Ferrol, de batería en batería
Castillos, polvorines, cañones y paisajes abrumadores componen un viaje por el pasado militar ferrolano siguiendo la costa coruñesa
La historia de Ferrol está entrelazada con la tradición militar española. La morfología de su ría, con una estrecha cintura que restringe la entrada a este puerto coruñés, llamó la atención de Felipe II en el siglo XVI. El rey designó a la ciudad sede de la Armada Real y así dio comienzo una vertiente militar que continúa desarrollándose. Una ruta costera recorre las baterías que protegieron Ferrol a lo largo de los siglos; la visita permite descubrir desde el castillo de San Felipe hasta las más modernas defensas del cabo Prior, del siglo pasado. En medio: playas kilométricas, observatorios de aves, senderos y una laguna de agua dulce. El Concello de Ferrol y el sello de turismo científico Observer han desarrollado una guía gratuita que está disponible en la web de la plataforma. Además, todos los puntos relevantes en el terreno han sido señalizados con paneles que incluyen audioguías.
El castillo de San Felipe es la joya de la corona en lo que a arquitectura e historia se refiere. Su corazón es del siglo XVI, pero la inmensa mayoría de su cuerpo pertenece al XVIII, cuando fue ampliado. Los ingenieros implicados en esa reforma siguieron las pautas del francés Sébastien Le Prestre, señor de Vauban, quien había puesto de moda 100 años antes el uso exacerbado de los baluartes —las áreas adelantadas de la muralla que toman forma de pico—. No era un capricho estético, sino que gracias a esto se ejercía con mayor efectividad fuego cruzado contra el enemigo. Esta práctica otorga a San Felipe una base en forma de estrella, un distintivo del modelo Vauban.
Para continuar el viaje solo hay que seguir la línea de costa hacia el Atlántico. Tras San Felipe, las baterías militares edificadas en el siglo XVIII salpican el paisaje. San Carlos, San Cristovo y Cariño, muy próximas entre ellas para visitarlas en un paseo, se construyeron como apoyos colaterales al castillo, que se había quedado obsoleto por el desarrollo de las armas de pólvora. Aunque están en ruinas, sus merlones todavía despuntan sobre los muros de defensa y sus polvorines mantienen la entereza.
Continuando la carretera general, se desemboca en el cabo Prioriño. Aquí se aglutina un complejo militar de diferentes épocas. Bajo el faro se esconden las ruinas de una batería del siglo XVIII, en malas condiciones, ya que su granito se empleó en la construcción, en 1854, de esta guía para la navegación. Virando hacia el sur, tras pasar el observatorio ornitológico desde el que disfrutar de la pardela balear —de las pocas aves marinas endémicas de España—, se levanta Punta Viñas (XVIII). Esta batería luce espléndida gracias a un proceso de restauración posterior a su traslado desde su enclave original, hoy ocupado por el puerto exterior de Prioriño-Ferrol. Llama la atención su horno de reverbero, también conocido como “de bala roja”, pues servía para calentar las balas de los cañones, de manera que, al impactar contra el casco de los barcos enemigos, estos ardían.
En el cuerpo central del cabo Prioriño se esconde otro sistema de defensa, este datado en los años treinta del siglo pasado. Las enormes bocas de los cañones que lo artillaban están diseminadas en diferentes puntos, acompañadas de los edificios que les daban servicio. Estos pozos recuerdan que aquí se aposentaron las armas más poderosas que el Ejército español poseyó hasta la época: los cañones Vickers de 38,10 centímetros de calibre, capaces de escupir proyectiles de 800 kilos con un alcance de 35 kilómetros.
La ruta continúa hacia el norte, ascendiendo al monte Ventoso. El edificio abandonado que lo corona es un antiguo semáforo, donde comenzaron las telecomunicaciones tanto militares como civiles, aunque acabó sus días en los noventa como estación meteorológica. Además, escondidos bajo tierra permanecen los túneles horadados para conducir hasta los puntos de vigilancia que se establecieron en esta atalaya natural, desde la que se pueden observar en su plenitud los casi dos kilómetros de arena de Doniños. Esta playa invita a conocerla también en otoño, pues además de ser enclave para surfistas cuenta con una batería del siglo XVIII y también con una laguna costera catalogada como lugar de interés comunitario y zona de especial protección para las aves por su biodiversidad. A pesar de que esta balsa de agua se encuentra a escasos metros del mar, su salinidad es muy baja gracias al cordón dunar que la protege. En ella habita una gran variedad de plantas, como el nenúfar, y también de aves. Una de las que se pueden observar durante todo el año es el martín pescador, con un vistoso plumaje que combina el verde esmeralda y el azul brillante.
Camino de miradores
Dejando la playa de Doniños se abre otro arenal todavía mayor, San Xurxo, una media luna de 2.100 metros de fina arena. Aquí se puede iniciar una ruta de senderismo de unos 15 kilómetros. Siguiendo la línea de costa dirección a Doniños, el camino salta de mirador en mirador. Desde el de las islas Gabeiras, señalizado, se aprecian estas formaciones rocosas integradas en la Red Natura 2000 por ser hábitat de colonias del paíño europeo, el cormorán moñudo y la gaviota patiamarilla. La ruta es circular y en el regreso, por la cara interior del monte San Xurxo, se atraviesa un espeso pinar.
Al norte espera la última parada: el cabo Prior. Un faro recibe a los visitantes. A su derecha, el primer complejo de una batería del siglo XX. Hay que acercarse a la línea de costa para descubrir la base de los cañones, cuyos cuerpos se insertaban bajo tierra, dejando que asomara solo su cabeza. Esta batería cuenta, además de con este núcleo en el que también se ubicaban las principales instalaciones de servicio para los militares aquí destinados, con otros dos grupos más. En uno de ellos permanecen los restos de una defensa antiaérea monolítica. Las baterías del Prior, así como las del Prioriño, nunca entraron en combate y fueron desartilladas antes de terminar el siglo XX para responder a demandas bélicas y económicas, pues parte de ellas se destinó a chatarra.
A lo largo del cabo sobresalen boinas pedestres. Se trata de puntos de vigilancia, la parte visible de un enorme complejo de instalaciones que recorre toda esta lengua de tierra con acantilados de 100 metros de altura. Y desde el propio cabo Prior se observa la playa de Santa Comba y su ermita románica, parada extra de esta ruta. El enclave, parte del Camino Inglés, es un tradicional punto de romería desde el siglo XII y tiene una peculiaridad: solo se puede visitar la Ínsula da Santa —como se la conoce— con la marea baja, pues queda rodeada de agua con la pleamar.
Este pequeño tramo de costa condensa naturaleza e historia militar de manera espectacular, pero, si uno tiene tiempo, el viaje no tiene por qué terminar aquí. La ciudad de Ferrol cuenta, entre otros atractivos, con un Museo de la Construcción Naval en el que completar el conocimiento sobre la tradición militar y un barrio modernista que aspira a convertirse en patrimonio mundial.
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