de carbohidratos, de barritas energéticas. Tampoco tengo psicólogo. Mi psicólogo es Pedroso. El salto es emoción, es todo tu trabajo, es lo que haces día a día. Yo, sin saltar, no sé qué estaría haciendo, la verdad. Al principio siempre es ilusión. Al principio no sabes lo que vas a hacer con tu vida, pero al principio es ilusión. Ya después, sigues teniendo la misma ilusión, pero al final se convierte en un trabajo. Y hay personas que, por más ilusión que tengan, saben que tienen que hacer otras cosas porque la vida no va completamente de ilusión. Se tiene que convertir en un refugio donde tú dices, sí, me gusta, me encanta. Y puedo vivir tranquilo para seguir con la ilusión intacta. El premio es la gloria, el podio, la emoción que sienten los campeones”.
—¿Es muy importante sentirse el mejor?
—Yo nunca voy a decir que soy el mejor. Jamás. Sé que va a haber muchas competiciones y sé que voy a tener muchas en las que voy a perder y muchas en las que voy a ganar. Así que nunca voy a decir que soy el mejor. Nunca.
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