Fernando Trueba: “Sigo siendo un talibán del cine, aunque el cine te lo pone difícil”
El director vuelve con dos nuevas películas: ‘Dispararon al pianista’, largometraje de animación en colaboración con Javier Mariscal que será estrenado en el Festival de San Sebastián, y ‘Haunted Heart’, rodada en Grecia con Aida Folch y Matt Dillon
Hace un mundo que se marchó a Francia a recoger fruta y conocer a Picasso (misión fallida), hace casi medio siglo que se puso a estudiar periodismo despechado por el cierre de la Escuela Oficial de Cine (y en la Facultad se hizo amigo de los Resines, Boyero, Ladoire y Sánchez Valdés), hace tres décadas que ganó el Oscar por Belle Époque (recuerden sus palabras de agradecimiento: “Me gustaría creer en Dios para poder agradecerle este premio, pero como solo creo en Billy Wilder, ¡gracias, mister Wilder!”), hace 13 años que debutó en el cine de animación con Chico & Rita, hace ocho que montó la marimorena al recoger el Premio Nacional de Cine y soltar aquello de “yo no me he sentido español ni cinco minutos de mi vida” (delante del estupefacto ministro de Cultura Méndez de Vigo, del PP) y hace nada que terminó las películas número 18 y 19 de su filmografía: Haunted Heart, un noir rodado en Grecia con Aida Folch y Matt Dillon, y Dispararon al pianista, regreso a la animación de la mano, otra vez, de Javier Mariscal, una investigación periodística sobre la misteriosa desaparición de un pianista brasileño que será estrenada en el Festival de San Sebastián. Hace unas semanas que visitamos a Fernando Trueba (Madrid, 68 años) en su casa, más concretamente en su estudio-santuario al fondo del jardín, repleto de guiones, pinturas y fotos, anegado de libros, discos y películas. El inquilino, siempre tan certero como escéptico, da la sensación de estar de vuelta de todo en esto del cine, y uno diría que en esto de la vida en general.
Nunca dejan de sorprender los tiempos de la producción cinematográfica. Un director puede pasarse siete años sin rodar una película como, de repente, tener dos ya hechas encima de la mesa.
Bueno, sí, pero yo nunca he trabajado en estas dos películas a la vez, cada una tiene sus épocas, sus etapas. El guion de Haunted Heart lo escribí hace ya unos años, y por razones complicadas —que si era en inglés, que si había otros proyectos que tenía entre manos— se me fue retrasando. Y ahora la acabamos de terminar, aunque no sabemos aún cuándo la presentaremos ni cuándo la estrenaremos. Así que tampoco me gustaría hablar demasiado de ella ahora mismo.
¿Qué es Haunted Heart?
Yo la calificaría de noir, otros dirán que es un thriller, y en cualquier caso para mí es un poco Patricia Highsmith. He intentado hacer una película que empieza en la luz y acaba en la oscuridad. Y como en algunos relatos de la Highsmith, hay por ahí un pobre diablo americano perdido en algún lugar de Europa. Es una historia que arranca llena de sol, verano, todo es amable, todo es bonito, todo es ligero, pero después… de hecho la película tiene tres capítulos: verano, otoño, invierno. Rodamos en septiembre, octubre y noviembre para poder disponer de la luz y el clima de esas tres estaciones. De hecho, muy probablemente en España la vamos a titular así, Verano, otoño, invierno, porque no me gusta ninguna traducción de Haunted Heart [corazón embrujado, o corazón obsesionado]. Además, el otro día me di cuenta de que los españoles pronunciamos mal haunted, empezando por mí, que no puedo presumir mucho de mi acento inglés.
Bien distinta es la historia de Dispararon al pianista. Dos películas como el día y la noche, ¿no?
Sí, en este caso no empecé escribiendo un guion, sino rodando entrevistas. Yo estaba haciendo en Brasil El milagro de Candeal, en 2004, y entre rodaje y rodaje, como hago siempre, me escapaba a tiendas de discos para buscar rarezas. En aquel momento se estaba reeditando en CD parte de la música instrumental brasileña de los años sesenta y los setenta, que llevaba descatalogada desde hacía 30 o 40 años. Estaba en una tienda de Salvador de Bahía y encontré un disco de un grupo llamado Os Cobras, con Paulo Souza y Raul de Moura. Y ahí empezó todo.
¿Cómo empezó, qué pasó?
Me pasó como al protagonista de la película, que es mi alter ego. Pensé que el pianista que tocaba era João Donato, un músico que me enloquece. Pero resultó ser Tenório Júnior. El nombre me dio risa. Luego volví a oír a Tenório en el disco Samba Nova, todo un clásico que acababan de reeditar. Entonces me puse a buscar más cosas de él, pero vi que no había nada, el tío había hecho un disco pero era inencontrable [ese disco era Embalo]. Yo acabé encontrándolo y comprándolo… ¡por eBay en Japón! Me puse a investigar sobre él y descubrí que había desaparecido en Buenos Aires, cinco días antes del golpe militar de 1976.
