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Ocho grandes experiencias en el centro de Portugal para disfrutar de un territorio aún desconocido

Sobrevolar la Serra da Estrela, caminar tras los pasos de los ganados trashumantes por la Ruta de la Lana o contemplar los cielos más estrellados en la reserva natural de Faia Brava conforman el auténtico corazón del país

Faro Penedo da Saudade de São Pedro de Moel Portugal
El faro Penedo da Saudade, de 1912,en el norte de la localidad de São Pedro de Moel (Portugal).Luis Fonseca (Getty Images/iStockphoto)

Estremadura ―con “S”―, Ribatejo o las Beiras ocupan el corazón central de Portugal, pero pasan desapercibidas, eclipsadas, por otras regiones lusas más turísticas como son el Algarve, la ribera del Duero, las grandes ciudades históricas portuguesas o incluso el cada vez más popular Alentejo.

Pero estas fértiles tierras que conforman el centro del país lusitano han sido escenario de muchos capítulos de la historia portuguesa, esconden célebres monasterios, santuarios populares, viñedos, playas, castillos, pueblos históricos y las olas más grandes de Europa. Aquí van algunas propuestas para disfrutar de su naturaleza y su mundo rural con mucha tranquilidad.

Parapente en Serra da Estrela

La meca del parapente en Por­tugal es la poco conocida Serra da Estrela, que parece olvidada por la comunidad outdoor de la península Ibérica a pesar de sus impre­sionantes desniveles montaño­sos, sus valles glaciares como el de Loriga o algunas caminatas impecables como la Ruta de las 25 lagunas. Es difícil hacerse una idea de toda su exten­sión, a menos que se haga desde el cielo, excelente elección por las brutales vistas, de una belleza natural sin comparación.

Lagos del parque nacional Serra da Estrela, en Portugal.
Lagos del parque nacional Serra da Estrela, en Portugal.ManuelSousa (Getty Images/iStockphoto)

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En Serra da Estrela las cimas más altas del país ofrecen paisajes escarpados en las que se pueden practicar múltiples actividades al aire libre. También destacan las costumbres tradicio­nales de los pueblos rurales. En Torre, el punto más alto de Portugal (que alcanza, artificialmente, los 2.000 metros gracias a un monumento de piedra), se hallan las únicas pistas de esquí del país y los excursionistas cuentan con una red de senderos con fabulosas vistas. Por debajo, pronun­ciadas carreteras de montañas se abren paso por lagos y grandes afloramientos de granito mientras forman tirabuzones por los valles cubiertos por densos bosques. Los torrenciales ríos de Serra, incluidos el Mondego y el Zêzere, han proporcionado his­tóricamente la energía para hilar y tejer la lana local, aunque hoy el pastoreo tradicional está dejando paso a una economía de servicios dirigidos a los turistas de fin de semana.

Una buena forma de explorar la zona sería comenzar por las bonitas poblaciones de montaña Manteigas o Seia. Al sur, Covilhã es la población más grande y la que tiene más servicios para los viajeros.

Más información en la guía Explora Portugal y en 1000 ideas para viajar por España de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.

Saltar las olas en Nazaré

En los últimos tiempos, esta locali­dad, siempre muy modesta y orgullosa de su heren­cia pesquera, se ha convertido en territorio de apasionados surfistas, entre otras cosas por contar con las olas más grandes del planeta. Si no formamos parte de esa élite surfista, quizá lo mejor sea tumbarse en las arenas doradas de su bahía, a la sombra del cabo de Sítio, para contemplar la pericia de los más audaces riders. La ola más grande se ve como una diminuta mancha oscura en un inmenso muro de agua: los vídeos de surfistas cabal­gando olas gigantescas en Nazaré han cautivado al mundo en los últimos años. Si se dan las condiciones adecuadas, las olas en esta zona pueden superar los 30 metros de altura, como un edi­ficio de ocho plantas. Son tan veloces y tan altas que los surfistas son remolcados en moto acuática. Pero, ¿por qué son tan grandes? Las tormentas y los vientos del Atlántico pueden generar olas por sí solas, pero Nazaré cuenta con una peculiaridad que multiplica ese potencial: un cañón marino subacuático de unos cinco kilómetros de profundidad que apunta directamente a la Praia do Norte.

