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Columna
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¿De dónde viene el fuego?

Manuel Rivas

Los negacionistas del cambio climático suelen ser los negacionistas del terror machista y del terror franquista

LO QUE OCURRE en la realidad es lo más grave que pudiera ocurrir hasta ahora en la realidad y en la ficción porque, de hecho, ocurre en la realidad.

Aquí, los únicos que no se muerden la lengua son justamente los que niegan la realidad. Los negacionistas del cambio climático. Que suelen ser los negacionistas del terror machista. Y en España, del terror franquista. Unos cielos. Da igual que hables del calentamiento global, de la emergencia, del colapso, de lo Innombrable. Lo niegan, y tan panchos. En la clase de tropa, muchos lo niegan siguiendo el sermón viral de sus jefes. Pero estoy seguro de que esos líderes lo niegan, el calentamiento global, porque saben que es verdad. Como saben que crecen en lo oscuro, en lo turbio de la naturaleza humana. ¿Alguien puede creer en serio que un tipo como Donald Trump y sus cuates ignoran lo que está pasando en el planeta con las emisiones de efecto invernadero? ¿Ignoran que estamos acercándonos a un Rubicón, como explican los climatólogos más rigurosos, en el que el dilema es Stabilized Earth o Hothouse Earth, lograr una estabilización o que la Tierra sea un infierno? No lo ignoran, por muy chiflados que parezcan. Cuando hablamos de esta clase de presuntos pirados, hay un test infalible.

—¿Queman el dinero?

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—¡No, ni de coña!

—Pues entonces no están tan locos.

Lo que ocurre es que, como escribe con precisión escatológica el antropólogo Muiño, gente como Trump o Bolsonaro han llegado al poder “con el mandato de apurar la copa de los combustibles fósiles hasta las heces”. Y el poder del “capitalismo fósil” no es una broma. Incluso, con alegría eufemística, puede presentarse como defensor del medio ambiente. Leyendo información sobre una “feria de armamento”, había empresas que utilizaban con todo desparpajo términos propios del lenguaje ecologista. No les falta razón. Ciertamente es un sector en “crecimiento sostenible”.

Los negacionistas andan a su bolo y a su bulo. Y les va mejor de lo que parece. En la BBC, en una autocrítica sobre el tratamiento de la emergencia climática, han considerado que en los debates no es obligado que aparezca uno de esos tipos con la cháchara de que no “hay consenso científico sobre la realidad del cambio climático” o de que “el cambio climático está provocado por la órbita terrestre alrededor del Sol”. Pero aquí no solo se les da cancha en los medios. ¡Ya los tenemos en el corazón de las instituciones!

Parte de la cháchara también, negacionista o no, es que en los problemas del medio ambiente todos somos igual de culpables. Todos queremos consumir más, todos queremos ser ricos, todos vamos de fósil. Así que la atmósfera es víctima de una especie de “pecado original” compartido. Pero no. Lo que ocurre con el planeta es un crimen. Y la pregunta es, como en las obras de “serie negra”, a quién beneficia.

Hace años, en un debate de altura, Umberto Eco y Antonio Tabucchi discutieron sobre el compromiso intelectual a partir del símil de un incendio. Eco dijo con humor inteligente que lo que había que hacer ante el fuego era muy sencillo: llamar a los bomberos. Tabucchi, que tenía una ironía más “piel roja”, se preguntó: “¿Y qué pasa si no vienen los bomberos?”. Añadió: “También es fundamental por qué se inició el incendio, saber de dónde viene el fuego”.

El negacionismo no es una excentricidad, esa bobada de ser “políticamente incorrecto”, que es el trato que le dan en los medios de comunicación y en las redes quienes lo airean. Es algo más serio. El principio de un totalitarismo que se expande, en gran parte, por el vacío y el conformismo cultural. Estos días se celebra en Madrid la Cumbre sobre el Clima. En las noticias previas se habló mucho del coste para el Estado o de los beneficios hosteleros de este encuentro internacional. También se hablaba de la joven Greta, pero muy poco de su mensaje. Más que la “huella ecológica” parecía importar la “huella de la celebrity”. Por su parte, nuestros cráneos privilegiados seguían con sus obsesiones domésticas. El apocalipsis, para ellos, empieza en los Pirineos. Tengo la esperanza de que, por unos días, la conversación haya cambiado y se esté debatiendo el porqué del incendio global y de dónde viene el fuego.

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