Paula Badosa golpea fuerte: “Hablar de los miedos es importante”
En 2021 se convirtió en la primera española en ganar el Indian Wells. Y con el trofeo de Sídney se acaba de colocar como sexta en el ‘ranking’ mundial del tenis femenino, justo antes del Open de Australia. Pero antes de llegar hasta todo esto, la catalana de 24 años tuvo que superar una depresión
Es viernes, mediodía en Madrid, y la marabunta de coches ha engullido el que traslada a Paula Badosa hasta un céntrico estudio fotográfico de la capital. “¡Lo siento mucho! Hay un atasco de locos…”, se disculpa la tenista, todo el día de aquí para allá y cuya agenda no le concede una sola tregua desde que el pasado 18 de octubre entrase directamente en la historia de su deporte al convertirse en la primera mujer española que ha conquistado Indian Wells, uno de los terrenos más distinguidos de la raqueta. Aquella tarde, bajo el sol del desierto californiano, rindió a la bielorrusa Victoria Azarenka —ex número 1, dos Grand Slams en su expediente— y culminó una extraordinaria remontada deportiva y personal. Porque hoy día todos son luces para ella: figura entre las 10 mejores del mundo, ya ha disputado la Copa de Maestras, se la rifan los patrocinadores y el porvenir pinta de oro. Pero atrás queda un infierno. Antes, todo fue muy rápido. Demasiado.
Con un talento fuera de lo ordinario, a los 15 años logró su primer punto en el circuito profesional. Uno después, siendo todavía una júnior, fue citada por Conchita Martínez para competir con las mayores en la Copa Federación. Y a los 17, mientras su carrera se disparaba, se coronó como juvenil en Roland Garros. Los especialistas la presentaron rápidamente como “la nueva Sharapova”. “Fue un bum mental y no estaba preparada para manejarlo. Me llenaron la cabeza de historias y me desinflé. Me vine abajo y me perdí. No sabía cómo salir de ahí. Era un agujero. No tenía un entorno bueno y me enfrenté a todo eso sola. Ahora todo es distinto, pero lo pasé muy mal. Realmente mal. Viéndolo en perspectiva, creo que todo ese proceso me hizo más fuerte”, cuenta con serenidad en un discurso cada vez más normalizado entre los deportistas, pero que entonces, cuando ella decidió abrirse (enero de 2020) y confesar que había sufrido una depresión de dos años, estaba rodeado de estigmas, prejuicios y tabúes.
Durante la conversación profundizará, pero antes rebobina hacia cómo aterrizó en el tenis. “Pura casualidad”. Hija de Mireia y Josep, dos modelos que se instalaron en Nueva York a principios de los noventa, Badosa nació en Manhattan y residió allí hasta los siete años. Sin embargo, en 1997 sus padres decidieron regresar a casa. “Fue un giro radical. Ellos estaban todo el día trabajando, así que tenían que hacer algo conmigo y me mandaron con mis primos a un campus de verano en el que se hacía natación, fútbol, tenis… Era de nueve de la mañana a seis de la tarde, con horario de colegio. El primer deporte que me tocó fue el tenis, y ahí me quedé. No fui a los siguientes”, dice. “Enseguida se vio que tenía algo especial, desde que empezó a ir al cole”, añade por teléfono su madre. “Paula tenía ese algo, brillaba. Enamoraba a todo el mundo desde niña; tenía ese carisma que la hacía diferente. Y en el tenis destacó también muy rápido. Se enfocaba mucho, estaba superinvolucrada en las clases. Y fluía. Marcelo, su primer entrenador, era un crack. Había días en los que era imposible sacarla de la pista; si por ella hubiera sido, se hubiera quedado a dormir. Parecía una profesional desde pequeña”.