Más allá de las olas, está el pueblo de Nazaré, que con su maraña de callejas empedradas que desembocan en una extensa playa al pie de unos riscos es conocida como la localidad costera más pintoresca de la histórica provincia portuguesa de Estremadura. En julio y agosto la arena está totalmente cubierta de sombrillas multicolores y el centro está lleno de marisquerías, ba­res y mujeres ataviadas con trajes regionales que ofrecen habitaciones de alquiler, sobre todo frente al mar, cerca de la avenida da República. Un funicular lleva a la parte alta del pueblo, encaramada en un risco, el Promontório do Sítio, con fantásticas vistas de la costa. La bajada se puede hacer a pie: es un agradable paseo y se evita así a la multitud de vendedores de baratijas. Hay muchos lugares donde alojarse y comer; incluso en el punto más alto del promontorio.

Vista de la playa de Nazaré y del funicular de la ciudad portuguesa desde el Miradouro do Suberco.
Vista de la playa de Nazaré y del funicular de la ciudad portuguesa desde el Miradouro do Suberco.Ivan Tykhyi / 500px (Getty Images/500px Plus)

Dos sitios más a tener en cuenta: el faro, conocido como el farol, famoso por su telón de fondo de las imágenes de surfistas, sobre todo al atardecer, y el Santuário de Nossa Senhora da Nazaré, una iglesia barroca del siglo XVII situada en el Promon­tório do Sítio, decorada con bellos azulejos holandeses y que alberga la venerada imagen de la Virgen de Nazaré. Se dice que es obra del mismísimo san José, que la esculpió en el Nazaret de Galilea cuando Jesús era niño; de ella procede el nombre de la localidad.

El encanto marítimo de la Praia da Costa Nova y Aveiro

Se trata de una de las playas más emblemáticas del centro de Portugal y una de las postales más reconocidas del todo el país por sus casas coloridas de rayas, que albergan antiguos alma­cenes de pescadores. La situación de la Praia da Costa Nova es fantástica, pues se coloca en una estrecha península que resguarda la ría de Aveiro, y forma un arenal amplio al pie de un tran­quilo paseo marítimo lleno de elegantes y agradables restau­rantes, donde recuperar la com­postura tras visitar a pie la cer­cana Praia da Barra y su impre­sionante faro.

Las fotogénicas casas a rayas de colores de Costa Nova.
Las fotogénicas casas a rayas de colores de Costa Nova.Alexander Spatari (Getty Images)

Aveiro está situada al borde de un amplio sistema litoral de lagunas, y puede presumir de tener un bo­nito centro y un ambiente animado. Se conoce entre los lugareños como “la Venecia de Portugal” por su pequeña red de pintorescos canales. Pero mientras la ciudad italiana tiene góndolas, esta tiene moliceiros, las barcas tradicionales que realizan la recolección de las algas, una de las fuentes de riqueza de la zona.

Una introducción a la naturaleza puede ser la reserva natural de las Dunas de São Jacinto, una tranquilísima zona que se extiende al norte desde São Jacinto, entre el mar y la plácida laguna al oeste de Aveiro. Una red de senderos recorre los pinares y dunas, incluido uno circular de ocho kilómetros (unas tres horas de duración), mientras varios escondrijos ofre­cen la oportunidad de observar aves (el invierno es la mejor época).

Clásicos 'moliceiros' en uno de los canales de la ciudad portuguesa de Aveiro.
Clásicos 'moliceiros' en uno de los canales de la ciudad portuguesa de Aveiro.James O'Neil (Getty Images)

Para empaparse del ambiente marino de Aveiro una opción es visitar el maravilloso Museu Marítimo de Ílhavo que ocupa un moderno edificio en la población de Ílhavo, unos ocho kilómetros al sur de la localidad. Aquí se puede conocer la historia de la identidad marítima de Portugal, desde la pesca del bacalao (con soberbios barcos pesqueros de los siglos XIX y XX) hasta las pinturas al óleo en la proa de los moliceiros. Destaca el acuario de bacalhaus, donde se ve el bacalao atlántico que los por­tugueses pescan y comen desde hace siglos.

