Joyas de porcelana, madera, ganchillo e impresas en 3D
Helena Rohner deslumbró como joyera introduciendo la cerámica como material protagonista. Después vendrían la madera y hasta el ganchillo. Ahora le toca el turno a la impresión 3D. En alianza con el estudio bilbaíno Comme des Machines, diseña el futuro del oficio con piezas tan bellas como sostenibles.
Helena Rohner es pequeña y exquisita como sus joyas. Y al igual que ellas, tras una apariencia serena y sencilla esconde un espíritu inconformista y “rebelde”. El mismo que define sus 25 años de carrera y una de las marcas de autor más sólidas, longevas e internacionales del diseño español. Sus creaciones se venden de Nueva York a Tokio y están presentes, entre otras, en todas las boutiques del británico Paul Smith. Se trata, en definitiva, de una rara avis dentro de un sector —el patrio— cuya historia reciente está jalonada por grandes promesas incumplidas, estrellas fulgurantes devenidas en agujeros negros y concursos de acreedores.
Su secreto ha consistido en avanzar “sutil pero tenaz” —como le insistía su padre, un empresario suizo— y hacerlo por caminos intransitados y, a veces, un tanto temerarios. Rohner empezó introduciendo la porcelana en la joyería —“la gente pensaba que se rompería”—; después vendrían la madera y el ganchillo, y ahora, las piezas impresas en 3D. Para esta nueva aventura, esta canaria de 51 años ha decidido aliarse con los no menos inquietos y valientes Comme des Machines, una joven empresa de Bizkaia pionera en la transformación digital de la industria textil y fundada en 2012 por Aran Azkarate, Andrés Iglesia, Joan Mikel Azkarate, Suso León, Álex Arriola y la actual directora del Museo de la Moda de París, Miren Arzalluz, que hoy no forma parte de la empresa, pero sigue vinculada a algunos proyectos.
Juntos abanderan lo que han dado en llamar artesanía digital, una alternativa de futuro —en términos de sostenibilidad y negocio— que, en sus manos y máquinas, ha demostrado tener tanto potencial creativo como comercial. Aunque para llegar a este punto hayan sido —y aún sean— necesarias altas dosis de paciencia, osadía y tolerancia a la frustración.
Rohner y Comme des Machines llevan dos años desafiando los límites del 3D y los prejuicios del mercado frente a esta herramienta. “Lo primero que dice la gente es: ‘Esto es plástico, no es una joya”, cuenta la diseñadora. Entre sus dedos sujeta un pendiente formado por dos esferas huecas y traslúcidas que parecen caramelos. Son bellos, muy ligeros y sostenibles, aunque —como le gusta subrayar— esta última cualidad no es el motor de su trabajo. “Mucha gente diseña para poder subirse a la corriente verde que está tan de moda. Pero yo quería hacer algo bonito, válido y que además fuese respetuoso con el medio ambiente. Para mí, es importante darle valor al material una vez que te ha atraído”.
Rohner es la clienta más “moderna” del estudio de impresión 3D. La que les obliga a avanzar e inventar nuevas fórmulas
El que conforma los pendientes —y casi la mitad de su actual producción— se ha llamado PLA: un biopolímero vegetal elaborado con dextrosa (azúcar) extraída de productos como el maíz, la remolacha o el trigo y que es biodegradable. “Lo que no significa que se te vaya a biodegradar encima, como me preguntan algunos clientes”, se ríe Rohner. Todos tranquilos: los collares no se derriten sin previo aviso sobre su propietario. Pueden descomponerse para luego reutilizar el material, pero solo si así se desea y tras someterlos a determinados procesos. Poco a poco, la labor pedagógica de Rohner ha ido derribando falsos mitos. “Especialmente a las nuevas generaciones, pero cada vez más a todos, nos interesa saber de dónde proviene lo que compramos. Es genial ver a una señora de 80 años con sus pendientes de perlas y orgullosa de su collar de polímero que no pesa nada”.