En concreto, la tesis que narran la película y la monumental novela gráfica firmada al alimón por Trueba y Mariscal (Salamandra Graphic) es que, durante la noche posterior a un concierto con el gran Vinícius de Moraes en Buenos Aires, el pianista brasileño Tenório Júnior, que había viajado acompañado por su amante, Malena, salió del hotel donde se encontraban para comprar unos bocadillos y ya nunca volvió. Diversos testimonios, entre ellos el de un cabo del Ejército argentino llamado Vallejos, recogido en Dispararon al pianista, apuntaron a que el músico fue detenido por un escuadrón de la muerte en plena calle “por su aspecto de comunista” y recluido en la tristemente célebre Escuela Superior de Mecánica de la Armada, ESMA, donde el capitán de fragata Alfredo Astiz, también conocido como El Ángel de la Muerte, habría acabado con él de un disparo en la cabeza. Una desaparición que nunca se investigó.
Y empezó entonces su investigación personal en torno a Tenório…
Sí, me empecé a obsesionar con el personaje. Reconozco que estuve tiempo auténticamente obsesionado con él. Hubo una época en la que no me interesaba nada hablar de otra cosa que no fuera Tenório Júnior.
Por aquel entonces —corría 2005—, Trueba supo que el Festival de San Sebastián iba a programar un documental sobre el músico, poeta y diplomático Vinícius de Moraes, autor, entre otras obras inmortales de la música popular brasileña, de las letras de Garota de Ipanema, Chega da saudade, A felicidade y Água de beber, todas ellas sobre composiciones de su amigo Antônio Carlos Jobim.
Y se fue a San Sebastián.
Sí, quería ver si en el documental se hablaba de Tenório Júnior, aunque ni se le citaba. Pero durante los tres días que me quedé en San Sebastián me hice amigo de Suzana de Moraes, la hija mayor de Vinícius, que producía el documental, y de su director, Miguel Faria Jr. Al final grabé una entrevista con Suzana en su hotel. Y esa fue la primera de las 150 que hice, de las que unas 30 aparecen en la película. Luego volvimos a coincidir en el Festival de Río de Janeiro, donde yo presentaba mi película El baile de la Victoria. Y allí aproveché para hablar de Tenório con Caetano Veloso y Gilberto Gil, y empecé a hacer un montón de entrevistas.
El verdadero germen de la película…
Sí… la verdad es que al principio pensé en hacer un documental. Había tanto material… Sentarse a escribir el guion de esta película suponía, de entrada, transcribir las 150 entrevistas que había hecho y revisar todas las notas que había tomado durante todas ellas. Eso para mí fue una puñetera montaña. Y luego ocurrió algo curioso. Yo quería que fuera una coproducción con Argentina y Brasil, que teóricamente eran los socios naturales para este proyecto. Pero no conseguimos a ningún productor argentino y sí a uno brasileño, pero entonces llegó Bolsonaro y quitó todas las ayudas al cine, y ahí se acabó todo. Y la película acabó siendo una coproducción entre España, Francia, Holanda y Portugal. El mundo es muy raro.
Tan raro como para que una investigación periodística así funcione en dibujos animados, ¿no?
Es una investigación cinematográfica en cine de animación. Desde el principio tuve claro que la película había que hacerla en animación, técnica que había descubierto con Chico & Rita, cuyo rodaje fue una auténtica locura. Era algo tan loco que no me atrevía a contárselo ni a Cristina, mi mujer y productora, esperando que aquella idea se me fuera de la cabeza. Como a los seis meses vi que no solo no se me iba, sino que la idea crecía y crecía, se lo dije. No se asustó. Y luego se lo conté a Mariscal, y él me dijo: “Joder, tío, sería un regalo”. A todo esto, otras películas iban avanzando: había que hacer La reina de España, había que hacer El artista y la modelo…
Debe de resultar esquizofrénico estar en medio de un proyecto y aparcarlo para ponerte a rodar otro…
Pero ya lo he dicho, cuando pienso en una película, las demás desaparecen. Por ejemplo, no he trabajado ni un solo día a la vez en Haunted Heart y Dispararon al pianista. Las cosas no funcionan así. No superpongo las películas. Si estoy con una, saco las otras de mi cabeza, totalmente. Tengo una gran capacidad de estar en una cosa y dejar todo lo demás. Esto es como el chiste, si estamos a por Rolex, estamos a por Rolex, y si estamos a setas, pues a setas.
A lo mejor en el proceso de elaboración de Dispararon al pianista salió la vocación periodística de aquel Fernando Trueba que cursó Ciencias de la Información en la Complutense…
No, porque yo nunca tuve esa vocación periodística. Yo fui de la segunda promoción de Ciencias de la Información y aún recuerdo la indignación enorme porque se había cerrado la Escuela de Cine y teníamos que irnos a estudiar Periodismo. No es que tuviera nada contra el periodismo, pero yo lo que quería era cine, cine, cine. Era un talibán del cine, era lo único que me interesaba en la vida.
