Tres días por Sudáfrica en un tren de lujo
A bordo de uno de los convoys de Rovos Rail, la compañía ferroviaria privada que mueve lujosos trenes por nueve países del sur del continente, las jornadas se distribuyen entre visitas al bar, al vagón panorámico, ratos de lectura o tertulia y esperas para ir al vagón restaurante
El ambiente belle époque y la pátina de lujo se notan nada más bajar del taxi frente a la fachada de ladrillo rojo de Capital Park, la antigua estación de los ferrocarriles sudafricanos en Pretoria. Personal uniformado recoge las maletas, las etiquetan para llevarlas directamente a tu cabina mientras otros te sirven champán y en las mesas se ofrecen pastelitos, dulces, sándwichs y snacks. Podría ser el decorado años treinta de una película de Ágatha Christie. Para rematar la puesta en escena y que te sumerjas en la ensoñación de un viaje en aquellos tiempos en que no había prisas, ni internet ni clase turista (cuando solo viajaban los ricos, por cierto), sobre las vías resopla una poderosa locomotora de vapor, la 25NC 3360, construida por la North British Locomotive Company en Glasgow, una de las 137 que la South African Railways encargó entre 1953 y 1959. Un monstruo de hierro con los latones más bruñidos que una patena y los perfiles repintados, no en vano tardaron 18 meses en restaurarla. Las nubes de vapor se mezclan con el sonido del silbato para epatar a los clientes, que no dan abasto para hacerse selfis ante semejante puesta en escena. Bienvenidos al cuartel general de Rovos Rail, la compañía ferroviaria privada de Sudáfrica que mueve trenes de lujo por todo el sur del continente.
Rovos es el sueño de un sudafricano de Witbank llamado Rohan Vos —de ahí el acrónimo—, un apasionado de las máquinas que el 26 de septiembre de 1985 se acercó a una subasta de viejos vagones de tren junto a un amigo entusiasta de los ferrocarriles. Su idea inicial era comprar uno y reconvertirlo en caravana familiar, lo que aún no sabía era que aquella tarde lluviosa de principios de la primavera austral iba a cambiar su vida para siempre. Salió de la subasta con varios vagones, que reacondicionó. Luego compró una vieja locomotora Clase 19D de 1938 de Lowenthal’s Scrap Metal, a la que llamó Bianca en honor de una de sus hijas, y con todo ello montó el primer tren privado sudafricano. Incluso consiguió permiso del gestor ferroviario del país para operar con él. Tras tres décadas de montaña rusa emocional y financiera en las que estuvo a punto de arruinarse varias veces, conectó por fin con touroperadores británicos que empezaron a mandarle clientes hasta que logró igualar la cuenta de resultados y pagar todas las deudas. Hoy la compañía tiene más de 400 empleados, 120 vagones, siete locomotoras, seis trenes operativos a la vez y 11 recorridos diferentes por nueve países del sur de África. Y aun así, el mismísimo señor Vos, con su pelo cano y su aire de inventor despistado de Regreso al futuro, es el que enseña a los clientes las instalaciones donde reparan y acondicionan todo el material ferroviario en Capital Park Station antes de la salida de cada convoy.
Estoy aquí porque la compañía me ha invitado a probar uno de sus trayectos. Voy a hacer el más corto y… no diría barato, porque esta experiencia es de todo menos barata, pero sí es el recorrido más económico de su catálogo. De Pretoria a Durban en tres días/dos noches (unos 3.600 euros) atravesando las suaves colinas del oeste de Sudáfrica. Si la percepción al llegar a la estación era de haber vuelto a los felices años veinte y treinta del siglo pasado, cuando la amable azafata que te acompaña hasta tu cabina, desliza la puerta de madera y entras en ella es cuando comprendes que la película es de verdad. Todo está hecho para que te sientas Hércules Poirot. Mi cabina es categoría Luxe, 10 metros cuadrados forrados hasta el techo de maderas nobles, un cuarto de baño más grande que el de un apartamento de ciudad, enormes ventanales para ver el mundo pasar y todo tipo de facilidades: camas dobles o dos camas individuales, minibar con champán, ducha, inodoro y lavabo en el baño e incluso bañera en la clase Royal, menaje para preparar té, caja fuerte, aire acondicionado, artículos de tocador y todo tipo de huecos y armarios para colocar el equipaje. Servicio de lavandería gratuito y detalles como unas gafas tipo soldador para que no te entre polvo o arenilla en los ojos cuando te asomes por la ventana. Cada tren cuenta con vagones de alojamiento, uno o dos vagones restaurante de 42 plazas cada uno, un vagón salón-bar con 26 asientos, un salón para fumadores, una pequeña tienda de souvenirs y, cerrando la unidad, un vagón de observación al aire libre donde dejar pasar el tiempo mientras sientes y hueles la escena. Viajo en el verano austral y el paisaje está verde y florido en extremo; las suaves colinas, onduladas y cultivadas hasta el último centímetro, rompen el tópico del África pobre, marrón y desértica. Sudáfrica es una potencia agrícola que exporta a medio mundo y no ves un palmo de terreno sin roturar.
La vida a bordo de un tren de lujo de este tipo discurre de forma sosegada. No hay aparatos de televisión ni pantalla alguna para no romper el espíritu de la época y solo tienes un eje en el que moverte, así que necesariamente o desconectas del estrés diario o es un desperdicio pagar lo que vale. Las jornadas se distribuyen entre visitas al bar, visitas al vagón panorámico, ratos de lectura o tertulia y esperas hasta oír el sonido de una especie de xilófono con el que se avisa de que es la hora de acudir al vagón restaurante. Mañaña y tarde, el tren se detiene para hacer excursiones a tierra (valga aquí el símil del crucero, porque siendo un tren, de tierra no hemos salido), que varían en función del trayecto y de la temporada.
