Catalina Fernández, la guardiana del Camino de Santiago: “Cuando un sendero me ha parecido duro, lo repito para no recordarlo con dolor”
A sus 68 años, esta mujer vasca ha alcanzado la plaza del Obradoiro en 13 ocasiones, y prepara la número 14. Cuando está en marcha vigila que todo esté bien señalizado, y cuando no, ejerce como hospitalera en el albergue de peregrinos de Irún
El Camino de Santiago es una experiencia excepcional para todo el que lo recorre. Un trayecto en el que las relaciones prematuras se convierten en eternas, y la conexión con uno mismo resurge cuando no es más que cenizas. Ser peregrino no es fácil. Así lo cuenta Catalina Fernández, aunque prefiere que la llamen Kati. Con su baja estatura y su pelo corto rubio, es fácil verla en cualquiera de las 43 rutas que conforman este atractivo turístico, pues se pasa la vida recorriéndolas. A sus 68 años se considera vasca; de Bilbao concretamente, aunque nació en Almargen, un pequeño pueblo en la serranía de la provincia de Málaga. Lo que sí tiene claro es su pasión por esta experiencia espiritual, patrimonio mundial desde 2015, que ha recorrido 13 veces. Según Fernández, el Camino tiene muchas concepciones y formas de entenderlo. Ella lo tiene claro: “Libertad”. La peregrina nos habla desde la que ha sido su casa durante más de cuarenta años. Hace apenas unos meses que culminó su último Camino.
Fue en 2008 cuando le surgió la primera revelación y se embarcó en la aventura de poner rumbo a Santiago, pero con su marido. “Hicimos el Camino Francés. Siempre dicen que es el más fácil porque hay muchos albergues y siempre vas a encontrar peregrinos”. La idea no surgió de la nada. Catalina llevaba toda su vida sintiéndose atraída por transitar el sendero. Con este pretexto decidió emprender el viaje para solucionar los problemas en su relación. No lo logró. “Supuestamente, lo hice con él. Pero prácticamente lo llevé yo a él. Fue terrible, un Camino que no voy a olvidar jamás”, recuerda. A pesar del mal trago, no perdió la ilusión de su vida, y la peregrina volvió a darle la oportunidad. Esta vez, sin más compañía que ella misma. “No me impulsó la religión, sino mi amor a la naturaleza. Lo decidí hacer para ver si podía solucionar algo con mi marido, pero desde luego que no pasó”.
Finalmente, y después de años de un matrimonio envuelto en la adversidad, los celos y el alcohol, Fernández no ha parado de hacerlo. El último ha sido en el mes de agosto, desde Ponferrada (El camino de Invierno). Pero va a volver a repetirlo a finales de año: “Cuando un Camino me ha parecido duro, lo vuelvo a repetir, para no recordarlo con dolor”. Y por esta misma razón, se lanzó a recorrer su primer Camino de Santiago a solas. “La sensación de terminar a solas es única”. Pero más que una peregrinación, un deporte o un sacrificio, para Catalina Fernández es terapia e introspección. Y así lo sintió después de recorrer más de 700 kilómetros en soledad. “La sensación de llegar a la plaza del Obradoiro ―kilómetro 0 de todos los Caminos de Santiago— es única”, confiesa.
Desde que hizo su primera ruta, hace más de 15 años, se ha convertido en una de las guardianas del Camino. “Quiero devolverle al Camino todo lo que me ha dado. Aunque eso es imposible”. Fernández es miembro de la Federación de Amigos del Camino con sedes en prácticamente todas las provincias españolas. Mientras recorre los trayectos se preocupa por que todo esté bien señalizado, que sean perfectamente transitables y que ningún factor natural o creado por el hombre pueda poner en peligro la seguridad de los peregrinos. Aparte de otras múltiples actividades que tratan de proteger el Camino y sus entornos. “Yo lo hago por gusto porque quiero que todo el mundo pueda hacerlo sin problemas”, admite.
Catalina no quiere dejar al margen el papel que desempeñan los hospitaleros del camino, gremio que ella misma se atribuye. “Aunque no soy la única. ¡Hay miles!”. En su tiempo libre, brinda amparo a los peregrinos que llegan al albergue de Irún, el más cercano a su casa de Bilbao. Sin la intención de lucrarse, prepara comidas, limpia y ofrece cualquier tipo de ayuda a estos viandantes. “Una vez llegó una chica en silla de ruedas. No tenía movilidad en las piernas y deambulaba gracias a unos pedales que utilizaba con las manos”, cuenta emocionada.
“He aprendido mucho. He aprendido muchísimas cosas. Sobre todo a quererme a mí misma. Cuando dedicas tu vida a los demás, siempre vas a ser correspondido de una forma u otra”. Y aquí es donde la emoción se apodera de ella, pues su amor propio se ha convertido en el más importante de sus días. Según Fernández, una experiencia de este calibre, y el esfuerzo físico y emocional que lo acompaña, te lleva a superar situaciones críticas. “Es para hacerlo solo. Eso es la libertad. El Camino es tu propio camino”, sentencia esta peregrina que tiene claro los principios que lleva por bandera: “No juzgar. No culpar, y siempre estar dispuesto a dar”.
- ¿Pero no te querías?
- Yo creo que no.
“No sé qué pasa en el Camino que no buscamos nada de nadie. En la vida cotidiana no vemos lo bueno de las personas. En el Camino nos volvemos humildes”. Para la peregrina, las relaciones que surgen a medida que pasan los kilómetros son únicas. A pesar de ser conexiones rápidas, dice que “pueden durar una vida”. Y no lo dice precisamente ella, sino su experiencia. Catalina ha construido grandes amistades. “Estamos en contacto. Tengo dos amigos que son de Valencia. Se conocieron gracias a mí y ahora están casados”. Fernández responde con claridad y serenidad al ser preguntada por qué califica estas relaciones como duraderas. “Estamos en las mismas condiciones. Solo hay que pensar en el cariño con el que nos apoyamos todos. Todavía estás respirando y ya te están haciendo el boca a boca”.
No quiere concluir la entrevista sin plantear sus recomendaciones. “Hay que hacer el Camino para vivir la experiencia, y punto”, bromea. Puede parecer interminable. Lo odias, y lo amas. Es una “relación tormentosa”, pero a la vez la más romántica de todas. Las ampollas en los pies se vuelven grandes enemigos, y el cuerpo tiembla por agotamiento. Una nubosidad de dolor y sacrificio que se despeja con un simple movimiento de cabeza. “Es el Camino el que te dice qué tienes que hacer. Qué tienes que sentir”, concluye la peregrina. Si el propio Camino de Santiago ya supone una experiencia extraordinaria, las historias de algunos de sus peregrinos también lo son.
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