El ladrón del ladrón de los ladrones
Una mañana, dos historias. Si la venganza del ladrón que roba al ladrón de los ladrones es volver a robar, la venganza de las okupas a las que les okupan la casa okupada no puede ser otra que volver a okupar. Poseer, robar, perder y volver a tener en un bucle infinito en medio de la avaricia que nos acecha.
Le dice el Maki al Pira, que está meneando lo que parece ser una olla de caracoles o de carne en salsa en la cocinilla del bar:
—Ar finá no sabe uno si son rico porque son cabrone, o son cabrone porque son rico. —Y añade dirigiéndose al Popi— Y vah tú y le da la mano al direstó.
Lo que había pasado era que la banda de ladrones entre los que están Makinavaja, Popeye y el abuelo Matías, cuando estaban atracando unas horas antes el Banco Jones, fueron embaucados por el director de la sucursal para que reinvirtieran lo robado en un producto financiero. Salen de la oficina sin un duro y pasa un rato largo hasta que se dan cuenta de que los han engañado. Por eso el Maki le afea al Popi que, encima, haya estrechado la mano del embaucador.
—Hombre —replica el Popi—, yo era pa no echá la mañana en barde.
—¿Y esso? —indaga el Maki.
—Pue que cuando er Perale ma dao la mano, le guindao el reló —responde exhibiendo el peluco, lo que provoca una algarabía de risas y palmadas en la barra entre los demás tertulianos que son el Maki, el Mohamed, el Matías y el Pira.
—¡Hostia, de oro y titanio! ¡Que se joda el Perales! —dice Matías, único personaje de la serie de Televisión Española que no charneguea, sino que pronuncia castellanamente el español, mas con un acentazo catalán perceptible sobre todo en las engoladas eles.
—¡Será posible er visio que tiene! —celebra el Maki la pericia de su colega.
Se desamarga así la escena, el palo de los muchos dineros perdidos. Es el consuelo de los pobres y la multiplicada vuelta de tuerca al refrán. Si el que roba a un ladrón (la banda del Maki al banco) tiene 100 años de perdón, el que roba a ese ladrón (el director de la sucursal a la banda del Maki) tendrá, para las telespectadoras amigas del orden y la ley, 200 años de perdón; y el que roba al ladrón de los ladrones, por tanto (Popeye mangando el juanramoniano reló del direstó), tendrá de perdón, para las telespectadoras chorizas como yo y como Lis, 300 años. Además de ver la serie de Makinavaja y de leer el cómic de Ivá en que se basa, hemos leído a Juan Ramón Jiménez, precursor charnego, y a Clarice Lispector. Yo saldría a reventar cerraduras vestida con abrigo de piel como el que la Lispector usaba cuando escribía que la venganza que nos asiste a los no poderosos es contar la verdad.
—¡Pues nos mangamos unas pieles en Cortefiel! —dice Lis soplando su café en el vaso de plástico, sentada en el bordillo de la acera. Lo dice con la alegre ironía de quien jamás se pondría ni una pulsera de cuero, de quien todavía va borracha y de quien torea las cortadas de rollo de la vida con la agria determinación de que, puta, no tiene nada que perder. Son las nueve de la mañana y, de no ser porque la policía se puso a desalojar su casa mientras íbamos por la calle bebiéndonos a morro una botella de vino, ahora nuestra charla sobre Juan Ramón, Lispector y Makinavaja se habría convertido en unas buenas comidas de coño.
A las seis de esta mañana las vecinas del bloque nos hemos despertado con los golpes que los ‘mossos’ les estaban dando a la puerta. Al asomarnos al balcón hemos visto 10 furgonas bloqueando la calle y la orden de “salid del bloque, tenemos orden judicial”. #CaLaCrisSomTotes#femllarsfeministes
—Si lo que restablece nuestra dignidad frente al relato hegemónico es el contrarrelato —continúo yo embalada con la media lengua pastosa—, y si la venganza del ladrón que roba al ladrón de los ladrones, como el Maki y el Popi, es volver a robar, la venganza de las okupas a las que les okupan la casa okupada, como a las compañeras de Ca La Cristina, no puede ser otra que volver a okupar —remato, queriendo dotar de legibilidad la violencia que estamos viviendo en ese momento y que soportamos con tanta serenidad porque, de tantas veces como la hemos soportado, ya es una costumbre. Nos quitarán la casa pero no las ganas de vivir, parece nuestro lema. Madre mía de mi vida: menos mal que me queda THC en las venas para formularlo sin volverme loca.
Cuando hemos pedido ver la orden judicial, han hecho caso omiso y hasta tres horas más tarde no la hemos podido ver. En la notificación ponía “desalojo cautelar”, pero sin ningún motivo concreto que justifique el porqué del desalojo.
