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Palos de ciego
Columna
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A favor del catalán en el Congreso (y en todas partes)

Solo la mentalidad nacionalista explica la nefasta resistencia a que se hablen las lenguas minoritarias en las instituciones

Un hombre agita las banderas de Cataluña, Galicia y País Vasco, en Barcelona, el 17 de octubre de 2019.Foto: MIQUEL LLOP (3NURPHOTO / GETTY I
Javier Cercas

El PSOE y Sumar aceptan el uso en el Congreso de las lenguas minoritarias y el PP y Vox replican que con ello buscan cortejar a los nacionalistas, cuyo apoyo necesitan para gobernar. Es verdad. Pero la pregunta no es por qué podrán usarse allí esas lenguas a partir de ahora, sino por qué, hasta ahora, no se podían usar. Y la respuesta es obvia: porque vivimos encerrados todavía en un molde mental nacionalista, que nos está asfixiando.

De entrada, lo obvio: estaría muy bien que el mundo entero hubiera hablado desde el principio una sola lengua, que ahora sería casi infinitamente rica porque en ella hubieran escrito Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare. Pero, existiera o no la torre de Babel, la maldición de Babel existe y, aunque constituye una desorbitada exageración romántica creer que una lengua entraña una visión del mundo (en finés hay 40 maneras de decir “nieve”, pero todas tienen su equivalente en castellano), lo cierto es que algunas lenguas se han convertido en tesoros y todas merecen respeto, porque hay personas que las hablan. El catalán, sin ir más lejos: podríamos leer traducidos a Llull, March, Martorell o Foix, tesoros incalculables, pero no hay comparación posible entre leer un poema en original y leerlo en traducción (por buena que sea). A veces, claro está, se ha usado el catalán para mal, para muy mal; pero con ese mismo fin perverso se han usado todas las lenguas, que no son responsables de las fechorías que con ellas se cometen. No es que el catalán deba poderse hablar en el Congreso; es que debe difundirse en los colegios y las universidades de toda España y figurar en los aeropuertos, las estaciones de tren, las monedas y donde haga falta (incluida la UE). Es un error tremendo dejar la defensa y promoción del catalán en manos de los secesionistas; el uso del catalán nos interesa a todos, pero sobre todo a quienes pensamos que la secesión es una mala idea: la lengua es el arma más poderosa para conseguirla, pero no se desactiva inutilizándola (cosa inmoral además de imposible), sino utilizándola para bien (para unir diciendo la verdad) y no para mal (para dividir contando mentiras). En otras palabras: el secesionismo no se puede refutar con eficacia más que en catalán, porque lo que se ha montado en catalán sólo se puede desmontar en catalán. Ignoro cómo pueden negarse estas evidencias si no es desde una mentalidad nacionalista, esa que dice que un idioma equivale a una cultura y una cultura equivale a una nación y una nación equivale a un Estado, o debe plasmarse en él. Ese esquema hermético, esencialista y exclusivista, que en el siglo XIX sirvió en Europa como ariete contra el Antiguo Régimen, ahora está frenando el nuevo, que sólo puede ser un régimen federal, surgido de una mentalidad federal, híbrida, abierta y colaborativa: la que propugna que cada cual puede hablar la lengua que quiera y sentirse lo que quiera, porque todos vamos a respetarlo y apoyarlo, pero a cambio de que todos respetemos las mismas reglas, aquellas que nos hacen más fuertes porque nos igualan y muestran que lo que nos une como humanos es muchísimo más decisivo que lo que nos separa. Sólo la mentalidad nacionalista explica la nefasta resistencia a que se hablen las lenguas minoritarias en las instituciones del Estado y se difundan por él, igual que sólo ella explica la nefasta voluntad purista de convertir Cataluña en una comunidad monolingüe (no por amor al catalán, sino a la secesión), y las faltas de respeto hacia los hablantes del castellano. ¿Que hablar en catalán en el Congreso es caro? Claro, pero es que la democracia es cara: mucho más barato sería no celebrar elecciones, ni abrir el Congreso, ni aspirar a una justicia independiente. En política, lo barato suele salir caro.

España es a casi todos los efectos un Estado federal; sólo le falta cobrar conciencia de sí misma como tal y obrar en consecuencia. Y sí: España se toma mucho más en serio que Cataluña su propia diversidad, pero debería tomársela mucho más en serio todavía. No porque lo exija nadie: porque es justo y necesario. Y porque esa diversidad es la mejor garantía de su unidad. O la única.

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