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El perfume con el sastre Marc-Antoine Barrois quiso colarse en el día a día de sus clientes

El creador francés ha revolucionado la moda parisiense con sus trajes y fragancias customizadas. La más famosa, B683, se ha convertido en un clásico de la perfumería de nicho

Marc-Antoine Barrois, en su 'boutique' del número 14 de la calle Faubourg Saint- Honoré, en París, donde antes estuvo el taller del modista Dominique Sirop, y donde él mismo ayudó a coser el vestido que llevó Rania de Jordania a la boda de Felipe VI y Letizia.
Marc-Antoine Barrois, en su 'boutique' del número 14 de la calle Faubourg Saint- Honoré, en París, donde antes estuvo el taller del modista Dominique Sirop, y donde él mismo ayudó a coser el vestido que llevó Rania de Jordania a la boda de Felipe VI y Letizia.Léa Crespi
Karelia Vázquez

¿Cuántas veces una persona se pone un esmoquin? ¿Una vez al año? ¿Dos? ¿Tal vez 10? A Marc-Antoine Barrois (Mouvaux, Francia, 40 años), sastre de tercera generación, no le salían muchas más ocasiones. Para un creador que quería estar presente en la vida de sus clientes eran muy pocas. Entonces pensó en una manera sutil y permanente de ser recordado: un olor. “No te pones un tuxedo a diario, pero sí un perfume. Era un modo de que pensaran en mí todos los días”. Marc-Antoine Barrois se dispuso entonces a buscar el aroma de su universo creativo. Un mundo singular y honesto, 100% francés, de “productos excepcionales y atemporales”, materiales y confección exquisitos.

Durante varios años Barrois le contó su mundo a algunos perfumistas hasta que encontró uno a la medida de su ambición. Nada más y nada menos que Quentin Bisch, uno de los narices más talentosos y demandados del mercado. Creador de best sellers como los perfumes de Marly Delina; Fleur Narcotique, de Ex Nihilo, o La Belle, de Jean Paul Gaultier. “Teníamos la misma edad, historias vitales muy similares, una manera de pensar y de vivir casi idénticas. De repente estaba hablando con mi hermano gemelo, más que socios nos hicimos cómplices”, recuerda. De aquel encuentro, hace ya 10 años, surgió B683, una de las fragancias nicho más interesantes de la última década. Un perfume que Marc-Antoine usa, efectivamente, a diario, y que a partir de 2016, cuando se lanzó en Colette, se le fue de las manos. Se vendieron 500 frascos en tres meses.

“Una amiga estilista que trabajaba para Ayda Field Williams, la esposa de Robbie Williams, se enganchó a B683, a Ayda le gustó también y lo empezó a comprar. Eso era lo que yo sabía. Luego en un reportaje de la edición británica de Marie Claire Ayda dijo que en caso de incendio solo salvaría una cosa de su casa, un perfume que había encontrado en Harrods, cuyo nombre [B683] prefería no decir demasiado alto para que no fuera descubierto”. El nombre B683 es un juego entre el asteroide que habitaba El Principito, de Saint-Exupéry, y la fecha de nacimiento de Barrois.

“Para mí fue un accidente, siempre había sido un sastre muy anónimo, mis trajes eran identificados en los códigos cerrados parisienses, y de repente mi perfume estaba en los grandes concept stores. La gente empezaba a preguntarse qué significaba B683 y quien era Marc-Antoine Barrois”, cuenta.

Él no era un recién llegado en el mundo de la moda. Su abuelo era un reconocido industrial textil del norte de Francia, en su fábrica se trabajaba el algodón y la lana y se confeccionaba el célebre cocodrilo que identificaba los polos de Lacoste. A los 19 años Marc-Antoine consiguió el puesto de ayudante en la casa de modas de Dominique Sirop, justo en el mismo local del número 14 de la calle Faubourg Saint-Honoré donde acaba de abrir su boutique. “Fue mi primer trabajo, conocí a todos los clientes de alta costura de Givenchy: reinas, príncipes y princesas”. Recuerda la boda de Felipe y Letizia. “Yo aguanté varias horas el vestido que llevaba Rania de Jordania mientras lo bordaban a mano…, y luego llovió el día de la boda y se mojó aquella maravilla”, recuerda. Años más tarde trabajó junto a Jean-Paul Gaultier en Hermès, y luego con Jean-Claude Jitrois, el creador de las primeras prendas elásticas de piel. En 2009 había creado su marca homónima de sastrería y cuatro años más tarde había abierto su primer espacio comercial en la calle Budapest, en el distrito 9 de París.

