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El pueblo que por fin entiende sus documentos

Perú trata de lograr la identificación del 100% de sus habitantes con la modernización del registro civil y los impresos bilingües

María Elena Yparraguirre acude al registro de Chetilla (Cajamarca, Perú) a inscribir el fallecimiento de su madre.
María Elena Yparraguirre acude al registro de Chetilla (Cajamarca, Perú) a inscribir el fallecimiento de su madre.PABLO LINDE
Pablo Linde
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Detrás de los momentos más importantes de la vida hay un papel. Uno que certifica el nacimiento, el matrimonio o la muerte. Claro que se puede venir al mundo, casarse y fallecer sin él, pero oficialmente será como si nada hubiera sucedido; se pierde el acceso a la ciudadanía y los derechos que vienen con ella. “La partida de nacimiento es la mamá del DNI y, este, la puerta de acceso a la salud, la educación, a comprar una tierrita”, resume Carlos Reyna, gerente de Restitución de la Identidad y Apoyo Social del Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec) de Perú.

La gris burocracia del registro civil va de la mano del pálpito de la vida. O de su final. Tras los cánticos en la iglesia, una veintena de vecinos de Chetilla (5.000 habitantes), una población andina del departamento peruano de Cajamarca, preparan comida y gaseosas para despedir a una difunta. Al mismo tiempo, en las oficinas de Reniec, a pocos metros, las ropas coloridas que suele vestir María Elena Yparraguirre se han convertido hoy en negras. Va a inscribir el fallecimiento de su “madrecita”, que a los 80 años ha abandonado el pueblo donde vivió, uno de indígenas quechuas, agrícola, que pese a estar a poco más de 40 kilómetros de la capital departamental, requiere para llegar un recorrido de más de dos horas por un camino sin asfaltar.

Desde 2017, los documentos que certifican nacimientos, muertes y casamientos son bilingües. En un pueblo quechuahablante, que en la mayoría de los casos no entiende bien (o casi nada) el castellano, los vecinos llevaban décadas firmando papeles que no entendían ni siquiera muchos de los que sabían leer.

En Perú, las tasas de indocumentación bajan del 1%, pero hay lugares aislados donde superan el 5%

En América Latina, alrededor de 25 millones de personas tienen como lengua materna una de las alrededor de 500 originarias que todavía se usan en el continente. En Perú perviven 43, que usan unos siete millones de hablantes. Con frecuencia ninguneadas, menospreciadas o relegadas al plano familiar, su incursión en los registros oficiales es, más allá de una prestación pública, una forma de reconocimiento. El país comenzó a implantarlo en 2014 con cuatro objetivos declarados: “Respetar la diversidad, brindar mejor servicio, reducir la tasa de errores y mejorar la calidad de vida”. Para Yparraguirre, leer los papeles en la única lengua que hablaba su madre es una forma de “mantener la cultura y que no se pierda la identidad”, más allá de que ella también se maneja en castellano.

Los registros bilingües son parte de las medidas que el Reniec está desarrollando para acercar la administración a los ciudadanos con la financiación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID): 50 millones de dólares que se suman a otros 30 que aporta el país. Con este dinero están informatizando trámites que hasta ahora se hacían en papel y llevando tablets conectadas a lugares remotos para poder terminarlos al instante. De lo contrario, se demoraban días entre que el funcionario recogía los datos, se llevaban a Lima, se validaban y se volvía a contactar con el ciudadano. Esto propiciaba más errores y la posibilidad de que no se completasen los registros.

La falta la partida de nacimiento, “la mamá” de todos los demás documentos que una persona tiene a lo largo de su vida, es uno de los grandes obstáculos en el mundo en desarrollo. Se estima que 650 menores de 16 años carecen de este papel. Oficialmente no existen. Como reflexionaba en un reportaje en Planeta Futuro Irina Dincu, experta del Centro de Excelencia para Sistemas de Registro Civil y Estadísticas Vitales, conocer la estructura de la población es una de las funciones administrativas básicas de un Estado. “¿Si no sabes quiénes son tus ciudadanos, cómo vas a diseñar políticas y canalizar inversiones?”, se preguntaba. En esto mismo incide César Rivera, especialista en Modernización del Estado del BID, quien resalta la importancia de la digitalización del sistema: “Permite a Perú acercarse al futuro; para transitar por el mundo digital tienes que dar el primer paso y ese es en el propio nacimiento, en el registro”.

Un funcionario muestra un acta de defunción en castellano y en quechua.
Un funcionario muestra un acta de defunción en castellano y en quechua.P. L.

Las medidas de modernización han logrado bajar las tasas de indocumentación por debajo del 2% en el país, pero como explica Reyna, existe una gran desigualdad. “Tenemos zonas económicamente muy diferentes, indígenas, aisladas, en altura, donde esta tasa puede superar el 5%, que para nosotros es un pecado”, confiesa. Con el programa bilingüe, la informatización de los registros más remotos y las tablets —que acaban de completar una primera fase de pruebas— quieren cerrar esta última brecha.

“Ahora todo es más rápido, si alguien migra puede ver sus registros en otras oficinas, algo que antes no pasaba”, explica Martín Alfonso, que es registrador en Paltapampa, un poblado que está a unos 20 minutos de Chetilla. Cuenta que su trabajo, más allá de quedarse esperando a que los vecinos acudan, es ir donde ellos viven a acercar los trámites. “Intentamos trasladarles la importancia de tener una identidad, que muchas veces no es muy valorada por aquí”, asegura.

El registro es a menudo la única comunicación entre el Estado y los ciudadanos de las zonas más remotas. “En lugares donde tradicionalmente ha faltado institucionalidad, conseguimos que vean que, a pesar de las limitaciones, el sistema funciona y está ahí. Esto tiene mayores connotaciones”, subraya César Mendoza, gerente general de Reniec, quien ve en estos avances aparentemente burocráticos una forma de aumentar la equidad.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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