_
_
_
_
_

Julujama, el artista que dejó de pintar

En los años setenta, Juan Luis Javier Marí despuntaba en el arte. Medio siglo después, el galerista José de la Mano redescubre su obra

Juan Luis Javier Marí, tras el reflejo de los árboles sobre una de las ventanas de la galería donde ahora expone.
Juan Luis Javier Marí, tras el reflejo de los árboles sobre una de las ventanas de la galería donde ahora expone.Ximena y Sergio
Ianko López

Julujama es Juan Luis Javier Marí, pero también JL Javier y Xavier Mari, entre otros. Sorprende cómo, en apenas una década de producción, este pintor figurativo nacido en Valencia en 1952 estampó en sus obras al menos media docena de firmas distintas. Como si quisiera reinventarse cada poco tiempo. En un giro aún mayor, abandonó los pinceles antes de cumplir la treintena, con su regreso a España tras una larga estancia en Suiza, para dedicarse a otras causas. Debía ser al contrario: por fin había recuperado una casa, su paraíso de la adolescencia del que su madre lo había desterrado, y el plan original era pintar allí sus mejores obras. Pero nada salió como estaba previsto.

Tampoco podía preverse que, cincuenta años más tarde, el galerista José de la Mano encontraría, arrumbados en un pequeño almacén, aquellos cuadros con vocación transgresora que podrían haberse pintado anteayer, aunque algunos se hubieran realizado bajo la dictadura franquista. Ese fue el origen de la exposición Julujama. …olvidado por esta libertad. Pinturas [1973-1981], que estará en la galería José de la Mano de Madrid hasta el 28 de julio. De la Mano se ha especializado en recuperar artistas históricos olvidados, pero en esta ocasión tenía otro objetivo: “Iba detrás de la obra de Lola Bosshart, una pintora geométrica exquisita de la Valencia de los años 60 que falleció en 2012″, recuerda el galerista. “Tras unos años investigando, al fin dimos con su taller. Juan Luis es quien lo había preservado, así que entramos en contacto con él, que nos enseñó sus pocas obras como pintor al óleo, y entonces decidimos exponerlas. Tiene una enorme importancia histórica, porque como pintor que ya estaba haciendo arte queer en la España de principios de los 70. Y ese capítulo de la historia del arte no tiene muchas páginas”.

El día antes de la inauguración, con las obras ya colgadas por el comisario Joaquín García, Juan Luis parece sentirse extraño, al mismo tiempo implicadísimo y algo ajeno a lo que sucede a su alrededor: “Imagínate, estoy asombrado, hace cincuenta años que estos cuadros no se exponen”, dice. Este capítulo de la historia del arte no se entendería sin otra historia, que es la suya.

Juan Luis Javier, Julujama, era artista desde niño y contra todo, en especial contra las expectativas de sus padres. “A ellos les contrariaba mucho, porque pensaban que no podría ganarme la vida. Y es verdad que vivir de la pintura o es fácil cuando quieres expresar cosas, que era mi caso”. El plan trazado para él era que se hiciera constructor, como su padre, o que se limitara a administrar el patrimonio inmobiliario de la familia. El mar de fondo no tenía tanto que ver con su futuro profesional como la tendencia sexual que se deducía de sus intereses artísticos. Pero él se obstinó. Y el resultado fue que a los 14 años lo internaron: “Dos veces, dos psiquiatras distintos. Y en el mismo lugar, el hospital de San Onofre, en Cuart de Poblet, una institución regida por monjas y con enfermeros muy rígidos. Era un manicomio, aunque se llamaban casa de salud. Fue una experiencia traumática”.

-¿Por qué motivo?

-Por aquella disciplina que me aplicaron contra mi voluntad y contra mi necesidad de desarrollo. Algo contra natura. De hecho, allí fui violado por otro paciente. Me quejé, pero no me hicieron ni caso. Éramos carne de rapiña.