¿Y lo sigue siendo?
Sigo siendo un talibán del cine… aunque a veces el cine te lo pone difícil. No hay nada más deprimente que decir “hoy quiero ir al cine” y coger la cartelera y no encontrar una sola película. Me cabrea. Hay días que digo: “Hoy quiero ver una peli en un cine, aunque sea mala”, porque lo que quiero es entrar en una sala y sentarme en una butaca. Y lo hago, ¿eh?
Rituales que desaparecen… no quedan tiendas de discos, no quedan quioscos de prensa, la gente va poco a las salas de cine… y hasta pareció, aunque no ha sido así, que iban a desaparecer los libros y las librerías, ¿no?
Bueno, pero es que con el soporte físico del libro tenemos una relación sentimental, casi sensual; a mí me gusta olerlos en papel, tocarlos, pasar y repasar las páginas, yo creo que es el mejor invento de la humanidad, por delante de la rueda.
O sea, según usted serían, primero el libro, luego la rueda, luego…
No, no, no, primero el libro, luego el lápiz… la rueda no me interesa. Pero sobre todo el libro. Cuando uno piensa que de vez en cuando todavía se descubren por ahí papiros enterrados en la arena, o que se localiza el trozo que faltaba de una obra de Menandro… eso es alucinante.
El arte y la literatura son dos de sus pasiones. ¿Y el cómic? ¿Tiene que ver con Chico & Rita y con Dispararon al pianista una propensión suya al género?
No, la verdad es que nunca he sido propenso al género del cómic, y Mariscal me echa la bronca, claro, así que en parte me he ido convirtiendo a la causa. He descubierto muchas cosas gracias a él, como el Maus de Art Spiegelman o los libros del francés Frédéric Pajak, aunque más que cómics son ensayos ilustrados. Es que cuando éramos niños, en casa a mis padres no les gustaba que leyéramos tebeos.
¿Y eso?
A mí me encantaba Tintín, por ejemplo, pero yo nunca tuve un ejemplar porque era muy caro, y en casa, para un tebeo, no te daban dinero. Era más normal que yo estuviera leyendo Julio Verne o Salgari o Stevenson que un tebeo. Los tebeos en casa estaban mal vistos. En cambio, mis padres nos veían a mis hermanos y a mí leyendo la Ilíada y les parecía bien. Todavía tengo por ahí guardadas las ediciones de Crisol de La Ilíada, de La Odisea, de las Tragedias de Sófocles, de Ivanhoe… que todo iba en el mismo lote. Y yo creo que leer las obras completas de Shakespeare en la editorial Aguilar y con traducción de Luis Astrana Marín cuando era un crío condicionó mi vida. Eso es un antes y un después. Lo mismo que Picasso. Descubres esas cosas de crío y te parece que has descubierto las cataratas del Niágara.
¿Por qué Picasso? ¿Qué le pasaba con él?
Picasso es mi superhéroe, me fascina su estilo, su variedad, su personalidad, este malagueño en Francia revolucionando el arte del siglo XX… no sé, hay algo volcánico en Picasso, algo que arrasa con todo. Y eso de niño me impresionó. Mi sueño era conocerle. Recuerdo que, una de las primeras veces que yo viajé a Francia, en autoestop y para recoger fruta, en realidad lo que deseaba era intentar conocerlo. Pero en el camino se cruzó una historia de amor y eso nunca ocurrió.
Pues no es por nada, pero encontrar hoy a un crío de 12 años pasando las tardes con Homero, Sófocles o Picasso no parece muy factible.
No, desde luego.
Usted ha hablado largo y tendido contra los planes de educación actuales, ¿qué cree que habría que hacer?
Hay tantas cosas que criticar de los planes de estudio… yo no sé quiénes los hacen, probablemente ahora ya los hacen las empresas. Desde luego, no se hacen los planes de estudio para hacer personas, ni para formar a la gente ni para hacerla mejor. Ahora mismo se hacen para crear productores y consumidores, y esto es muy triste.
Ahora, en muchos colegios parece que con que cada niño tenga un ipad ya está todo hecho…
Pues yo no quiero que haya ipads en los colegios, yo quiero que haya libros, cuadernos y lápices.
Por desgracia, hace ya tiempo que la cuestión de los planes educativos parece más ligada a lo político que a lo educativo, ¿no cree?
A la hora de votar, lo que me gustaría es poder leer el programa educativo de cada partido político. De todas las reformas que se deben hacer en un país, la primera, la segunda y la tercera más importantes son las de la educación. Y luego lo demás. Pero no hay interés. Eso sí, presumen de que todos los niños tienen tableta. Dios mío.
Usted cree que…
Yo me paso el día estudiando. Me dedico a estudiar y de vez en cuando hago películas. Me dedico a llenar las lagunas que tengo. No se me ocurre otra cosa mejor que hacer en la vida que estudiar.
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