Las fotos de este reportaje se hacen en la nueva tienda donde se cose a mano, se patrona y se venden joyas y perfumes. “Cuando entra un cliente, lo primero que le pregunto es si tiene tiempo. Quiero gente que entre, suba y baje las escaleras, se siente en el sofá, se tome un café, y escuche la historia de la casa. Quiero que la gente sienta la diferencia entre estar en esta boutique o en otra, entre comprar esta marca u otra. Y creo que esa diferencia es tiempo”, reflexiona Barrois, que sigue sus propios tiempos, que no son ni de lejos los de la industria. “Soy independiente y me lo puedo permitir”, se apresura a aclarar, y añade: “Hago lo que quiero, no lanzamos un perfume cada seis meses, nos cuesta dos o tres años construir una fragancia”.

Dice que en el mundo de la sastrería tres meses es un tiempo “razonable” para crear un patrón, y hacer dos o tres pruebas al cliente. Una vez que está listo se tardan 24 horas en rematar a mano, el acabado interior es un trabajo artesanal con costuras cortas en telas difíciles y esquivas como el satén. “Yo aprendí de Alaïa [Azzedine] que no seguía ningún calendario, se tomaba todo el tiempo necesario para crear una pieza y solo enseñaba su colección cuando estaba lista y no cuando la industria lo exigía. Creamos productos respetuosos y excepcionales, no producimos para temporadas y estamos liberados de toda presión”.

La fragancia que cambió su tranquila vida de sastre a la de cuasi celebrity se llama Ganymede, un perfume que combina la mandarina y el cuero, mineral y poderosa. “Nunca he creído que una fragancia funcione para todo el mundo, pero Ganymede tiene algo que gusta a mucha gente, que es único en cada piel”. Lo cierto es que este perfume creció en apenas un año y empezó a desbancar a los best sellers de la perfumería nicho; el año pasado fue la más vendida en Londres, Francia y Rusia. En un año se batió junto a un gigante, Baccarat Rouge, de Francis Kurkdjian. “En Italia ambas fragancias están al mismo nivel”, asegura el creador. En España los perfumes de Marc-Antoine Barrois se venden en Isolée, Le Secret du Marais, en Madrid, y Perfumería Benegas, en San Sebastián.

Marc-Antoine Barrois no sabe explicar de forma racional cómo le salen esos perfumes, cómo traduce sus ideas a Quentin Bisch para que las convierta en un perfume. “Intuición”, dice finalmente. “Pienso, esto es para mí o no. Si quieres crear algo original en algún punto tienes que confiar en ti, es la única forma de no repetir lo que ya existe”.

La tarde de esta entrevista Quentin Bisch, quizás una de las personas más ocupadas de París, aparece durante media hora. Le preguntamos por qué trabaja para una marca casi anónima. “Es que quiero estar aquí”, replica, y corrige: “Ya no es una marca tan pequeña, tiene muy buena reputación y es honesta. Me da libertad para expresarme y me hace crecer como creador. Todo va muy rápido en todas partes, y estoy tan a gusto trabajando con Marc porque desde el principio decidimos que nos tomaríamos el tiempo necesario para hacer cosas únicas. En 10 años hemos hecho cuatro perfumes y la idea es seguir así, no saturar”. Este verano presentan Tilia, su primera fragancia floral que quiere grabar a fuego en la memoria olfativa los días felices de un verano perfecto.

En las sastrerías de Barrois las tornas han cambiado. Ahora es frecuente que lleguen clientes a hacerse un esmoquin a medida, que antes han conocido la elegancia de las fragancias de Marc-Antoine Barrois y Quentin Bisch. “Viene mucha gente que me ha conocido por los perfumes, les gusta la elegancia atemporal de las fragancias y acaba haciéndose un traje conmigo. A veces no es posible porque un sastre en París no es precisamente barato, pero también tenemos joyas para los que no se puedan gastar lo que cuesta un esmoquin a medida. Todo pertenece al mismo universo creativo”, explica Barrois, que define su marca como “una casa de creación”. “Puedo crear cualquier cosa que me pidan, igual no soy bueno en todo, pero expreso mi gusto, mi sensibilidad y mi creatividad. Todo es posible siempre que tengas tiempo y encuentres a la persona correcta”, dice el creador, que ha diseñado todo el mobiliario de su nueva boutique.

El misterio que ronda estas fragancias es parte de su patrimonio. Cuenta Marc-Antoine que ha tenido clientes que se llevan de una vez 10 frascos de Ganymede por si acaso, y otros que le han pedido por favor que le quite el nombre a B683 para que nadie más en el mundo sepa que existe, o tal vez para que nadie más la encuentre, para que solo ellos puedan llevar ese olor por la vida.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.
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