La clave de por qué un delfín vive 17 años y un humano 90
Científicos españoles describen un mecanismo molecular que predice cuántos años vivirá una especie
La vida media de un ratón son dos años, la de un humano 90, la de un delfín 17. Nadie sabe muy bien por qué. Hasta ahora se han estudiado factores como el tamaño corporal —los animales más grandes tienden a vivir más— o el ritmo cardiaco y el metabolismo. Ahora, un equipo de investigadores españoles dice haber encontrado otro factor que predice con más precisión lo larga o corta que será la vida de una especie. La clave está en los telómeros que hay en el núcleo de cada una de las células de un ser vivo.
“Hemos descubierto que solo sabiendo la velocidad a la que se acortan los telómeros podemos predecir con gran fiabilidad la longevidad de una especie”, explica María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y principal autora del estudio, publicado este lunes en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU.
Los telómeros son un elemento protector de los cromosomas, las estructuras fundamentales que almacenan y conservan la información genética que un individuo necesita para vivir. Cada vez que una de sus células se divide para generar una hija, los telómeros se hacen un poquito más cortos. El acortamiento exagerado de estas cintas protectoras está asociado a enfermedades y envejecimiento prematuro.
Todo cuadraría si no fuese por un hecho que hasta ahora no tenía explicación: tener los telómeros muy largos no está asociado con una vida más larga. Los telómeros en cada una de las células de un ratón miden cinco centímetros, mientras los de los humanos apenas 4,3 milímetros, explica Blasco. Sin embargo, los humanos vivimos 30 veces más.
"Estamos ante uno de los determinantes de la longevidad que probablemente sea universal", dice María Blasco
El equipo de Blasco ha comparado la velocidad de acortamiento de los telómeros en nueve especies de mamíferos y aves. Los investigadores han analizado especímenes de varias edades de cada una para calcular no la longitud de sus telómeros, sino la velocidad a la que se acortan con el paso del tiempo. Los resultados muestran que la rapidez con la que se consume este material genético predice los años de vida media de cada especie.
El trabajo detalla que los ratones pierden 7.000 pares de bases —unidades teloméricas— al año, mientras que en un humano la velocidad es 100 veces menor. El trabajo presenta una pirámide de esperanzas de vida conforme a la velocidad de degradación de los telómeros que está coronada por los humanos, la especie analizada más longeva y la que tiene también menor velocidad de acortamiento. Le siguen los elefantes de Sumatra (60 años de vida media), flamencos (40), buitres leonados (37), gaviotas de Audouin (21), delfines (17), cabras (16), renos (15) y ratones (2), de largo los que más rápido consumen su material genético protector.
“Ningún estudio había analizado la velocidad de acortamiento en tantas especies como nosotros”, resalta Blasco, cuyo equipo se ha nutrido de muestras de sangre de animales del Zoo de Madrid, así como de sangre de gaviotas del delta del Ebro recogida por biólogos. “Estamos ante uno de los determinantes de la longevidad de las especies que probablemente sea universal, dado que está conservado desde mamíferos a aves”, resalta Blasco, que también dirige el grupo de telómeros y telomerasa del CNIO.
Los científicos llevan décadas buscando claves genéticas y ambientales de longevidades humanas extraordinarias, como la de Jean Calment, la humana que ha vivido más años (122), o animales, como la de la almeja de Islandia (507). Joao Pedro de Magalhaes, investigador de la Universidad de Liverpool y especialista en estudiar los factores genéticos de la longevidad, opina que este “es un estudio muy interesante, aunque lo que a todos nos gustaría ver ahora es si se confirma en un mayor número de especies”. “Será especialmente interesante confirmar si animales que se salen de la norma por tener vidas excepcionalmente largas a pesar de ser pequeños, como algunos murciélagos, que llegan a los 40 años, o la rata topo calva, que vive 32 años, también pierden sus telómeros a cámara lenta”, añade.
El investigador apunta otra importante pregunta por responder. “Por ahora, solo se ha demostrado que hay una correlación entre telómeros y longevidad, pero no causalidad. Puede que esta nueva clave sea una causa del envejecimiento prematuro o solo una consecuencia de este, como el pelo canoso. Por eso este trabajo abre un nuevo ámbito de estudio interesante”, señala.
En 2009, Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak ganaron el Nobel de Medicina por descubrir los telómeros y la telomerasa, la proteína que los reconstruye cuando estos se han quedado demasiado cortos. Pero alargar los telómeros o frenar su deterioro puede tener efectos secundarios muy peligrosos, por lo que "por ahora no hay ni un solo fármaco basado en este mecanismo molecular que haya demostrado ser efectivo ni seguro”, explicaba la propia Blackburn el año pasado a EL PAÍS. Su consejo para reducir el impacto de los factores externos en los telómeros es sencillo: “duerme bien, come bien, ten una buena actitud, no fumes, no bebas demasiado, come una dieta mediterránea y haz ejercicio”.
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