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Palos de ciego
Columna
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La Cataluña de Capgràs

Una novela debe ser una herramienta de placer, pero también de conocimiento. La de Ibáñez Fanés cumple con creces

Ley de Memoria Democrática
Javier Cercas

Mucho antes de lo previsto, he leído una novela excelente sobre el procés. Su autor es Jordi Ibáñez Fanés; su título, Infierno, Purgatorio, Paraíso. Se trata de una obra originalmente escrita en catalán donde pueden leerse cosas como que el procés fue “la invención mezquina y estúpida de un movimiento pretendidamente popular, pero en realidad (…) bastante teledirigido por el Gobierno de la Generalitat y agitado por su anillo de Saturno mediático, bien engrasado con subvenciones”. O ésta: “Las élites, la gente del dinero, los intelectuales afines o a sueldo renunciaron a la inteligencia y a la percepción de la realidad, porque había un terror real a equivocarse de bando, a quedar descolocados, a la muerte social, que era un jarabe que se administraba a discreción y que para muchos de aquellos cuya vida profesional dependía de cierta presencia en los medios biempensantes solo podía implicar el fin de su carrera profesional”. O ésta otra, dirigida a Jordi Pujol, transmutado en la novela en un personaje llamado Capgràs: “No quisiste controlar la extraordinaria voracidad de tu mujer y de tus hijos, y no conseguiste, o no quisiste evitar que una camarilla de trepas y delincuentes de cuello blanco se apuntara a tu desfile victorioso, convirtiendo el país en un gran casino, con sus crupieres y sus ludópatas, sus matones y toda la fauna que suele agolparse en torno a las mesas de juego. No sólo no lo evitaste, sino que a veces pienso que lo estimulaste, para sujetar mejor a tus acólitos (…) para generar dependencias, adicciones, porque el dinero es una droga infalible”. O esta última, sobre los dirigentes que culminaron el procés: “Una panda de lloricas, de aficionados, de trepas y filibusteros convertidos en los héroes del momento”.

Pero el libro de Ibáñez Fanés no es sólo una suerte crónica en clave —onírica, carnavalesca, mestiza, descarnada, poliédrica— de la Cataluña de los últimos años; también propone interpretaciones inéditas. En un momento, por ejemplo, un personaje conjetura que el procés fue en gran parte el fruto de una crisis de autoridad originada en julio de 2014, cuando Capgràs/Pujol confesó que era un evasor fiscal y se hizo el harakiri en público, “para proteger a su familia”. La hipótesis es razonable, o al menos sugestiva: Pujol había abandonado el poder en 2003 y el procés se desencadenó en 2012, pero el expresidente seguía siendo una figura capital para el nacionalismo, un referente insustituible, y, aunque muchos supusieron que su caída en desgracia representaba la muerte del procés, al final resultó ser “un martillazo a la última espita de seguridad de todo aquel delirio”, la abolición de “la poca autoridad, aunque fuese moral, que quedaba en este país”, lo que convertía el secesionismo “en una huida hacia delante, en una causa de desesperados”. En palabras de Capgràs/Pujol: “Quieren acabar con el jefe de la tribu pensando que el resto de los indios huirán corriendo. Ilusos. No saben que la muerte del jefe convierte la tribu organizada en una pandilla de salvajes furiosos y enloquecidos”. Así fue, sobre todo porque al propio Pujol le faltó coraje para oponerse a la locura de la tribu —o quizá se sintió desautorizado para hacerlo— y se refugió en una discreta o silenciosa complicidad, igual que otros padres de la patria catalana. Y esto explicaría muchas cosas, desde la orgía antidemocrática de otoño de 2017 —cuando, hecho trizas cualquier atisbo de autoridad, la ley dejó de regir en Cataluña, lo que creó una atmósfera prebélica (Josep Fontana dixit)— hasta el disparate crónico de los herederos políticos de Pujol, que corren como pollo sin cabeza, convertidos, al más puro estilo trumpista, en un partido antisistema de derechas.

Una novela debe ser una herramienta de placer, pero también de conocimiento. La de Ibáñez Fanés cumple con creces ambos imperativos. No diré que contiene un retrato más exacto del procés que la infinidad de ensayos publicados sobre él, porque el conocimiento que proporcionan las novelas no suplanta al que deparan el periodismo o la historia (y viceversa); sólo diré que, ahora mismo, me parece fundamental para entenderlo.

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