Marisol, el mito es para siempre
Marisol lo ha sido todo en España y América. Pero un buen día decidió desaparecer. Retirada en su Málaga natal, no se espera su presencia ni en la gala de los Goya donde se le va a rendir homenaje. Reconstruimos la historia del mito con quienes mejor la conocen y las imágenes del fotógrafo que más veces la retrató en su juventud.
QUE NO ME miren, que no me hablen, que no me llamen, que no se acuerden de mí… No irá, pero allí estará. En la pantalla, entre los cuchicheos y los recuerdos de los asistentes a la gala de los Goya del próximo 25 de enero. Transfigurada en música, con algún número de sus canciones interpretado por su hija Celia Esteve antes de que quizás María, su otra hija, actriz, recoja el premio honorífico que le ha otorgado el cine español. No acudirá, dicen en su familia. No por soberbia ni por desprecio, pero lo agradece. No, no y no. Es la respuesta que Pepa Flores esgrime sin fisuras, sin excepciones, sin complejos desde que se apartara del foco hace 35 años.
Silencio, retiro. Adiós. Marisol sigue ahí, en nuestras vidas y entre nuestros espectros amables de luz y tecnicolor. Que la dejen tranquila, que no quiere revivir el pasado y a nadie le importa lo que trata de ser en el presente, ya definitivamente retirada en Málaga, la ciudad donde nació hace 71 años. Pero Pepa Flores continúa viva en el recuerdo de un país que viajó, como ella, del franquismo sociológico a la modernidad mientras se sacudía telarañas de la cabeza a ritmo de twist y después con letras comprometidas de cambios y revoluciones.
Inútil hacerle ofertas millonarias para el regreso. De hecho, ha recibido varias y ni las ha contemplado. No desea, por nada del mundo, revivir los ecos de lo que resultó, en gran parte para ella, un infierno. Olvidémosla… nos suplica. Pero es imposible. Y en esta era de narcisismo en masa y a velocidad de la luz, en esta fiebre de Instagram, Facebook, YouTube, talent shows por doquier y telerrealidad, no resulta sencillo entender un gesto de dignidad semejante.
“Ha decretado su propia libertad de perderse. Está a otro nivel”, asegura Mariano Barroso
Hay que intentar, de todas formas, arrancarle algo. Poner en práctica la regla suprema del periodismo repelida por ella: que hable, que diga cualquier cosa. De ahí este perfil. ¿Con qué derecho nos metemos a hacerlo? ¿Para qué publicarlo? ¿A qué fin volver a despertar el interés en alguien que lo rechaza de lleno? Quizás en eso, en indagar acerca de los puntos ciegos —que diría Javier Cercas— sin respuesta, consiste gran parte de la gracia de este trabajo hoy en día. Y siempre.
Mariano Barroso, presidente de la Academia de Cine, lo sabe. Y lo tiene comprobado estos meses como nadie. Respeta esa guarida de sombra donde se esconde Marisol. Su no, contundente, en apenas nada favorecerá a la gala. Pero le fascina. ¿Son conscientes los responsables de su gremio de que el premio honorífico que no será recogido por la homenajeada se ha convertido en el más mediático que han otorgado hasta la fecha? “Sigue viva y vigente, pero así es ella, ha decretado su propia libertad de perderse. Es un mito. Y vivos apenas existen. Desde que decidió salir, nadie la ha podido utilizar. Ha conseguido elevarse a otro nivel, el de la integridad a toda costa”, afirma Barroso.
De una forma similar trata de explicarlo Massimo Stecchini, su pareja desde hace 30 años. A él no le importa hablar y se erige en portavoz sin problemas. Para que queden claras sus razones. Barroso confía en que quizás, en el último minuto, baje de casa y lo recoja. Pero Stecchini es firme: no y que no. Comprobar cómo se deshace en explicaciones es algo digno de escuchar. Este florentino de 60 años que recaló en Málaga y difuminó su acento toscano en andaluz de pura cepa se transforma en saeta al teléfono.
