_
_
_
_
_
Maneras de vivir
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nos vamos a arrepentir

En el desencanto antidemocrático que estamos viviendo tiene mucho que ver la falsa salida de la crisis de 2008

Las banderas de España y de Vox en un mitin del partido ultraderechista en Torrevieja, Alicante, el pasado 2 de julio.
Las banderas de España y de Vox en un mitin del partido ultraderechista en Torrevieja, Alicante, el pasado 2 de julio.Roberto Plaza (Europa Press / Getty Images)
Rosa Montero

Lo peor es la ostentación de su intransigencia, lo orgullosos que están de mostrarse como unos energúmenos. Quiero decir que muchos de ellos quizá tuvieran antes las mismas ideas, pero no las vociferaban de este modo. Ahora, en cambio, andan sacando pecho y dándote con sus ideas en la cabeza todo el rato, metafórica y literalmente, porque son agresivos con el tono y con los modos, pero también con los puños y los palos. Ya conté en un artículo que hace un par de meses, en el Parque Warner de Madrid, Conchi y Gema, pareja y madres de dos niños de cinco y seis años, fueron golpeadas ante sus hijos por 15 cobardes al grito de “puta bollera asquerosa de mierda”. Y en torno al Orgullo ha habido varias agresiones: en Madrid, en Murcia, en el País Vasco, en Extremadura y Andalucía… Algunos de los ataques han sido brutales y las víctimas acabaron en el hospital. En cuanto al tema de las mujeres, qué decir. Ahí tenemos a Carlos Flores, el candidato de Vox a la presidencia de la Generalitat Valenciana, que fue condenado a un año de cárcel por “violencia psíquica habitual” contra su exesposa. La persiguió en su casa, en el colegio de sus hijos y por la calle hasta en 21 ocasiones, gritándole entre otras cosas “ladrona”, “puta” o “te voy a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo”. Hablando de todo esto, Feijóo comentó en la Cadena SER que Flores “tuvo un divorcio duro”. En fin, no ocultan nada de esto, desde luego: recordemos el anuncio electoral en el que Vox arrojaba a la basura el feminismo y la bandera LGTBI. Ya dije que lo peor es, justamente, la jactancia con la que exhiben sus odios.

Esto está pasando por desgracia en todo el mundo; una ola de furor irracional y extremismo fanático recorre el planeta (fundamentalmente ultraderechista, aunque para mí la ultraizquierda es igual, nada separa al nicaragüense Daniel Ortega de un neonazi). Y así, en Finlandia (¡Finlandia!) se ha formado un Gobierno de coalición con la extrema derecha, y en una comarca de Turingia, en Alemania, acaba de ganar por primera vez las elecciones un candidato ultraderechista. He escrito varias veces sobre este fenómeno; creo que en el desen­canto antidemocrático que estamos viviendo tiene mucho que ver la falsa salida de la crisis de 2008, que empobreció a una cuarta parte de la población mundial mientras que los ricos responsables de aquel colapso se enriquecieron más. Es natural que quienes salieron perjudicados piensen que esta democracia no los representa; el problema es que creen que sus salvadores van a ser los demagogos extremistas. Sucedió igual en la República de Weimar, cuando las tensiones sociales tras la crisis de 1929 contribuyeron de forma sustancial, me parece, al triunfo de Hitler.

Pero también creo que ser extremista, dejar fluir el odio y embriagarse de un furor primitivo, es un movimiento social que se ha puesto de moda. Es una especie de ola rebelde retrógrada que está anegando la Tierra. Todos los avances de la civilidad y de los derechos humanos suponen una represión, una doma de nuestros instintos peores y más básicos en aras de un bien mayor. Civilizarse exige esfuerzo, un control del egoísmo más primario, de los rencores más cenutrios. Y la tentación de la irracionalidad, de quitarse trabas y dejarse ir siempre está ahí. Sobre todo, en estos momentos de desconcierto y miedo, con la crisis climática, las pandemias, la presión migratoria, los vertiginosos cambios tecnológicos. La gente añora regresar a la horda.

Según el CIS, en 2019 un 3,8% de los jóvenes entre los 18 y los 24 años pensaban que Vox era el partido más cercano a ellos. Hoy la cifra ha subido al 12,4%. Ya digo, la rebeldía reaccionaria está de moda. Tenemos unas elecciones por delante, crispadas por las fake news e incendiadas por el odio. Como decía Muñoz Molina en un reciente y estupendo artículo, es lógico hartarse del Gobierno (de cualquier Gobierno). Pero cuidado con lo que votas. Me dirijo a toda esa gente que no aguanta a Sánchez y que siente la tentación de apagar la razón y entregarse por un rato a sus emociones más primarias. Eso hicieron los británicos con el Brexit, por cierto. Y ahora, siete años después, más de la mitad de los que votaron irse piensan que ha sido un fracaso: hoy elegiría quedarse un 58% de la población. Ojo con las elecciones. Nos vamos a arrepentir, eso os lo digo.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_