Adolescentes: del olvido en el confinamiento a la crítica constante en la nueva normalidad
Para poder entender la adolescencia, sus necesidades y virtudes, debemos de dejar de criminalizarla, de juzgarla y de etiquetarla
Adolescencia, esa gran desconocida. Esa que todo el mundo etiqueta como rebelde, intensa, hormonal, agotadora… Cuando algún conocido tiene un hijo o hija en esa etapa, casi que le damos el pésame. Esto sucede porque nos enfocamos en lo que el adulto tiene que «aguantar», pero ¿alguien piensa en el adolescente y en sus necesidades?
La adolescencia es una de las etapas más trascendentales de la vida, en la que el cerebro experimenta una serie de cambios y conexiones que suponen un antes y un después para la persona. Un periodo en el que los chavales se encuentran sumidos en fases que viven en forma de duelo. Por un lado, el duelo de su infancia, ya que, sin comerlo ni beberlo, no se sienten niños ni niñas y deben decir adiós a su cuerpo de siempre y aceptar su nueva imagen, conocerla, identificarla, sentirse a gusto con ella e integrar que nunca volverán los días de inocencia, estabilidad interior y seguridad al lado de sus padres. Y, por otro lado, la sensación de no pertenecer ni al mundo infantil ni al mundo adulto, teniendo en cuenta, además, que su mundo parece ser solo un estorbo social: los padres se quejan, los familiares se quejan, los profesores se quejan... Se sienten en tierra de nadie.
Es un periodo difuso, extraño, confuso y con muchos cambios de humor, lleno de inseguridades y miedos, en el que necesitan profundamente a sus padres y a la vez llegan a odiarlos. Tienen claras sus metas y a la vez no saben nada, están bien y mal al mismo tiempo, necesitan soledad absoluta y sienten casi rechazo hacia sus padres, pero también necesitan muchos abrazos, conversaciones, entendimiento, respeto y amor que no se atreven a pedir.
Dentro de todo este vaivén cerebral, y por ende psicológico y emocional que tienen los adolescentes y que es muy difícil de llevar, con quien más seguros se sienten es con sus amigos. La vida social es lo más importante para ellos, pero no porque sean rebeldes, estén en la edad del pavo o no quieran relacionarse con sus padres; simplemente porque sus amigos son sus iguales, están en su misma etapa y son las únicas personas con las que se sienten cien por cien ellos mismos. Las sensaciones de no pertenecer a nadie y de desprotección se disipan de golpe estando en su grupo, allí todos son iguales; a pesar de sus diferencias, en grupo se sienten, por fin, libres.
Además, al no vivir en el mismo hogar y tener cada uno familias distintas, su lugar común suele ser el espacio público, la calle, los parques, un banco… Y de ese espacio hacen su hogar, un hogar en el que se sienten mejor que en ningún otro sitio.
Durante el confinamiento no han tenido nada de ello, por eso han pasado por momentos emocionales difíciles, autoexcluidos en su habitación para poder hablar con sus amigos online, deseando reunirse con ellos, haciendo planes y contando los días para volver a sentirse en conexión con alguien.
Los adolescentes necesitan estar con chicos y chicas de su edad tanto como comer, dormir y beber agua. Por ello, al haber estado privados de esta compañía, cuando han visto una pequeña salida, se han lanzado sin ver más allá. Es como si unos leones hubieran tenido que comer brócoli durante dos meses y de pronto vieran una cebra: la dieta se habría acabado sin mirar atrás.
En las últimas semanas, ha habido jóvenes (no todos los adolescentes de nuestro país) que han asistido a macrofiestas una vez han podido salir, y esto no es más que el resultado de un confinamiento en el que no se ha pensado en ellos… Han aguantado dentro de casa, han aceptado no tener horarios a los que acogerse y no ser tenidos en cuenta (ni a ellos ni sus necesidades cerebrales) y han sufrido mucho… Porque sí, un adolescente dentro de casa es alguien que sufre, que vive estados emocionales depresivos, que se siente solo, aburrido, perdido, sin el hogar que le procuran sus amigos.
Para poder entender la adolescencia, sus necesidades y virtudes, dejemos de criminalizarla, de juzgarla, de criticarla y de etiquetarla. Sí, han realizado botellones y han salido en manada, pero ni van a ser los responsables del rebrote pandémico (solo hay que ver las terracitas para darnos cuenta de ello) ni son los culpables de haberse unido en grandes pandillas para celebrar en su hogar y en la calle y conectar entre ellos… Para haber llegado a eso, han tenido que darse una serie de acontecimientos como los que han tenido lugar.
Empecemos a pensar en ellos como otros de los grandes héroes del confinamiento, porque lo han sido. Comencemos a estudiar lugares en nuestras localidades que puedan ser adaptados a ellos, a su necesidad de estar en grupo, aportemos como madres, padres y profesionales una buena educación adolescente en la que no necesiten del alcohol para divertirse y amarse a sí mismos, respetemos su etapa y dejemos de etiquetarla, de reírnos de ella y de señalarlos como delincuentes. Con incivismo no se nace, se hace, y suele ocurrir precisamente por no ser atendidos emocional y cerebralmente como necesitan.
Los adolescentes no son adultos. Los adultos somos nosotros, los que debemos guiarlos en vez de ponerles piedras en el camino.
Viva la adolescencia y vivan nuestros adolescentes.
Tania García, escritora de ‘Educar sin perder los nervios’, directora de edurespeta.com y creadora de la Educación Real.
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