Sobre el bien y el mal
No consigo entender por qué mitificamos de tal modo el Mal. Por qué los malotes nos parecen tan atractivos
Sé bien que el Mal existe. Me refiero al Mal con mayúsculas, desbocado, feroz e inútil, ese Mal tautológico que se disfruta a sí mismo, que no tiene otro fin que la pura maldad. En una novela escribí que las religiones se han inventado para darle un sentido al Mal para que no nos destruya. Porque puede en efecto destruirnos, puede volvernos locos, puede hacernos perder la capacidad de seguir viviendo. Y esto es así, permitidme que os diga, porque mayoritariamente no estamos hechos para el Mal. Si lo estuviéramos, nos parecería de lo más normal y los horrores no ocuparían la primera página de los periódicos, no abrirían los telediarios, no los comentaríamos una y otra vez, estremecidos y anonadados. El ser humano viene de fábrica orientado en general hacia el bien, o, dicho de otro modo, las estrategias de empatía y colaboración abundan mucho más y son más eficaces para la supervivencia de la especie que las de depredación. A fin de cuentas, somos animales sociales y estamos llenos de neuronas espejo.
Ya sabéis que al gran Kant le sorprendía que, en situación de guerra, un soldado fuerte y necesitado no matara sistemáticamente a todos los ancianos, niños y mujeres con los que se topara para robar sus posesiones. Por supuesto que a veces ocurría, pero no era lo habitual y, además, se consideraba algo condenable. Y, sin embargo, el soldado podía hacerlo, y, además, le convenía. De ahí el filósofo dedujo su teoría del imperativo categórico, que sería un conjunto de valores morales básicos que tendríamos todos los humanos, independientemente de nuestra religión y nuestras creencias. Un imperativo que para mí es una herramienta evolucionista.
De todo esto ya he escrito varias veces, porque el asunto del Mal me preocupa mucho. De hecho, creo que sólo hay tres temas fundamentales de los que hablar: la muerte, el sentido de la vida (si es que tiene alguno) y el porqué del Mal y del Dolor. Pero en esta ocasión el artículo ha nacido a raíz de haber sido jurado de un bonito concurso de microrrelatos organizado por la farmacéutica Roche. Tenían que ser de tema médico, empezar con la frase “Salí de allí con una sonrisa” y dar cierto espacio a la esperanza. Y el caso es que, en el acto de entrega de los premios, alguien dijo una vez más eso de que “con buenos sentimientos es más difícil hacer buena literatura”. Un lugar común que me desespera.
No consigo entender por qué mitificamos de tal modo el Mal. Por qué los malotes nos parecen tan atractivos, mientras que cuando decimos de alguien que es buena persona corremos el riesgo de que la gente piense que es idiota. Y este topicazo estúpido y pedante se multiplica por cien en los ambientes más o menos intelectuales. Por todos los santos, que no piensen que yo valoro la bondad, o que creo en la esperanza, o que me permito la compasión, parecen decirse estos paladines de la maldad, que sostienen que es la-única-realidad-que-puede-tomarse-en-serio. Luego, en sus vidas cotidianas, curiosamente, muchos son buena gente y actúan como si creyeran en la empatía. Pero ¿reconocerlo? Jamás. Y así, se valora como más inteligente y verdadero el retrato de lo malo, y como falso y ñoño todo lo bueno, cuando yo creo, insisto, que hay mucho más de bien que de mal en nuestras vidas. No veo cómo se puede intentar describir con autenticidad y hondura este mundo si, junto al horror del Mal, no hablas también de esa fuerza luminosa que la vida tiene.
Según el psicólogo Iñaki Piñuel, que publicó en 2021 un libro titulado Mi jefe es un psicópata, en la población mundial hay un 2% de psicópatas, una gente muy mala que es incapaz de sentir empatía por el prójimo. Y a este porcentaje habría que añadir entre un 10% y un 13% de psicopatoides y narcisos, personas también terriblemente tóxicas que sólo utilizan al otro para su provecho. En total, pues, un 15% de tipejos horribles. Muchos de ellos, por cierto, en la dirección de las grandes empresas y en la política. Piñuel y otros expertos sostienen, además, que la vida actual fomenta estos caracteres depredadores. El narcisismo vacuo de las redes, por ejemplo, o la falta de resistencia ante la frustración son pésimas influencias. Yo añadiría también esta mitificación del Mal. Este desdén inmaduro e ignorante hacia la gente buena.
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