En el mío había programadas dos paradas en reservas de caza privadas para hacer safari en los típicos vehículos abiertos. Pero por un problema de horarios, solo pudimos hacer una. Eso sí, vimos más especies que en un documental de National Geographic: rinocerontes, leones, jirafas, elefantes, búfalos, hienas… También hicimos una visita al Nelson Mandela Capture Site, el centro de visitantes que recuerda en un descampado a las afueras de la localidad de Howick, en la provincia de KwaZulu-Natal, el lugar donde el 5 de agosto de 1962 detuvieron a Nelson Mandela en un control policial de carreteras en la R103. Estuvo preso 27 años. Una réplica del Austin Westminster negro matrícula TJ 20791 que conducía aquel fatídico día da la bienvenida a una exposición inmersiva de lo más vanguardista, con un documental en 360 grados y numerosos objetos y fotografías históricas relacionadas con Madiba. La exposición continúa en la pradera circundante, donde una senda jalonada con postes de acero, en los que están troqueladas las fechas más significativas de la vida y obra de Mandela —a modo de su “largo camino hacia la libertad”—, desemboca en la icónica escultura del artista sudafricano Marco Cianfanelli, que mediante 50 barras de 10 metros altura del mismo material logra reproducir el retrato del gran líder sudafricano, pero solo según en la posición en la que te coloques para verla.
Y luego, otra vez al tren, al restaurante comedor, la hora más esperada. Es, sin duda, el vagón estrella y el que mejor refleja el espíritu de esta aventura de vuelta al pasado sobre raíles. Manteles de hilo, cubertería de alpaca, asientos forrados en piel, porcelana y cristalería finas, tulipas de luz cálida y unos menús de lo más conseguidos para hacerse en un minúsculo espacio del vagón anexo. Selección de vinos sudafricanos y camareros como para una boda que no dejan que la copa se quede vacía. Para la cena se exige vestimenta formal: chaqueta y corbata para los caballeros y traje de cóctel para las señoras; elegante, pero sin que parezca Nochevieja. ¡Un ambiente un tanto diferente al de mis primeros viajes de mochilero por África hace ya más de cuatro décadas! Pero bueno… hay que probarlo todo.
También hay peros
Para que no sean todo loas, también hay algún pero. El principal es que el material rodante es privado y funciona al tiro, que diría un chileno; pero la infraestructura sobre la que rueda es pública y los ferrocarriles sudafricanos, pese a ser de los mejores del continente, no dejan de ser africanos. Los frecuentes robos de cable de cobre, las señalizaciones que no funcionan o los atascos de unidades en la colapsada red ferroviaria provocan muchas veces retrasos considerables. En mi caso, fueron los culpables de que se suspendiera una de las actividades, porque no llegamos a tiempo.
Luego están también las preguntas que cada uno quiera hacerse sobre viajar en un tren de lujo por un continente pobre. Es verdad que esto no pasa solo aquí, ocurre igual si viajas en un tren de lujo por la India o en un coche con aire acondicionado entre aldeas misérrimas de Birmania. Conozco bien Sudáfrica y su realidad social, pero aún así no dejaba de llamarme la atención el contraste entre una chica blanca blanquísima afrikáner a caballo que vi en una de las paradas del tren, practicando en un club hípico de mullidas y perfectas praderas de césped que podría haber estado en Ascott o en el derby de Kentucky, y las barriadas de chapa rodeadas de basura —y habitadas por negros— que se veían a veces por las ventanillas del tren.
Y eso que Sudáfrica es el país más próspero del continente. También el más atípico. No tiene dos provincias iguales, ni se parece a ninguno de sus vecinos. Hay selvas con leones y elefantes, pero también ciudades modernas llenas de edificios de oficinas y chalés de ensueño. Tiene la mejor red de carreteras. Una economía emergente, muy por encima de la media del resto de África. Pero mucha desigualdad, aún, pese a todos los esfuerzos de Mandela. Conviven dos sociedades, la mayoritaria de color negro, y la minoritaria y dominante de la economía, de color blanco, que 30 años después del fin del apartheid (que se cumplen por cierto este abril de 2024) apenas han empezado a mezclarse.
Quizá lo defina muy bien la frase que me dijo una señora sudafricana que viajaba en mi tren con su marido. Celebraban su aniversario de boda y eran la única pareja local frente al resto del pasaje, todos europeos: “Nosotros hemos venido a este tren para sentirnos como en Europa, y ustedes, europeos, han venido pensando que a bordo se iban a sentir en África”.
Otros recorridos del Rovos Rail
- Namibia Safari. Uno de los más recomendables: 11 días y 3.400 kilómetros desde Pretoria hasta Walvis Bay visitando los desiertos más espectaculares de Namibia.
- Victoria Falls. Otro de los más apetecibles por su destino: las cataratas Victoria, pasando por Botsuana y Zimbabue. Tres o cuatro noches (según sentido), desde Pretoria.
- Trail of Two Oceans. El más largo, ambicioso y caro: 4.300 kilómetros de costa a costa, de Dar es-Salam (Tanzania), en el Índico, a Lobito (Angola), en el Atlántico. Y viceversa.
- African Collage. Doce noches y 3.700 kilómetros por toda Sudáfrica, desde Pretoria hasta Ciudad del Cabo, con safari en el parque nacional Kruger y excursiones a otros parques del país.
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