Dice Mireia Gibert que el sacrificio para que su hija pudiera desarrollarse como tenista y llegar a la élite fue muy grande, pero que enseguida percibieron algo diferente. Relata que cuando Badosa competía en torneos de Cataluña y en los benjamines de Francia ya acaparaba miradas, así que lo vieron claro. “Pero no porque ganase, porque era más grande que las demás y le costaba un poco desplazarse, pero sí por cómo competía y por cómo le pegaba a la pelota”, precisa. Y concreta su entrenador desde Melbourne, donde guerreará este mes en el Open de Australia, ya como una de las señaladas del circuito: “Siempre ha sido una chica con los oídos bien abiertos, una curranta nata. Se esfuerza y sabe escuchar. Lo intentaba siempre”, transmite Jorge García, que la moldeó desde los 14 a los 18 años en Valencia. Actualmente, ocupa su banquillo después de que participaran en el proceso Xavier Budó (en Barcelona) y Javier Martí (Madrid).
A lo largo de la sesión, Badosa, 1,80 de estatura, posa con desparpajo. Le va en los genes. Se siente más que cómoda ante la cámara. “Cuando me tuvieron, mis padres siguieron en la moda, pero se dedicaron a las sesiones de fotografía”, matiza la número 6 del mundo, que arrancó el último curso en la 71ª posición, terminó como octava y ahora, tras ganar el trofeo de Sídney, luce su mejor ranking. “Recuerdo haber estado en muchos shootings con cinco o seis años. Me dejaban ahí todo el día y me encantaba: cogía las cámaras y los focos, iba de aquí para allá tocándolo todo… Era el lugar en el que mi familia quería que estuviera, antes de que cogiera la raqueta, claro. Mi madre me llevó un día a una agencia de modelos, pero me negué en rotundo. ¡Yo no estaba hecha para eso! Quizá porque lo viví durante mucho tiempo y también porque era tímida. Con el tenis fue totalmente diferente; al primer día que cogí la raqueta me dije: ‘¡Esto es lo que quiero!”, prosigue.
Su madre cuenta que la utilizaba para algunos de sus reportajes y que solía llevársela al festival Burning Man, en el desierto de Nevada, donde se lo pasaba pipa entre retrato y retrato. Luego llegaría el retorno a Begur, en la Costa Brava, donde creció la Badosa adolescente junto a su hermana menor, Jana. “Es muy de su tierra, está enamorada del Empordà”, sigue Gibert. “A la que puedo, me escapo allí para coger aire”, agrega ella, que de alguna manera siempre apostó por elegir vías diferentes. “He querido destacar por hacer algo distinto, y en ese sentido siempre he sido un poco especial, o rara, entre comillas. Si podía hacer algo diferente a mis amigas o compañeras del circuito, lo hacía. Me he atrevido a hacer cosas que a lo mejor otras no se atrevían. Por ejemplo, juego siempre con un nudo a la espalda, en la camiseta. Es un simple detalle, pero los detalles te distinguen”, prolonga antes de adentrarse en el espinoso episodio de la depresión. De aquella caída al vacío que estuvo a punto de hacerla renunciar.
Incide Badosa en que, pese a la timidez, es una chica expresiva y en que se arrepiente de no haber hablado antes. “Me encerraba mucho, pero al final lo hice y creo que ha ayudado. Hablar de los miedos es importante. Hay determinadas edades en las que piensas que lo sabes todo y no es así, te falta humildad. Ahora lo están haciendo muchos deportistas y, afortunadamente, parece que poco a poco va normalizándose. ¡Es que debe ser normal! Pero no solo en el deporte, sino en la vida. Siempre”, introduce. “Hay dos Paulas: la autodestructiva, a la que le afectaba mucho todo, y la otra, que sigue teniendo sus miedos, pero que trata de sacarlos adelante y pelea. Sigo siendo muy perfeccionista, y eso, a veces, es más negativo que positivo, pero sí, ahora intento ser mejor conmigo misma. Sigo dándome caña, pero me trato mejor. A veces te preguntas: ‘¿Y si he alcanzado mi tope? ¿Y si ya no me va tan bien?’. Es lógico. Se trata de saber manejarlo”, continúa.
