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El peligro de tener demasiadas expectativas: cuidado con los propósitos de Año Nuevo

Constituyen una amenaza que a menudo no percibimos. Pero librarnos de ellas y centrarnos en las intenciones nos libera de exigencias tan innecesarias como poco realizables

New Year’s resolutions
Mikel Jaso

La frustración nos acecha por una infinidad de motivos. Esperamos que los otros se comporten de un determinado modo o que tengamos éxito en todos nuestros proyectos. Pero no suele suceder así. Cuando nos sentimos contrariados, la razón hay que buscarla en cómo opera nuestra mente y cómo creamos expectativas sin darnos ni cuenta. Las expectativas son proyecciones mentales, corsés bien ajustados con los que pretendemos ceñir la realidad. Pero la realidad no se ajusta ni a nuestros deseos ni a nuestras fantasías. Nuestra mente las utiliza como un mecanismo poderoso para salir de ciertas situaciones, como en los sueños a futuro, los objetivos, los propósitos a comienzo de año o las ilusiones con las que nos embarcamos en una nueva relación afectiva. Sin embargo, las expectativas son también la principal razón por la que nos frustramos con tanta frecuencia.

Por mucho que deseemos tener más dinero y nos dejemos la piel en conseguirlo, siempre habrá factores externos que no dependan de nosotros para poder alcanzarlo. Nos incomoda cuando las expectativas no se ajustan a lo que habíamos deseado: las otras personas no actúan como nos gustaría, no conseguimos el reconocimiento que buscamos o, sencillamente, hace mal tiempo en un día especial para nosotros. Para evitar decepciones y disfrutar de lo que nos sucede, debemos cambiar el enfoque. Necesitamos dejar de movernos por expectativas y cultivar nuestra intención.

Mientras las expectativas miran hacia afuera, hacia los resultados, las intenciones se orientan hacia nosotros mismos y lo que podemos conseguir. Es diferente la satisfacción que alcanzamos si, en vez de soñar con un buen tiempo el día de una celebración, ponemos la intención en disfrutar independientemente de la meteorología. Nuestras emociones también son distintas si en vez de desear que una persona cambie para que nosotros nos sintamos bien, ponemos nuestra intención en comprender al otro y en evitar que nos afecten sus respuestas. Desde este último enfoque, nos sentimos más fuertes y aprendemos más.

Las expectativas están mirando hacia el futuro, hacia los anhelos o deseos. La intención, sin embargo, es puro presente. Se centra en los recursos de los que disponemos y pone la energía en lo que está en nuestras manos. Además, cualquier cambio sostenible en el tiempo, sea transformar algo de nosotros mismos o de una situación determinada, es más poderoso si sustituimos las expectativas por las intenciones que nos lleven a la acción. Si el primer paso lo basamos en un sueño, cuando las cosas no nos salgan como esperamos podemos tirar la toalla y abandonar el camino. De hecho, gran parte de las frustraciones y dificultades que surgen en las relaciones personales se deben al mundo de las expectativas. Hemos diseñado una realidad en nuestra cabeza que no coincide con lo que realmente está sucediendo, nos molestamos y pensamos que el problema está en la otra persona. Sin embargo, cuando nos orientamos hacia la intención, buscamos nuestra responsabilidad, identificamos qué podemos aprender y no caemos en el tedioso mundo de las quejas.

Las expectativas que dirigimos hacia nosotros también tienen un alto coste. Al igual que tendemos a ser exigentes con los otros o con lo que nos rodea, pretendemos ceñirnos un corsé imposible. Esperamos que nuestro cuerpo actúe de un determinado modo en todas las circunstancias o que seamos rápidos e inteligentes en situaciones complicadas. Sin embargo, somos como somos. A veces podemos ser brillantes, y otras muy torpes. Si volcamos esa exigencia constante en nosotros, también sufrimos porque no estamos a la altura de lo que nuestra imaginación había supuesto. Por eso, liberarnos de expectativas y centrarnos en la intención nos alivia de exigencias imposibles e innecesarias. Podemos cultivar la intención de ser amables, de aprender de cada dificultad a la que nos enfrentemos, pero no del resultado final. Cuando cambiamos el enfoque, evitamos la trampa silenciosa que nos impide disfrutar de ser quienes somos y de seguir creciendo.

Como decía John Lennon: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Y podríamos añadir: mientras estamos entretenidos con las expectativas, y no con lo que somos y ya tenemos. Con nuestra intención.

Tres fases deseables y necesarias

Para salir de una situación o lograr un objetivo necesitamos recorrer tres fases, según recogí en el libro Change Mindset: surfeando el cambio:

— Intención orientada a la acción: en vez de poner nuestra mente en soñar un objetivo, hay que dedicar el esfuerzo en la auténtica intención de lo que pretendemos alcanzar. Y, desde ahí, pasar a la acción.

— Desapegos: en las expectativas surgen los miedos a no lograrlo. Sin embargo, cuando nos mueve la intención, es más fácil saber renunciar a lo que ya no nos sirve.

— Energía: cuando conectamos con la intención, podemos mantener el cambio a lo largo del tiempo.

Pilar Jericó es autora del blog Laboratorio de felicidad.

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