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JORDI PUJOL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pujol y el juicio final

Buscar la coartada de la espiritualidad es un camino para no hablar de situaciones en las que la corrupción ha desfilado a la luz del día ante tus ojos

Jordi Pujol
Jordi Pujol tras su participación en el último programa de Josep Cunì.Gianluca Battista
Francesc Valls

A medida que se acerca la fecha del juicio contra Jordi Pujol y sus hijos, el expresidente de la Generalitat va rompiendo su silencio, espoleado a sus 92 años por la idea que le persigue desde su confesión: cómo pasará a la posteridad. Han transcurrido ocho años desde aquel 25 de julio de 2014 en que explicó que su familia había mantenido fuera de España una herencia millonaria ocultada al fisco durante 30 años. Ahora, temeroso del trato que le dé la justicia humana, Pujol intenta asirse a la trascendencia religiosa para salvar su figura y dar sentido a lo inexplicable: especialmente su no actuación para atajar la presunta actividad delictiva de algunos de sus hijos, esos que quedarían fuera de su afirmación “pondría la mano en el fuego por gran parte de mi familia”.

Así se expresó recientemente en una entrevista en el programa Aquí Cuní, de SER Catalunya. Pujol explicó que la virtud teologal de la esperanza le ayuda en su situación judicial, que llevará a él y a sus siete hijos al banquillo como presuntos miembros de una trama a la que se le imputa asociación ilícita, blanqueo de capitales y delitos contra la hacienda pública. “En los momentos difíciles hay que tener fortaleza, una de las virtudes [cardinales] que nos explicaba el catecismo”. Sin embargo, a renglón seguido añadió: “A mí no me ha fallado otra virtud que es más importante, que es teologal, que es la esperanza”.

Con esas palabras, Pujol quería subrayar la superioridad de las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad— sobre las cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Estas últimas son virtudes humanas, fruto y germen de actos moralmente buenos, según la ortodoxia católica. Sin embargo, las teologales tratan de adaptar las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino, de acuerdo con el catecismo al que apeló el expresident.

Pujol apuesta más por la trascendencia que en la contingencia. Es mejor entenderse con Dios que con los hombres. Eso explicaría por qué la apreciada virtud teologal figura en el frontispicio del libro que el expresident está ultimando: Entre el dolor i l’esperança. Pujol apuesta decididamente por esa virtud teologal porque se ha encomendado al Altísimo para salvar paradójicamente su imagen mundana en la posteridad. No es nuevo, la Iglesia cuenta con un extenso manual sobre el empleo de la espiritualidad para soslayar sospechosas actuaciones en lo material.

Quizás lo que más evidenció esa deriva del expresident fue cuando al ser preguntado por el periodista Josep Cuní sobre si temía más al juicio o la muerte, Pujol le respondió de forma espontánea: “¿Al juicio final?”. A veces hay que recurrir a lo trascendente para no dar explicaciones de lo que es evidente. Buscar la coartada de la espiritualidad es un camino para no hablar de situaciones en las que la corrupción ha desfilado a la luz del día ante tus ojos.

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