El 6 de junio de 2015, paradójicamente, el éxito supuso que se abriera la caja de los truenos. Cuando su nombre ya estaba en boca de todo el mundo y no pocos agentes y multinacionales se frotaban las manos, triunfó en el Roland Garros júnior —doble 6-3 a la rusa Anna Kalinskaya en la final— y después vinieron las expectativas, traicioneras siempre, y la oscura compañía de los vértigos. De inmediato, la Secretaría de Estado para el Deporte, con el entonces mandatario Miguel Cardenal a la cabeza, intercedió para que Badosa (doble pasaporte) optara por jugar para España y no aceptara la tentación de Estados Unidos, que veía en ella un filón y a una potencial figura. Incluso se recurrió a la Liga de fútbol para echarle el lazo, en forma de un acuerdo económico revestido como un patrocinio de tres años.
Ahí el despegue, después el abismo. Y al final, la confesión. “Hubo momentos durísimos, durísimos, durísimos. Pero decidió contarlo, por decisión propia, y nosotros la apoyamos. Yo trato de orientarla, pero Paula decide su camino. Las crisis forman parte de la evolución de todo deportista y los jóvenes tienen que tropezar durante su crecimiento personal”, esgrime su madre. “Fue un gran bache, pero los baches forman parte de un proceso natural en el deporte. Paula tiene mucho impulso, lo que ocurre es que ahora lo controla mucho mejor; entonces se descontrolaba un poco, pero ahora es distinto. En esencia sigue siendo la misma de siempre, pero ha encontrado un equilibrio. Juega con más estabilidad y decide mejor”, apostilla su preparador. “Lo importante es que ahora sabe identificar muy bien en qué punto está y sortear las dificultades”, amplía otra persona de su círculo, que a la vez la describe como una mujer visceral.
Ella, mientras, apunta que el tenis es un deporte “adictivo y sin tregua” —adelantó varios días esta pretemporada, tras apenas semana y media sin pelotear— que le pone constantemente a prueba y le exige gestionar el fracaso y la presión. “Algunas derrotas me dan más rabia que otras, me duelen y las sufro todas, pero trato de no pagarlo con el resto de la gente. Estoy madurando y siempre he sido una chica a la que le gusta analizar, llegar al porqué, y en el tenis más. Somos ultracompetitivos”, explica. “De entrada, debes mentalizarte de que casi todas las semanas vas a perder. ¡Hasta Nadal pierde cada semana! En un gran año puedes ganar cinco o seis torneos, como máximo; yo, de hecho, he tenido un gran año y han sido dos”.
A diferencia de otras y otros, de pequeña no veía nada de tenis, e incluso no sabía ni cómo iba el marcador. “Tuvieron que enseñármelo todo, desde cero”, concreta, “pero cuando cogí la primera vez la raqueta sentí algo distinto. Cuando le pegas a la bola sientes poder”. De su habitación de quinceañera colgaban varios pósteres de Maria Sharapova, rubia y alta como ella. Al igual que la rusa —junto a Serena Williams, la jugadora de mayor impacto mediático en la época moderna—, Badosa juega con visera, luce un colgante en los partidos, viste con las indumentarias de Nike y compite con un espíritu cada vez más aguerrido. “Me encantaba su mentalidad, jamás se rendía. En ese sentido, me recordaba a Nadal, y yo algún día quiero transmitir el mismo ejemplo”, expone mientras se retira la manga derecha del suéter y muestra la piel de gallina conforme se le plantea que ahora a la que observan e imitan muchas niñas es a ella.
La catalana, subraya, no juega solo para entretener. Quiere trascender. “Mi objetivo es ganar, pero desde pequeña quería que, hiciera lo que hiciera, me recordaran por algo. Me gustaría que me recordaran como alguien que siempre lo dio todo. Si puedo ayudar, inspirar o dejar huella, bienvenido sea. Cuando veía a algún deportista diferente, yo quería ser así. Y ahora estoy en este lugar”, prosigue, sabiendo que hoy día está en el escaparate y que se ha unido a otras deportistas que poco a poco van convirtiéndose en referencias, cuando hasta hace nada los espejos eran exclusivamente masculinos: “Era necesario. Ahí están Alexia [Putellas, ganadora del Balón de Oro 2021], Garbiñe [Muguruza, campeona de Roland Garros, Wimbledon y la Copa de Maestras] y muchas otras. Creo que cada vez estamos viendo mujeres más poderosas, y eso es fundamental dentro y fuera del deporte”.