—Es muy difícil mantener el equilibrio en esta situación. Pepa está encantada con las muestras de afecto. Pero lo pasa muy mal. Ante todo quiere preservar su derecho a olvidar, y en este caso es complicado, más con todo este cariño que suscita. Pero es mi mujer, mi niña, y cuando le viene ese velillo de tristeza por los ojos a mí se me parte el alma. Mira que ella es incapaz de hacer un mal gesto y sabe que el Goya de Honor es un reconocimiento y lo agradece, y se recogerá, como es lógico. Pero es que cada vez que aparece por algo o surge por algo, siempre tiene que entrar uno que te joda la vida. Y en el caso de mi Pepita es que no hay nadie ni nada, ni cheque en el mundo, que la cambie. Ni siquiera estas semanas que nos han ofrecido un dineral, hasta, mira…, repugnante, pero es que no hay nada, repito, ni para aclarar todas esas tribulaciones y el mal rollo, que pueda hacer regresar en ella esos momentos jodidos. El hecho de hablar contradice su elección de ser alguien no público: no desea crear malentendidos. Y eso es. Explícalo de la mejor forma que puedas, por favor. Ella ha ido solventando la vida sin dolor y sería tremendo volver otra vez a revivir cosas. Nada, no queda otra salida que la normalidad. De esa boca no va a salir una palabra. Porque todo el mundo quiere hablar de su pasado. ¿A que de ella no os interesa el futuro? Y no lo tomes como un gesto de egolatría, ¡qué va! Todo lo contrario. Hace 35 años decidió que no hablaría y es complicado. Tú a mí llámame las veces que quieras, a tu disposición, a vuestra disposición siempre, pero ella nada.
Claro queda, Massimo. Aun así, hace 20 años, Carmen Alcaide le hizo una entrevista para El País Semanal. Y poco antes, Jesús Rodríguez escribió un perfil en esta misma publicación para el que tuvo que arrancarle por teléfono algunas frases que completó también al otro lado del portero automático de su domicilio: “No he borrado mi rastro. Está ahí. La que no estoy soy yo”.
“Sería tremendo volver a revivir cosas”, dice su pareja, Massimo Stecchini
Una frase que multiplicaba su efecto desaparición por arte de birlibirloque. Pero que fue una decisión muy meditada y radical. Cumplida a rajatabla desde que lo decidiera en 1985 después de presentar en el Festival de San Sebastián la película Caso cerrado, de Juan Caño. Ese título se bifurcaba en símbolo y clausuraba también una carrera de 20 películas que había comenzado en 1960 con Un rayo de luz.
Ahora, lo del agradecimiento a sus homenajes es tal cual. Todavía Mariano Barroso conserva el mensaje de voz que emocionada le dejó cuando le concedieron el Goya. “Un mensaje muy sentido, muy verdadero”, afirma el cineasta. El músico Javier Ojeda, líder de Danza Invisible, malagueño también, conserva a su vez la carta que le envió para agradecer el concierto tributo que le montó en septiembre de 2012 en el teatro Cervantes de su ciudad. Un encuentro con músicos paisanos entre los que estaba su hija Celia, cantante: “Eternas y silenciosas gracias”, escribía Pepa Flores en el papel que aún guarda Ojeda. Su éxito fue tal que le han ofrecido repetirlo montones de veces. “Pero ya no, no sería lo mismo”, explica Ojeda. Es su manera de responder a Marisol con un “eternas y ruidosas de nada…”.
El músico lo recuerda hoy en una terraza de La Colina, cerca de Torremolinos, donde, según él, explosionó el pop español a principios de los setenta: “Aquel concierto de homenaje fue un acto irreverente pero respetuoso”, comenta. Cuando pensó en montarlo, fue a verla y se lo contó. Ella preguntó por qué. Y Ojeda le respondió, de usted, sin tutearla en ningún momento: “Fuimos mi mujer y yo y nos temblaban las piernas. Pues ella estaba más cortada que nosotros, así, muy menudita, vestida sencilla”, cuenta. “Vamos a ver: usted es musa gay, diva pop, icono de izquierdas, estrella flamenca y de la copla. ¿Le parece poco? Lo que queremos hacer es reivindicarla como leyenda de la música…”. A Pepa Flores le entusiasmó: “Ay, eso me encanta, hijo”.