Senderismo por la Ruta Carmelita

Un centenar de kilómetros co­nectan Coimbra y Fátima, en un camino de peregrinaje tran­sitado hoy por muchos senderistas. Este itinerario está inspirado en la vida y legado de la herma­na Lucía, una de los tres pas­torcillos que vieron aparecer a la virgen en Fátima. Paisajes abier­tos, resplandecientes y exube­rantes acompañan la Ruta Carmelita hacia uno de los grandes santuarios ibéricos, que suele hacerse a pie, aunque tam­bién es muy cómodo para reco­rrer en bicicleta.

El camino empieza en el Carmelo de Santa Teresa en Coimbra (donde ingresó la monja en 1947), junto al memorial de la hermana Lúcia; y el final es el santuario de Fátima, al que se llega después de recorrer un camino de 111 kilómetros que ha sido diseñado por los ayuntamientos de la ruta en base a seis etapas (entre 13 y 26 kilómetros cada una), con paradas en Condeixa-a-Nova, Rabaçal, Ansiao, Bofinho, Seica y, finalmente, en Fátima. A lo largo del camino se pueden hacer algunas paradas y desvíos muy interesantes como las ruinas romanas de Conímbriga, en Condeixa-a-Velha, que se colocan dentro de los frondosos campos del suroeste de Coimbra. Es el yacimiento más grande e impresionante de Portugal: una de las ciudades más importantes de los romanos en la provincia de Lusitania, de la que quedan unas ruinas muy extensas y bien conservadas: las villas con elaborados mosaicos en el suelo 1sobre todo la Casa dos Re­puxos (Casa de las Fuentes), un muro defensivo del siglo III, los restos de las Grandes Termas do Sul, uno de los diversos baños de la ciudad; parte del acueducto de tres kilómetros, y el foro, en tiempos rodeado de pórticos cubiertos.

Coimbra, la ciudad univer­sitaria más evoca­dora de Portugal, es una antigua capital medieval a orillas del río Mondego. Los estu­diantes deambulan por las calles y los fadistas tocan gratis bajo la puerta mo­zárabe o las cristaleras del Café Santa Cruz. Su evocador centro, repleto de historia, data de la época morisca, con sus oscuros callejones adoquina­dos y una monumental catedral.

Pero Fátima es la clave y la meta de la ruta. Más allá de las creencias, es di­fícil no quedar impresionado por las grandes dosis de fe que conducen cada año a unos seis millones de personas al claro donde se dice que la virgen María se apareció el 13 de mayo de 1917 a tres niños atemorizados. Allí donde antes pastaban las ovejas hay ahora dos enor­mes basílicas que se alzan en lados opuestos de una vasta explanada de un kilómetro de largo. La ciudad está llena de pensiones y restau­rantes para los peregrinos, además de cientos de tiendas atestadas de vírgenes que brillan en la oscuridad o bustos del Papa de turno. El principal punto de interés es la basílica de Nossa Senhora do Rosá­rio de Fátima, de 1953, un edificio triunfal en blanco inmaculado con una columnata que recuerda a San Pedro del Vaticano. En las inmediaciones, la Capela das Aparições (capilla de las apa­riciones) señala el lugar donde dicen que se apareció la Virgen en cinco ocasiones en 1917. Y en el extremo oeste del reciento está la ba­sílica da Santíssima Trindad, que concentra la mayor devoción. A la entrada del santuario hay un fragmento del Muro de Berlín, tributo a la supuesta intervención divina en la caída del comunismo. No se explica por qué la Virgen esperó casi medio siglo para intervenir.

Vista del santuario de Fátima, en Portugal.
Vista del santuario de Fátima, en Portugal.saiko3p (Getty Images)

Geopark Naturtejo, el primer geoparque portugués de la Unesco

Termas y playas fluvia­les, el cantar de abejarucos y ruiseñores, aldeas tan históricas como olvidadas, y una veintena de monumentos geológicos como las Portas de Ródão o los sorprendentes icnofósiles de Penha Garcia. ¿Faltan más ex­cusas para acercarse al geoparque Naturtejo de la Meseta Meridional, donde todavía hoy se vive al ritmo de la naturaleza?