Un autorretrato de 1981, el último cuadro personal pintado por Mar.
Un autorretrato de 1981, el último cuadro personal pintado por Mar.Julujama
Un retrato de 1978 de Pierre-Michel, pareja del pintor, en Ginebra.
Un retrato de 1978 de Pierre-Michel, pareja del pintor, en Ginebra. Julujama

Pero de ese horror salió reforzado. Consiguió que le permitieran estudiar Bellas Artes en la Escuela de San Carlos de Valencia, aunque nunca llegó a terminar la carrera porque aquel último año, dice, estaba enfocado a convertir a los alumnos en profesores: “Y yo no quería ser un funcionario sino pintar mis cuadros, libre y errante”. Las visitas al psiquiatra no tuvieron el efecto esperado, pero al menos le depararon un encuentro fundamental: un día, en una sala de espera, aquel muchacho conoció a Lola Bosshard, que tenía treinta años más que él. Congeniaron de inmediato, y ella le reservó un espacio en su estudio y le animó a seguir su práctica artística.

Con Lola fue a la casa familiar de la playa de Alcossebre (Castellón). “Estar en aquel sitio era entonces mi mayor inspiración”, recuerda. “Yo solo quería pintar su paisaje. Pero, cuando mi madre supo que me había llevado allí a Lola, me echó de la casa. ¡Qué no habría hecho si me llego a llevar a un hombre, sabiendo que fue por mis tendencias por lo que se me había internado!”. Un nuevo trauma: “Perdí mi modelo y mi estímulo, y tuve que volverme a Valencia donde no tenía nada, salvo el pequeño ático del barrio del Carmen que me dejaron mis padres para que me arreglara. Allí no pinté nada, pero al menos pude hacer mi vida bajo la luna de Valencia”.

Bajo aquella luna, a mitad de los años 70, la sociedad era, según él, mucho más abierta que Madrid: “Había hasta tres lugares de encuentros gais, donde iban los chicos a conocerse. Y yo en Madrid por aquel entonces presencié cómo echaban a dos chicos del café Gijón solo por mostrarse como eran, algo que en Valencia no habría ocurrido”. Sin embargo, en los estertores del franquismo, nuestro país aún era un lugar oscuro donde la libertad de expresión, como otras muchas, no existía: “Una vez expuse mis pinturas en la Casa de Cultura de Cuenca, y allí colgué también algunos dibujos, estudios de desnudo algo atrevidos. Pues el director del centro, que era del Opus Dei, los retiró después de la inauguración. Pobre España, qué tristeza”.

Necesitaba cambiar de escenario, y la ocasión surgió un día que estaba ayudando a su padre a hacer unas chapuzas en la casa de Alcossebre, lo único que ya se permitía hacer allí. “Vi que pasaba por las rocas un tío que me pareció interesante y me fui detrás de él. A mi padre le dije que iba a hacer pipí, allí le dejé con la cubeta de yeso”. El tío se llamaba Pierre-Michel, vivía en Ginebra y trabaja como traductor para la ONU, y estaba pasando un par de días de vacaciones en el único hotel del pueblo. Pero tras conocer al joven Juan Luis se trasladó a una pensión para prolongar su estancia. “Se prendó de mí”, recuerda él. “Me invitó a irme con él a su país, así que lo seguí a Ginebra”.

-¿Y qué significó ese cambio?

-La gran vida. Estar con alguien que no me imponía nada, que me llevaba a comer con su familia, para la que yo era “su amigo”, pero con una acepción muy amplia. Vivir sin la amenaza de ser encerrado, entre unas personas que veían en mí alguien luminoso e imaginativo, para las que el hecho de que yo pintara era lo más, cuando en el sitio del que yo venía era lo peor.

Una imagen de juventud del pintor.
Una imagen de juventud del pintor.Julujama

Comenzó a exponer en galerías, e incluso en el Museo de Bellas Artes de Lausana, por invitación de su director. “Todos los gais de la ciudad pasaron por allí, y todos me dieron su dirección”, dice, coqueto. Asegura que Pierre-Michel comenzó a sentir celos de su éxito social y profesional, aunque la gota que colmó el vaso fue que Juan Luis se vinculara a una segunda pareja, un hombre que vivía en Vevey, frente al lago Leman. “Yo era joven e impetuoso, y poco consciente del daño que podía hacer. Hice daño a Pierre-Michel. Pero entonces empezaron a lloverme los encargos de retratos, y aumentó mi aceptación. Pasé un tiempo muy feliz”.