Con la carta desmintió también muchas de las teorías que recaen sobre ella. Hartos estuvimos de los setenta en adelante de oír que Pepa Flores había asesinado a Marisol. Si fuera así, ¿por qué aquel mensaje lo firmó con ambos nombres? Su hermana Vicky, además, asegura que ambas conviven en ella. “Marisol es la persona que más respeta Pepa Flores”, afirma. “Eso me ha pedido a mí que lo diga. Porque ahí sigue Marisol, intacta, nadie la ha agredido ni se ha reído de ella. Mi hermana nunca la mató, ni quiso que se hiciera tal cosa. Sigue firmando con ese nombre. Mira además la de veces que siguen programando sus películas en la tele, tantas que, como decimos aquí en Málaga, resulta hasta jartible. Pero ahí está, nadie se atreve ni a parodiarla siquiera”.
Su hija Celia incluso grabó un disco de tributo con canciones de las dos sin que aquello creara un cisma familiar: al contrario. En aquel concierto de homenaje, interpretó con Ojeda Corazón contento y se unió a otros artistas como Zenet, el rapero Gordo Master, Dry Martina, la flamenca Genara Cortés… La fuerza malagueña en torno a una leyenda. En la gala de los Goya está previsto que Celia interprete algo de Marisol. “Todavía no sabemos qué”, contaba justo antes de que acabara el año. Lo mismo que rehuía hablar de su madre para este perfil. “De mi música, lo que quieras, pero sobre ella no”.
Bastante además se ha escrito. Porque a Pepa Flores como musa de la Transición y figura que crecía y se desarrollaba como una especie de símbolo en el viaje colectivo que España experimentó de la dictadura a la democracia la retrataron Francisco Umbral, Rosa Montero, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Manuel Vicent, Maruja Torres, José Manuel Caballero Bonald… Y ahora el poeta y musicólogo Luis García Gil, que publicó en 2018 Marisol-Pepa Flores. Corazón rebelde (editorial Milenio), un libro que ahonda en ella como figura pop y referente de cierta mística warholiana. “Los acercamientos a su figura suelen ser superfluos, metidos de lleno en el barrizal de la prensa del corazón. Mi perspectiva como estudioso de la canción era otra. Analizarla como mito reivindicable y posiblemente infravalorado por la crítica musical en su totalidad”.
Ahora, cuando afrontamos la segunda década del siglo XXI, cabe otra defensa: la del mito desde el silencio en plena marea del alboroto, según García Gil. “En la era del exhibicionismo que lleva al límite los 15 minutos de fama proclamados por Warhol, me parece admirable su actitud. Ha tenido tentadoras ofertas para regresar a un estudio de grabación o a un plató de televisión. Todas las ha rechazado. Ha sido fiel a su palabra. Se retiró con todas las consecuencias. En cierto modo se revolvió contra esa exposición pública permanente por hartazgo. Tengo la impresión de que nunca fue valorada ni comprendida en su justa medida. Una cosa es el público que la idolatró y otra muy distinta ese reconocimiento artístico que le llega ahora con el Goya de Honor, pero que no siempre tuvo”.
“Marisol es la persona a quien más admira Pepa Flores”, dice su hermana Vicky
Tan cierto como merecido. Y tardío. Más si analizamos cómo, naturalmente, Marisol hizo el viaje hacia Pepa Flores. Cuando el productor Manuel Goyanes engatusó a su familia para llevársela a Madrid se cruzaron dos extrañas circunstancias en su camino: la parte visionaria de un empresario que supo lo que iba a proporcionar alegría y evasión de la realidad a este país, por un lado. Por otro, la tristeza de una criatura encarcelada en una casa a todo lujo donde ella comía con los señores, y su madre, cuando la visitaba, en la cocina. La huella de una serie de humillaciones que servían para inventar a granel un personaje al que tuvo que soportar reflejada en los escaparates, recreada en cromos y tebeos, reproducida en muñecas, portadas de revistas, coleccionables, en el No-Do, en la tele, en la radio, en todas las esquinas. Un machaque de sí misma delirante cuya alegría, cuya luz contrastaban con una terrible sombra.