Soy la que menos borracha va de las dos y por eso oí el móvil, acerté a cogerlo y a leer el mensaje de Violeta de que los mossos estaban desalojando el bloque, y pedían ayuda para hacer turnos de contravigilancia en la puerta e intentar recuperar las pertenencias de las compañeras que, como Lis y como otras habitantes de la calle de Sagunto, número 39, no estaban en la casa en el momento del desalojo y no pudieron ni hacer las maletas; y a quienes sí pudieron hacerlas las soliviantaron de tal manera que por supuesto no pudieron llevarse todas sus cosas. Lis era de las que se habían quedado con lo puesto: una riñonera con un támpax, el móvil sin batería, un tabaco de liar, un monedero con 10 euros, un bono de metro falsificado y unas llaves que ya no iban a abrir ninguna puerta; unas zapatillas de lona rotas por donde los dedos gordos del pie, una camisa de leñador para el fresco de la madrugada y el frío de la borrachera, unos pantalones vaqueros cortados por encima de las rodillas y un bodi con transparencias que hacía que se te fueran los ojos a esas tetas de platillo de aceitunas que tiene, a esos pezones como aceitunas sin hueso que tiene, tiernos y ovalados. Pero se pone una camiseta de licra por debajo para que todo esto sólo te lo imagines, lo cual es peor porque, como dice el escritor Matías Candeira, la imaginación es una enfermedad.
Una vez desalojadas las vecinas, los @mossos de
@miquelbuch han dejado pasar a los matones de City Lock(Desokupa) y a la propiedad, Dinder Trade S.L., dentro del inmueble.
Le hemos pedido reiteradamente a la propiedad que nos deje sacar nuestras pertenencias, ya que sólo hemos podido sacar lo esencial. Su respuesta ha sido que no y poco después hemos visto cómo sacaban cosas nuestras y las tiraban al contenedor.
Baja un matón cargando dos bolsas de basura. Hasta entonces no había salido ninguno, así que es ahora cuando nos levantamos y lo abordamos. Es un tío joven con barba hípster y un simbolaco celta tatuado en el cuello. Me fijo en si es la cruz celta típicamente nazi que tiene poco de cruz celta y mucho de visor de rifle, cosa que sería muy coherente con su oficio:
Conscientes del problema (¡gracias por la categoría sociológica!) de la Okupación (¡gracias por la mayúscula!) en la provincia de Barcelona, CITY LOCK fue concebida como una forma eficaz (intimidación y extorsión, ¡ya te digo!) de prevención de Okupación en nuevas construcciones y de igual manera en edificios que por diversos motivos (¡toma ya eufemismo para no decir especulación inmobiliaria!) se encuentran vacíos temporalmente. CITY LOCK es la única empresa con GARANTÍA DE DESOKUPACIÓN (¡por favor, este neologismo y locución jurídica de nuevo cuño que entre de cabeza en el Código Civil, estudiémosla en la Facultad de Derecho y demos a la práctica mafiosa blindaje legal y no sólo fáctico!), en el poco probable caso de que llegara a pasar mientras prestamos nuestros servicios (¡cómo coño va a pasar si cuando llegáis a desalojar ilegalmente la policía os está esperando para compartir la rayita en la lechera!), los costes de la DESOKUPACIÓN para nuestros clientes (multipropietarios, fondos buitre y bancos) serán gratuitos (¿cuál será la tarifa para un cacho de edificio de nueva construcción producto del último boom del ladrillo, de 10 viviendas y 40 personas y nunca antes habitado?, ¿y para un piso que se cae a trozos con una familia sin papeles dentro?, ¿y para una nave industrial que antes de que llegáramos nosotras a hacer conciertos se había convertido en un palomar?) y realizados por la mejor y más eficaz empresa del sector.
Pero no es una cruz celta nazimente estilizada. El machiguachi lleva una triqueta de esas que parecen una flor picuda o un aloe visto desde arriba y que representa la feminidad. Lo de la feminidad nos toca particularmente el coño porque Ca La Cristina ha sido una okupación feminista gestada el último 8 de marzo. ¡El 8 de marzo que contagió a España entera de coronavirus! Tenemos que aguantarnos la risa del colocón que coleamos antes de interponernos entre el pavo y el contenedor de basura.
—¿Qué llevas ahí?
—Comida podrida —responde.
—¡Ajá! ¡El viejo mito de que los okupas comemos podrido! —responde Lis, finísima.
—Danos las bolsas, te da igual tirarlas que dárnoslas, sabes que nosotras las vamos a coger de la basura en cuanto las tires —pero antes de terminar la frase el sádico desokupi nos rodea como una flecha y las echa al contenedor. No nos ha dado tiempo ni de forcejear. Estamos cansadas, hostia, estamos cachondas y conforme la tajada se nos pasa emerge el miedo. Y va el tío y se pone a liarse un porro.
Ventaja: es por la mañana temprano, el camión de la basura pasó hace no mucho, apenas hay más bolsas que las nuestras, no tenemos que rebuscar y el olor no es tan nauseabundo. Inconveniente: como el contenedor está tan vacío, nuestras bolsas están al fondo del todo. El borde del contenedor clavándosenos en la barriga, con lo que eso duele, y no las alcanzamos todavía. Así que Lis me coge tan fuerte de los pies como antes me cogía de la mano y yo me zambullo en la mierda, que es gloria comparada con la avaricia que, sin éxito, quiere gobernarnos. —eps
Cristina Morales, premio Nacional de Narrativa de 2019, es autora de Lectura fácil.
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