La mayor parte de las obras de la exposición datan de sus años en Suiza, cuando abandonó la firma Julujama por la dificultad de los francófonos para pronunciar la jota española, que cambió por una equis, “Juan Luis Xavier”. Corresponden a tres géneros: paisajes, bodegones –destaca uno con dos cabezas masculinas juntas en una cama, y una repisa con un bote de vaselina y un kleenex arrugado-, y unos autorretratos donde integra su rostro y su cuerpo en escenas de una fantasía delirante. En algunos, su vello corporal aparece recogido en carretes de hilo o expandido en largas trenzas. En otra obra, desnudo, recibe la visita de un ángel alado que parece a punto de abalanzarse sobre él con intenciones nada espirituales. A menudo se recurre a la mise en abyme, la imagen dentro de la imagen, como en el retrato de Pierre-Michel sentado a la mesa de 1978, donde la cara de su pareja está cubierta por el reflejo de ese mismo rostro sobre el culo de un vaso. “Entre los artistas españoles de la época que conocemos no hay nada parecido en cuanto a queerness y representación”, afirma el comisario de la muestra, Joaquín García. “Y si los hay, espero que se vayan descubriendo con el tiempo. Por lo demás, Costus están más en el camp, y esto es más orgánico y personal. Pérez Villata, también es menos explícito en lo autorreferencial. Quizá Nazario sí está a este nivel, pero lo suyo es sobre todo cómic, y además underground, así que eran dos circuitos distintos”.

Este bodegón de 1980 logra una fuerte carga de intimidad y sexualidad.
Este bodegón de 1980 logra una fuerte carga de intimidad y sexualidad. Julujama
Fragmento de espejo, autorretrato de 1975.
Fragmento de espejo, autorretrato de 1975.Julujama

A excepción de algún retrato hiperrealista de encargo -obras alimenticias, nada personales-, pintó su último cuadro en 1981. Esa pieza también comparece en la exposición: es un autorretrato donde Juan Luis, con la boca ensangrentada y las manos que dejan huelas rojas en una puerta, parece anticipar la moda ochentera de películas de vampiros contemporáneos (desde El ansia hasta Jóvenes ocultos), aunque en realidad representa una experiencia más personal: “La sangre es resultado de una bofetada”, aclara Juan Luis. “Una bofetada sentimental”.

Tras la bofetada, vuelta a Valencia. Su madre falleció aquel mismo año, y él recibió una herencia que incluía la casa de Alcossebre, la misma de la que ella lo había expulsado tiempo atrás. Su intención era realizar su sueño de la adolescencia, ampliándola para convertirla en su nuevo estudio y vivienda, donde crear sin cortapisas. “Diseñé una planta superior como una rosa de los vientos, con ventanas a los cuatro puntos cardinales, cada una a un paisaje distinto”, explica. Pero aquello no salió bien. El arquitecto que contrató para materializar el proyecto pretendía convencerlo para que vendiera el terreno a un promotor que construiría allí un gran hotel. Los plazos se dilataron hasta que se promulgó una Ley de Costas que hizo imposible su idea original. Se metió en pleitos, ganó muchos de ellos. Y, entre tanto, había dejado de pintar.

A cambio, se había reinventado como activista medioambiental: “Me he unido a varias asociaciones, y he interpuesto denuncias contra quienes han realizado en la costa construcciones prohibidas por la ley. También hemos combatido la desecación del marjal de Benicàssim, donde pretendían construir un campo de golf y viviendas de lujo. Y conseguimos detener el fracking en la región del Maestrat, que habría contaminado su acuífero, como también se paró el proyecto Castor en la costa de Vinaròs, que provocó terremotos en la zona”.

-¿Y no lamenta haber abandonado la pintura?

-Me he realizado, aunque sea de otro modo. Me emociona ver estos cuadros porque me recuerda lo que en su día conseguí, pero son mi pasado.

-¿Sigue emocionándose con lo que hace hoy en día?

-Siempre. Porque en todo pongo pasión.


Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Ianko López
Es gestor, redactor y crítico especializado en cultura y artes visuales, y también ha trabajado en el ámbito de la consultoría. Colabora habitualmente en diversos medios de comunicación escribiendo sobre arte, diseño, arquitectura y cultura.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_