Este es el primer geoparque portugués reconocido por la Unesco (en 2006), que integra los recursos de muchos municipios del centro de Portugal, de la Raia a la Beira Interior, pasando por el Pinhal Interior hasta el Alto Alentejo. Es un espacio con un gran potencial turístico y muchos atractivos geológicos, históricos, naturales y culturales, en un territorio que se extiende por siete municipios —Castelo Branco, Idanha-a-Nova, Nisa, Oleiros, Penamacor, Proença-a-Nova, Vila Velha de Ródão—. Aquí están representadas las principales etapas de la historia geológica de los últimos 600 millones de años en 176 geositios, lugares de reconocido interés geológico, de los que destacan 17 geomonumentos, como los icnofósiles de Penha Garcia o las Portas de Ródão.

El geomonumento las Portas de Ródão, en el geoparque Naturtejo de la Meseta Meridional.
El geomonumento las Portas de Ródão, en el geoparque Naturtejo de la Meseta Meridional.artur carvalho (Getty Images)

En este paisaje multimilenar se mezclan, además, las influencias paganas, romanas, árabes, judías y cristianas, que dejan su testimonio en forma de castillos, iglesias y museos aldeas históricas como Idanha-a-Velha, donde se encuentran las ruinas de la catedral visigoda de Egitania.

Esta es una zona perfecta para practicar senderismo, bicicleta de montaña, paseos en barco y en canoa por el Tajo y sus afluentes o hacer escalada. También hay muchos que acuden a observar aves, sobre todo en el parque natural do Tejo Internacional, un área protegida en la que se pueden ver alrededor de 154 especies de aves como buitres, cigüeñas negras, águilas imperiales o abejarucos.

El geoparque es una buena excusa para acercarse a la Beira Baixa, una región que se parece mucho a la vecina Alentejo, con sus interminables llanuras onduladas. Es una tierra dura y cubierta de rocas que alberga extensas fincas agrícolas y humildes aldeas campesinas, así como varias fortalezas asom­brosas. Durante siglos estas fortificaciones re­motas montaron guardia ante las incursiones desde España. Cabe destacar la evocadora aldea de Monsanto —localidad que es considerada cómo la más portuguesa de Portugal— y Sortelha con su castillo medieval en una ubi­cación espectacular. O como el centro medieval de Castelo Branco, la capital regional.

Vista del castillo medieval en la aldea histórica de Sortelha (Portugal).
Vista del castillo medieval en la aldea histórica de Sortelha (Portugal).Santiago Urquijo (Getty Images)

La cultura trashumante por la Ruta de la Lana

Una idea para adentrarse en la cara más rural de Portugal es seguir la Ruta de la Lana (Traslana) que divide el país lusitano con España. El camino es todo un viaje por la memoria de aquellos hombres que recorrie­ron terrenos inhóspitos y aisla­dos acompañados de grandes rebaños. Este proyecto de itine­rario transfronterizo, nacido en el año 2007, recrea paisajes, tradiciones y conocimientos ancestrales a través de más de un millar de puntos de interés histórico y antropológico mientras se camina por sendas inmemoriales que unen Extremadura y Portugal.

Hoy es posible reconstruir de manera precisa una ruta formada por numerosos itinerarios que siguió la trashumancia y el comercio de la lana, que unieron desde tiempos medievales sierras españolas y portuguesas, pastores y tejedores, productores y comerciantes de lana que durante siglos recorrieron los caminos serranos entre Malpartida de Cáceres, donde compraban la lana merina española, y Covilhã, donde la vendían a las fábricas de producción más importantes.

Una de las calles de la localidad portuguesa de Covilhã, parada final de  la Ruta de la Lana (Traslana).
Una de las calles de la localidad portuguesa de Covilhã, parada final de la Ruta de la Lana (Traslana).Alamy Stock Photo

En 2007 comenzó un proyecto transfronterizo para estudiar e interpretar estas rutas ancestrales. Coordinado por el Museo de la Lana de la Beira Interior, este importante estudio en profundidad de las rutas laneras de las regiones de la Beira Interior portuguesa y de parte de la Extremadura española, concretamente la comarca de Tajo-Salor-Almonte, ha permitido identificar más de mil locales de interés histórico, cultural y antropológico para la historia del tratamiento de la lana. Pero, por encima de todo, ha permitido recrear una ruta hecha de paisajes, conocimientos y tradiciones, que se extiende por caminos de trazado inmemorial en el corazón de la península Ibérica.