En sus comienzos fue un diamante en manos del cineasta Luis Lucía, también encargado de lanzar otras carreras como la de Ana Belén o Rocío Dúrcal. Una garganta con la atracción propicia para inventar éxitos y dejar que compositores como Augusto Algueró o Juan Carlos Calderón probaran a multiplicar sus melodías pegadizas. El médium Marisol crecía como un negocio desorbitado que llevaba familias enteras al cine y marcaba a ritmo yeyé una época mutante.
El reguero de millones necesitó además un matrimonio de conveniencia. Goyanes no iba a permitir que se le escapara tamaño capital, ni aunque creciera. Pensaba labrar al mismo nivel el camino de la joven estrella, tal y como había hecho con la niña y la adolescente. Así que hubo boda: con su hijo Carlos Goyanes, a quien dio el sí en mayo de 1969 para separarse de facto tres años después. Fue una especie de arreglo entre una suerte artificial de primos hermanos. Habían crecido juntos. Su matrimonio suponía una alianza en pos de, entonces, todo un negocio familiar. Hasta ahí llegó la ambición y el tinglado.
Pero Pepa, aun atrapada, sentía el pálpito de otros anhelos ajenos a semejante encierro. La nostalgia era fuerte. Sus días de pobreza en la corrala con letrina compartida de la calle de Refino, 10, de Málaga, hoy todavía en un barrio que resiste los embates de la gentrificación y los pisos turísticos alrededor de la plaza de la Merced, tiraban más que el glamur. El Jesús de la Columna y María de la O fueron testigos en su cofradía, justo enfrente del vecindario. El calor y la alegría en el hogar paupérrimo que aportaban un padre, Juan, dependiente en una tienda de comestibles, y María Cayetana, su madre, ama de casa, se imponían más que aquellos decorados de cartón piedra y ese trabajo tormentoso, sin apenas descanso. Sirvió en su caso para pagar a su padre una furgoneta con la que transportar turistas y salir de los aprietos. Pero ¿a qué maldito precio?
Pepa y Carlos Goyanes eran jóvenes y, en cierto modo, cómplices. Pero el fotógrafo César Lucas, que los acompañó hasta en su luna de miel, no sabe si verdaderamente felices. Lucas, que firma la mayor parte de las fotografías de estas páginas, ha sido quien con más confianza la ha retratado y expuesto en muestras con el consentimiento de la artista que llegan hasta el presente. De hecho, fue el autor de su portada desnuda en Interviú: un hito icónico de la Transición. Las fotografías aparecieron en 1976. Pero… “las hicimos en 1970: nada preparado. Un día que andábamos por el campo, también con Carlos Goyanes, y dijimos: ‘¿Por qué no?”. De esas fotos, lo que destaca Lucas es la naturalidad de sus manos al posar. Y de otras muchas, una mirada triste. “Era un gesto habitual, yo se lo notaba enseguida, en cuanto aparecía”.
Un extravío de misterio, de desubicación que también atrajo al artista Antonio Montiel desde niño. Él también la ha retratado casi 30 veces, pero en pintura. “La última, para una felicitación de Navidad en 2003”. La primera, cuando él tenía tres años, cuenta. Y sin saber bien quién era la niña que, hasta que se lo explicó su madre, se convirtió en obsesión. Tanta que llegó a escaparse de casa con 14 años para ir tras su rastro cuando ella vivía en Altea, con Antonio Gades. “Me abrieron la puerta cuando me quedé en la escalera llorando y ya convencido de que iba a dormir en la calle”. Una vecina les avisó y le dejaron entrar, un tanto perplejos. “Llegué a las ocho de la mañana y me fui a las seis de la tarde, muy contento”. A partir de ahí labraron amistad. “Una de las confidencias que más me impresionó de su parte fue que me dijera cómo dejó todo al darse cuenta de que, según ella, no tenía vocación de artista”.
