Todo es una guerra por delegación
Hablamos de la democracia, del progreso y de los derechos, pero lo que de verdad importa es quién gana la discusión en la sobremesa o la red
Vamos a considerar tres casos.
Un presidente que llega al poder impulsado por la promesa de combatir una desigualdad relacionada con la raza. Emprende acciones discutibles desde el punto de vista de la democracia: acumular poderes, tratar de extender su mandato, controlar el sistema judicial y trampear el proceso electoral. Su partida era para algunos el desalojo de un tirano. Para otros, un golpe de Estado.
Una novelista obtiene el Premio Nacional de Literatura y hace unas declaraciones antisistema y punk. Para algunos es un ejemplo de autenticidad. Para otros, de frivolidad e irresponsabilidad. Algunos, que van por los museos escandalizándose de que los creadores del pasado tuvieran ideas que ahora nos parecen lejanas o repugnantes, y que piden reevaluar la historia del arte según la ideología de moda de esta semana, elogian la osadía de ese pensamiento supuestamente crítico; al mismo tiempo, y sin que les importe la contradicción, defienden la distancia entre novelista y novela. Otros, que suelen proclamar la necesidad de separar al creador de la obra, o que señalan que las relaciones entre uno y otro son complicadas y variables, condenan a la escritora por sus opiniones. Sus puntos de vista políticos justifican la demolición de su trabajo literario.
Un tribunal emite una sentencia sobre una multimillonaria trama de corrupción en un partido político. Pronto, la discusión ya no gira en torno a los hechos, sino en torno a sus efectos. Se establecen gradaciones novedosas y comparaciones espurias, y se debate si el desvío es mejor o peor que el robo, o la financiación ilegal de un partido político más o menos inmoral que el clientelismo.
Son un asunto de política internacional, una discusión sobre la relación entre la cultura y la política, y una polémica sobre la corrupción. Los hechos no se valoran en sus propios términos, ni pensamos en las consecuencias que tienen sobre sus protagonistas o sus afectados. Hablamos de la democracia, del progreso y de los derechos, pero lo que de verdad importa es quién gana la discusión en la sobremesa o la Red, y nunca creemos que gane alguien que piensa de otra forma que nosotros. Son batallas más o menos cruentas en una guerra proxy, por delegación. A veces sabemos que somos combatientes, pero con mucha frecuencia no nos damos cuenta de que la posición y el frente son una cuestión de azar. @gascondaniel
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