Hoy día, el artista Bad Bunny encabeza su lista de reproducción, y la música —destaca el perfil de Shakira, “porque transmite mucho y tiene mucha fuerza interior”— es un elemento indispensable mientras recorre el globo de un costado a otro. También se desmarca de las supersticiones: “Prefiero no imponerme cosas, porque todo es muy cambiante y al final te puedes desestabilizar”. A lo largo de la charla, marca los gestos con la mano izquierda porque es zurda cerrada. En la pista, sin embargo, pelotea con la derecha. “Pero por casualidad. Cuando empecé a jugar tenía poca fuerza, y cuando me cansaba de jugar con una pasaba a hacerlo con la otra y se me daba bien con las dos. Un día mi entrenador me dijo que tenía que decidir, y resulta que aguantaba mejor el cansancio con la derecha, así que empecé a jugar así”.
El año 2021 ha marcado un punto de inflexión. No solo ha brillado, sino que por fin se ha reconocido. “Ahora soy una tenista de verdad”, celebra, metódica en las rutinas de entrenamiento —su jornada física arranca a las ocho de la mañana y se extiende hasta las tres de la tarde, con algunos extras vespertinos— y minuciosa con la alimentación, supervisada por su nutricionista y también psicólogo, Daniel de la Serna. Ganó su primer trofeo en el circuito de la WTA, en Belgrado; escaló hasta los cuartos de Roland Garros, y alcanzó las semifinales de Madrid, Lyon o Charleston, donde derrotó a la número 1, la australiana Ashleigh Barty. El pelotazo otoñal de Indian Wells la condujo directamente al Masters de Guadalajara, entre las ocho mejores del curso, y además de llevarse el elogio de la histórica Martina Navratilova —”coincidimos con ella y nos dijo que era superfan del tenis de Paula”, intercede su madre—, protagonizó un duelo estelar contra Muguruza (la vencedora final) en la penúltima ronda.
“¿Si podemos marcar una época? Claro, ¿y por qué no?”, responde cuando se le plantean los paralelismos con el dúo que formaron en su día Arantxa Sánchez-Vicario y Conchita Martínez. “Yo intento seguir los pasos de Garbiñe, porque al final ella ha ganado lo que a mí me gustaría ganar, pero vienen buenos tiempos y estamos haciendo cosas bonitas. Tenemos un estilo de juego que puede enganchar a la gente. Hemos vivido mucho de Rafa y llegará un día en el que él ya no estará”.
Desde la distancia, Jorge García, su entrenador, hace la disección: “No destacaría un golpe por encima de otro, porque es muy potente por ambos lados. Tiene una gran derecha, pero también un gran revés. Tira muy duro desde ambos lados y dispone de armas para hacer daño en todas las superficies. No tiene agujeros, debe tener calma. Si continúa así, estará muy arriba. Yo siempre he dicho que no tiene techo”. Y abunda en el análisis Carla Suárez, que tras 18 años en el tour ha colgado la raqueta y que disfrutó de experiencias y desayunos con la catalana —”ración doble, porque nos levantábamos demasiado pronto por el jet lag…”— durante los Juegos Olímpicos de Tokio. “Este año ha evolucionado muchísimo. Ha dado un cambio físico importante y sobre todo un giro mental: se atreve a hacer esas cosas que tenía dentro y sabe controlar mejor los momentos clave”, acentúa la canaria, con la que comparte un divertido grupo de WhatsApp que completa la valenciana Sara Sorribes.
Entretanto, el aficionado (cerca del medio millón de seguidores en Instagram) y los expertos la siguen de cerca. Después de la primera campanada, toca ir más allá. Y ella va con todo: “Siempre he sido una soñadora. Me duermo y me despierto todos los días pensando en que algún día ganaré un Grand Slam”.
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