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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Mujeres y mortalidad, virus y violencia

En las víctimas de violencia de género el riesgo de muerte es un 40% más alto que en las mujeres que no la sufren, según un estudio reciente

Pasajeras con máscaras por el coronavirus a su llegada en autobús a la zona kurda de Siria desde el Kurdistán iraquí a través del cruce fronterizo de Semalka este 1 marzo.
Pasajeras con máscaras por el coronavirus a su llegada en autobús a la zona kurda de Siria desde el Kurdistán iraquí a través del cruce fronterizo de Semalka este 1 marzo.DELIL SOULEIMAN (AFP)

Las mujeres que sufren violencia de género tienen un riesgo de muerte un 40% más alto que las mujeres que no la sufren, es la conclusión del reciente trabajo publicado por las universidades de Warwick y Birmingham en la revista científica Journal of the American Heart Association. Pero eso es algo que no preocupa. O al menos no tanto como otras cuestiones. 

Los seísmos más intensos no se miden en grados de la escala Richter, sino en la “escala miedo”, un miedo que es capaz de agitar conciencias y lugares de manera simultánea por todo el planeta, y de hacerlo durante semanas, algo que no logra conseguir ningún terremoto. Y es que el miedo tiene su epicentro en la mirada y el hipocentro en la conciencia, y la conciencia no es libre, está atrapada entre las fallas de una cultura que da significado a la realidad, y dice si unos determinados acontecimientos deben dar miedo o no. Es cierto que siempre habrá un mayor o menor grado de respuesta individual, y que los factores del contexto potenciarán o compensarán la reacción, pero las bases para que se produzca la reacción y para que lo haga en un determinado sentido, están previamente establecidas.

Un ejemplo de cómo se construye esta percepción y reacción lo tenemos con la, de momento, epidemia del coronavirus (Covid-19). El coronavirus tiene que dar miedo y, por tanto, todas las personas que fallecen una vez que han sido infectadas son presentadas como “muertes por coronavirus”, a pesar de que la mayoría de estas muertes (más del 70%), se producen en personas enfermas con múltiples patologías, algunas de ellas de carácter crónico, y en personas de edad avanzada. Y aunque la infección por el coronavirus es un factor de estrés que contribuye al agravamiento del cuadro general, achacar todas estas muertes a sus efectos con una relación de causalidad directa no deja de ser un exceso, y una conclusión poco sólida desde el punto de vista científico.

Algo muy diferente de lo que ocurre con la violencia de género.

La OMS alerta desde hace años de todos los problemas de salud que se desarrollan bajo las consecuencias de vivir en una relación definida por la violencia de género, una situación que va mucho más allá de cada una de las agresiones, y que genera problemas físicos y psíquicos como consecuencia del ambiente violento y del estado de alerta e hipervigilancia que ocasiona en las víctimas en sus intentos de evitar las agresiones. Todo ello impacta en la salud de las mujeres y hace que acudan a consultas clínicas un 20% más que las mujeres que no la sufren, pero al no conocerse lo suficiente el impacto de la violencia de género en la salud, y pensar que solo se trata de golpes y lesiones, no se diagnostica. Y al no diagnosticarla no se actúa y se “permite” que la violencia de género continúe cada vez con más intensidad, con problemas de salud más graves, y con un riesgo de muerte que aumenta por la vía clínica y por la criminal.

Recientemente, en febrero de este año, la revista científica Journal of the American Heart Association publicaba el trabajo antes citado, en el que se concluye que en las mujeres que sufren violencia de género el riesgo de muerte es un 40% más alto que en las mujeres que no la sufren. Y sitúan las causas en las enfermedades cardiovasculares, especialmente por isquemia coronaria, en la diabetes mellitus tipo 2, y en las alteraciones encuadradas dentro del grupo denominado “todas las causas de mortalidad”. Y a pesar de la evidencia científica y de confirmar lo que antes ya han demostrado otros estudios, ninguna de las muertes “no violentas” en mujeres que sufren violencia de género se consideran relacionadas con la violencia, limitando sus efectos solo a las lesiones directas ocasionadas por las agresiones.

El resultado es evidente, cualquier muerte de una persona que haya sido infectada por el coronavirus, aunque tenga varias patologías crónicas y edad avanzada se considera producida por el virus, mientras que las muertes de las mujeres que sufren violencia de género, a pesar de que los estudios indican que la violencia es un factor que contribuye a que su mortalidad sea más elevada, no se consideran relacionadas con la violencia, y solo se consideran como tales los homicidios. Y la conclusión también es sencilla: el coronavirus da miedo y hay que actuar preventivamente sobre él, algo lógico y consecuente con la realidad; mientras que la violencia de género “no da miedo” y no hay que actuar de manera preventiva sobre ella, algo ilógico e inconsecuente con una realidad que, solo en nuestro país, asesina de media a 60 mujeres cada año, y de la que nada más se conoce el 24% de los casos a través de la denuncia.

Si se utilizara en violencia de género el criterio que se emplea para contabilizar las muertes por coronavirus, teniendo en cuenta que según el estudio de la Agencia de Derechos Fundamentales el porcentaje de mujeres que sufre violencia física en la UE es del 20%, hablaríamos de miles de mujeres que morirían bajo las consecuencias de la violencia de género, es decir, asesinadas por sus parejas o exparejas.

Pero que las mujeres sufran violencia de género no agita a la sociedad, lo que da miedo es que se hable de ella y que se ponga de manifiesto la cultura machista que la causa y la oculta, por eso quieren llamarla “violencia intrafamiliar” en una demostración más de cobardía, al intentar ocultar tras la familia lo que hacen los hombres que así lo deciden.

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