La joyera nos ha reunido en el salón de su casa de Madrid; un espacio acogedor, con enormes ventanales, techos altos y unos pocos muebles que atesoran mucha historia. Encima de la mesa que preside la habitación reposa una fina barra de metal anudada. Sola sobre la madera, con sus formas orgánicas, no parece lo que en realidad es: un prodigio de la tecnología. Se trata de una pulsera de latón terminado en polímero. Y no ha sido forjada ni esculpida, sino impresa dentro de un molde biosoluble que, una vez finalizado el proceso, se ha diluido con agua para revelar su escultórico contenido. “Siempre necesitas un punto de apoyo para imprimir, y en el caso de una joya como esta, que tiene una forma curva, hay que crearlo artificialmente”, explica Aran Azkarate, fundadora de Comme des Machines.
“Mucha gente piensa que el 3D es como una Thermomix: programas anillo y sale, pero no”. En realidad, su mecanismo se parece más al de una manga pastelera, explica. Se funde el polímero y con él se dibujan los productos capa a capa mientras unos ventiladores las van secando. “Si lo piensas, tiene mucho de artesanía. Nos pasamos el día hackeando las máquinas porque no están preparadas para hacer lo que queremos o lo que nos pide Helena, que es, básicamente, un imposible en cada pieza”, bromea Azkarate. Asegura que la creadora canaria es su clienta más vanguardista y “moderna”, la que les obliga a avanzar e inventar nuevas fórmulas para hacer realidad sus ideas. Soluciones técnicas surgidas de un diálogo constante entre joyera y fabricantes, de las que luego pueden beneficiarse otras marcas con las que trabaja Comme des Machines como Nike, Moisés Nieto o Palomo Spain. Porque la evolución del 3D es imparable y vertiginosa. Hace dos años, Rohner les pidió que fabricasen unas bolas de textura rugosa inspiradas en botones de Balenciaga. Entonces, las máquinas aún no eran capaces de imprimir una esfera completa. “Hicimos dos mitades y las unimos con metal”, recuerda Azkarate. Hoy pueden imprimir varios materiales a la vez.
Fue esa capacidad de experimentación y la libertad creativa que permitía lo primero que atrajo a Rohner cuando, hace tres años, contactó con los bilbaínos a través de Instagram. La joyera es, de nuevo, una de las pocas diseñadoras españolas consagradas que colabora recurrentemente con nuevos talentos: desde los también joyeros Andrés Gallardo —fue una de las primeras en apoyarlos— hasta el malogrado David Delfín.
“Diseñar y tener que limitarte a la forma en la que ya están talladas las piedras es frustrante. Pero con la tecnología de Comme des Machines puedo darles la que yo quiero y la que mejor se amolde a mi lenguaje”, y luego incorporarlas como un material más, “honrando siempre su valor”, a las colecciones, donde se trabajan artesanalmente junto a gemas semipreciosas, oro y plata. “Se da una bonita comunión de oficios nuevos y viejos”, resume Azkarate. En ciertos aspectos, el trabajo manual que se realiza en el taller de Rohner y la fabricación 3D de Comme des Machines se parecen más de lo que cabría esperar. Ambos defienden y representan un sistema de producción en las antípodas de la economía de escala y mucho más sostenible, no solo porque emplean materiales biodegradables, sino también porque son capaces de ajustar el número de unidades que fabrican al que realmente se necesita. Así, consiguen no acumular las ingentes cantidades de stocks que la industria tradicional genera, lo que supone un importante ahorro de recursos naturales y energéticos, pero también económicos: el argumento que más rápido y mejor despierta la conciencia ecológica en pequeños y grandes empresarios.
“En la impresión 3D es posible fabricar sin mínimos. Helena hace las cuentas que quiere, ni una más. No compra sobre un muestrario que ya está hecho —como se suele hacer—, ni a un proveedor que no te sirve menos de 50.000 unidades, cuando sabes que como mucho esta temporada utilizarás 20.000, con lo que te ves forzada a emplearlas durante dos años más y, mientras tanto, a almacenarlas y transportarlas”, resume Azkarate. Rohner completa el retrato del sistema vigente: “A su vez, tu proveedor tiene que fabricar muchas más que esas 50.000 unidades y vendérselas a otro joyero para que el proceso sea rentable”.
La impresión 3D permite además responder con flexibilidad y rapidez a la personalización que exige el mercado. “Si uno de mis compradores japoneses quiere un modelo de collar en otro color, puedo hacerlo sin grandes esperas, y eso les hace sentir que forman parte del proceso creativo, algo que cada vez se valora más. Porque el futuro será sostenible y personalizado o no será”.
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