Cuando Montiel se presentó en su casa corría el final de los años setenta. Ya Marisol había pasado de ser musa de Algueró a enriquecer el repertorio de Joan Manuel Serrat o Luis Eduardo Aute. Con Serrat había grabado uno de sus éxitos, Tu nombre me sabe a hierba. Él rechaza hoy hacer comentarios sobre ella: “Ella ha decidido no hablar y apartarse de todo, y yo respeto esa decisión”.
Se había mudado también de objetivos en el otro campo de sus actividades. Comenzó a hacer cine con directores que imprimían su sello de autor. Desde Jaime de Armiñán (Carola de día, Carola de noche) hasta Juan Antonio Bardem, que la colocó en un reverso oscuro y un tanto morboso en películas como El poder del deseo o más tarde junto a Mario Camus y Carlos Saura. En el caso de Bardem, con una oferta que ella aceptó encantada. Muy consciente de las consecuencias al asumir ese personaje de María Marcos, cargado de erotismo: dar una bofetada a su inocencia a través de una incursión en el lado perverso del diafragma que iba a verse reflejado en las pantallas. También buscó otros referentes ideológicos. Radicales. Y ahí desempeñó un papel esencial su vida durante 15 años junto al bailarín Antonio Gades, con quien tuvo a sus tres hijas: María, Tamara y Celia. “Mientras el amor duró y los temperamentos se aguantaron, ambos se enriquecieron mutuamente”, asegura Luis García Gil. Si hablamos de viajes, en lo artístico cabe resaltar que pasó de Luis Lucía a Bardem y de Algueró a los cantautores rebeldes. En sus bodas, de la familia Goyanes y una cobertura casi real en el tardofranquismo a una celebración en Cuba a la que acudió Fidel Castro cuando formalizó su relación con Gades.
Nunca pasó inadvertida. Durante 25 años resistió con el foco encima. Así que viajes tan intensos merecían el giro hacia donde se dirigió con todas sus consecuencias. No quería más fama ni dinero. Cedió los derechos de sus discos, tras renunciar a los royalties que tenía con la discográfica Zafiro, y sus películas a cambio de nada. O de algo sin precio. Su libertad. Su anónima estampa. Ansiaba la voluntad propia de la que nunca dispuso. Ese soplo de pureza de convertirse en una doña nadie. Volver a la ciudad de su infancia, una vez que quedó hecha añicos tras su ruptura con Gades. Cuidar de su madre y de sus hijas, disfrutar de la música escuchándola y del cine como espectadora.
Para que nos hagamos una idea de lo que llegó a producir y cómo se repartían sus ganancias, digamos que de Cabriola, su película favorita y la primera con taquilla verificada (comenzó a aplicarse en España en 1964), se recaudaron 34.400.935 pesetas (que equivaldrían a más de seis millones de euros de hoy, actualizando la variación del IPC). De aquellos, el productor se embolsó un 50%. Juan Flores, su padre, recibió 50.000 pesetas. Luego vería mejoradas las condiciones hasta 100.000 en algún caso.
Pero el anonimato en quien sigue siendo repicada por los salones de cada casa es algo quimérico. La prueba la tuvieron en un carnaval. Su hermana Vicky la convenció para que se disfrazara de negro. “Verás cómo no te conoce nadie”, le dijo. Pero ni por esas. La contundencia de la frase se evaporó cuando pasaron al lado de alguien que la reconoció y les dijo: “¡Anda, Marisol en negativo!”.
Su propio influjo la persigue como una maldición grotesca. Y tanto su resistencia en lo alto como su retirada han sido, para muchos, toda una prueba de fortaleza. Así lo cree el productor Enrique Cerezo, hoy propietario de la mayoría de sus películas desde que hace 30 años comprara los derechos a Cesáreo González. “Ha sido única. Moverse en este mundo como lo hizo ella, a su edad, una niña, resulta impensable. Mucha fortaleza. Otros no acabaron igual. Joselito, por ejemplo, o fuera de España un Mickey Rooney o una Shirley Temple tuvieron también el don, pero no aguantaron tanto. Ella resistió perfectamente. Todos los homenajes que se le hagan son más que merecidos”.
También su derecho a no aparecer para recibirlos… Aunque esté ahí, en una esfera fantasmagórica de nuestra ilusión y nuestra memoria, como parte de todos nosotros.
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