Dos museos marcan el inicio y el fin de esta ruta. Empezando en el lado español, parte del Lavadero de Lanas de los Barruecos, en Malpartida de Cáceres, donde actualmente se encuentra el Museo Vostell-Malpartida, un espacio que, desde el siglo XVIII, se usó para la esquila de los rebaños que pasaban por allí en primavera con rumbo a los pastos del norte, así como para el lavado de las lanas merinas. Este gran edificio ligado a la producción lanera preindustrial abastecía a varias regiones de Europa, y era aquí adonde venían periódicamente arrieros y comerciantes de lana de la Beira para adquirir materia prima para las fábricas de Covilhã. Partiendo de este complejo podemos reconstituir la ruta que, tras atravesar las llanuras de la Extremadura española, recorrían las carreteras de la sierra portuguesa, pasaban por Idanha, Penamacor y Fundão, y terminaban su trayecto comercial en las fábricas de Covilhã. Es aquí, en el espacio de la antigua Real Fábrica Veiga, que hoy alberga el Museo de la Lana, dónde termina el viaje.

Bajo las estrellas de Faia Brava

En el Vale do Côa se encuentran abruptas costas de granito, espacio de especial protección para muchas aves marinas que anidan en sus explosivas pare­des. Buitres egipcios, águilas reales y cigüeñas negras se dan cita aquí cada temporada, lo que supone una excelente excu­sa para acudir a conocer este territorio severo, todavía sin contaminar, tal como demuestran sus cielos estrellados, que se pueden disfrutar en un magnífi­co Star Camp, una experiencia sostenible al más puro estilo safari. Estamos en una región llena de fortalezas, un mundo rural de frontera que vive hoy a un ritmo pausado.

Noche estrellada en el Star Camp, en el Vale do Côa.
Noche estrellada en el Star Camp, en el Vale do Côa.Alamy Stock Photo

En 2010, la reserva natural de Faia Brava fue clasificada por el antiguo Instituto de Conservación de la Naturaleza y de la Biodiversidad (ICNB) como la primera área privada protegida del país y es actualmente una zona piloto del proyecto europeo Rewilding Europe para la creación de áreas naturales silvestres y para el desarrollo del turismo de naturaleza en Europa. Son 850 hectáreas en los pueblos de Castelo Rodrigo y de Pinhel, donde se reproducen diversas especies de aves, como, por ejemplo, los grifos, el buitre egipcio, el águila real, el águila de Bonelli, la cigüeña negra y la currula mirlona.

Un buitre leonado en la reserva natural de Faia Brava.
Un buitre leonado en la reserva natural de Faia Brava.Alamy Stock Photo

Uno de los recorridos estrella de esta zona es la Gran Ruta del Valle del Côa, con 222 kilómetros para caminar o recorrer en bicicleta, con etapas que enlazan los cinco municipios que recorre el río, desde Sabugal hasta Vila Nova de Foz de Côa, donde el río se enlaza con el Duero.

El encanto de Praia de São Pedro de Moel

Los aristocráticos acantilados de São Pedro de Moel dejan la mira­da del visitante clavada en sus pintorescas formaciones rocosas y su llamativo faro Penedo da Saudade, que se impone sobre las aguas del Atlántico. Esta playa pintoresca y brava que surge del pinar de Leiria debe marcarse en el listado de lugares para desconectar. Es, además, uno de los mejores arenales de la región centro de Portugal.

Pertenece al condado de Marinha Grande, a medio camino entre Figueira da Foz y Peniche, una ciudad famosa por su industria del vidrio. Su playa llega como una sorpresa: un pequeño pueblo de casas encaladas dispuestas en forma de semicírculos concéntricos, entre el monte y el mar. La localidad duerme en invierno, pero en verano sus elegantes casas se llenan de familias lisboetas para pasar un veraneo tranquilo. Sin muchos bares, ni hoteles, ni restaurantes, es todavía un lugar de playas casi salvajes entre pinos y el mar.

El arenal Praia Velha, en São Pedro de Moel (Portugal).
El arenal Praia Velha, en São Pedro de Moel (Portugal).Alamy Stock Photo

Y los que prefieren algo un poco más salvaje, solo tienen que ir un kilómetro y medio más al sur, a la playa das Valeiras. O hacia el norte, a distancia similar, a la Praia Velha, también salvaje y rodeada por un frondoso pinar.

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