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¿Qué es un meme? Sobre ‘Grumpy Cat’, ‘ola k ase’ y otras cuestiones semióticas

Ilustración de Sr. García
Ilustración de Sr. García
Guillermo Alonso

Con nuestro umbral de paciencia en mínimos históricos, los memes se consolidan como la primera unidad de expresión del siglo XXI.

NO ES FÁCIL explicar qué es un meme, pero este dato define bastante bien su naturaleza elástica, caníbal y autorreferencial: tal vez necesitaríamos otro meme para hacerlo. La palabra ni siquiera pertenece a la era digital: desde los setenta se ha utilizado, sobre todo en inglés, para definir un rasgo cultural o de conducta que se transmite por imitación entre personas o entre generaciones. En los últimos años, Internet y las redes sociales han añadido una nueva acepción. Ahora ese rasgo cultural se transmite por vía digital y es algo muchísimo más concreto: una imagen o un vídeo con fines caricaturescos, una brevísima cápsula de humor que habla del aquí y del ahora. Cualquiera que sea parte de un grupo de WhatsApp tendrá varios memes en la memoria de su móvil.

¿Aún no lo ha entendido? Vayamos a un ejemplo: si usted conoce a Grumpy Cat, sabe perfectamente lo que es un meme. Esa gata con una malformación congénita que le hacía tener siempre cara de cabreo falleció el pasado abril convertida en el animal más famoso del mundo y con el honor de ser el único al que The Wall Street Journal le dedicó uno de sus célebres retratos puntillistas. Su rostro podía sustituir a decenas de adjetivos y expresiones; reflejaba mejor que nadie el sentir general ante un montón de personajes y hechos noticiosos que podían ir desde la victoria de Bolsonaro hasta el final de Juego de tronos.

Kim Kardashian llorando, Keanu Reeves deprimido, el “ola ke ase?”. Cada una de estas imágenes, despojadas de su contexto, sirve para expresar cientos de opiniones

Muy poco después de hacerse viral la foto de aquella gata cabreada se hizo viral otra de una abuela con rostro iracundo. La Red rápidamente unió al gato y a la anciana y, Photoshop mediante, creó imágenes de los dos juntos. Esto expresa de modo perfecto cómo funciona un meme y por qué es posiblemente la primera unidad de expresión nacida en el siglo XXI. Se necesita: a) un chiste privado y visual que se haya popularizado previamente; b) una herramienta de edición que permita manipularlo, y c) un público receptor que esté al tanto de la broma previa, entienda la broma nueva y la comparta al instante, haciéndola viral. Las posibilidades, como en un fractal, se multiplican hasta el infinito.

“Cualquier cosa con cierta gracia y mínimamente comentada en Twitter es susceptible de convertirse en meme si eres capaz de utilizarla para generar bromas que vayan más allá de lo que en sí representan”. Lo dice Modesto García, diseñador gráfico que, 36.000 followers después y comprobando lo bien que se le daba medir la actualidad a golpe de meme, se reconvirtió en asesor de redes sociales para diferentes marcas. “Un gesto de un político puede tener cierta gracia y ser bastante comentado, como [el alcalde de Madrid] Almeida subido a una valla intentando limpiar sin éxito un grafiti, pero realmente se convierte en un meme cuando la gente empieza a utilizar este material audiovisual para propagar con él nuevos mensajes”. Un meme es, ante todo, el chiste más rápido del mundo. En un momento en el que nuestro umbral de la paciencia está en bajos históricos, los libros que se editan tienen de media 20 páginas menos que hace 10 años y los stories de Instagram deben contar algo en 15 segundos, el internauta quiere algo que le haga reír en el tiempo en que una imagen tarda en pasar de la parte inferior de la pantalla hasta desaparecer para siempre en la superior.

Para eso llegaron la llama de “ola ke ase?”, la ardilla dramática, el chico que mira a otra chica por la calle mientras su novia se enfada, Keanu Reeves deprimido en un banco, Kim Kardashian llorando, Kim Jong-un mirando a través de unos prismáticos o Froilán hablando por teléfono apoyado en una ventana. Cada una de estas imágenes, despojadas de su contexto noticioso original, sirve para expresar cientos de opiniones.

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La forma en que hoy cultura pop, tecnología y política van de la mano está personificada en William Connolly, el joven que rompió un huevo en la cabeza de un senador australiano de ultraderecha que acusó a la inmigración musulmana de los atentados en una mezquita en Nueva Zelanda. Si uno se fija en la imagen, notará que en una mano tenía el huevo y en la otra un smartphone. Se diría que sabía, antes de romperlo en la cabeza del político, que su acción sería celebrada como un meme histórico. Y ocurrió: poco después de que las imágenes llegasen a Twitter, el joven ya era un héroe y el vídeo se había editado para crear con él canciones de Queen y Usher o para parodiar escenas de Bola de Dragón. Si hoy millones de jóvenes que, a priori, no tendrían demasiado interés en la actualidad política conocen a sus protagonistas es porque han llegado a ellos pasados ya por el filtro de la caricatura digital y explicados de forma breve, clara y divertida.

Cuando el pueblo había abrazado este fenómeno llegaron las marcas. Incluso el mundo de lujo, siempre a una distancia prudencial de los gustos populares, tuvo que rendirse al poder del meme. En 2017 Gucci presentó una colección de Alessandro Michele tirando de modelos que posaban junto a una frase graciosa, imitando de forma clara los chistes que corren como la pólvora por las redes sociales. Netflix es una de las que mejor han entendido los usos y costumbres de esta nueva unidad de expresión. No solo utiliza memes ajenos en las redes sociales, sino que crea los suyos propios. “En Netflix contamos historias para que la gente disfrute, y eso se refleja en nuestras redes sociales”, explican desde la plataforma. “Si nuestros consumidores interactúan usando memes, encuestas, bromas o juegos, nosotros también, porque al fin y al cabo somos todos fans y el contenido nos apasiona. Nuestro objetivo es que los canales sociales sean una forma de ampliar la experiencia, construir un mundo alrededor de nuestros títulos que vaya más allá de lo que se puede ver en el servicio”. ¿Lo ha entendido ahora? Haga el esfuerzo, por el alma de Grumpy Cat.

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Sobre la firma

Guillermo Alonso
Editor web de ICON. Ha trabajado en Vanity Fair y Telecinco. Ha publicado las novelas ‘Vivan los hombres cabales’ y ‘Muestras privadas de afecto’, el libro de relatos ‘La lengua entre los dientes’ y el ensayo ‘Michael Jackson. Música de luz, vida de sombras’. Su podcast ‘Arsénico Caviar’ ganó el Ondas Global del Podcast 2023 a mejor conversacional.

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