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Columna
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Advenedizos y estirpes en la política griega

Alexis Tsipras contra Kyriakos Mitsotakis. No ha sido solo una batalla política de izquierdas y derechas, entre nuevos profesionales emergentes y eso que llamamos 'establishment'

Xavier Vidal-Folch
El líder conservador Kyriakos Mitsotakis vota este domingo en Atenas.
El líder conservador Kyriakos Mitsotakis vota este domingo en Atenas. EFE

Alexis Tsipras contra Kyriakos Mitsotakis. No ha sido solo una batalla política de izquierdas y derechas, entre nuevos profesionales emergentes y eso que llamamos establishment.También de advenedizos y estirpes históricas.

Cuidado con la mueca desdeñosa de los instalados desde siempre hacia los parvenus. Pues al inicio de sus estirpes hubo siempre un recién llegado, triunfante en las armas, las letras, el comercio o la política.

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Yorgos Papandreu es hijo de Andreas, primer ministro socialista y nieto de un político liberal. El padre de Mitsotakis, Constantinos, fue también primer ministro. Y cuenta entre sus ascendientes al legendario Eleftherios Venizelos, el gobernante que acabó con el Imperio Otomano (1897) en Creta, y la unió (1913) a la nueva Hélade, también retroabuelo de otro político socialista.

La permanencia de las élites a través de algunos apellidos no es cosa únicamente griega. Se da incluso en estructuras políticas tan abiertas y dinámicas, vertiginosas, como la de EE UU, los Kennedy. Pero ese caso, notorio, es bastante marginal. El fenómeno suele relacionarse más bien con la trabazón de las élites, la concentración de la riqueza, la escasa valoración de la meritocracia y la consiguiente lentitud del ascensor social.

El ejemplo paradigmático es el del patriciado de Venecia. Durante más de diez siglos, unas pocas docenas de familias se repartieron el cargo de Dux, esa suerte de monarca sin corona, electivo/censitario: los Loredan, los Dandolo, los Contarini, los Tiépolo o los Mocénigo son los más notorios. Su permanencia secular en el poder dio estabilidad a la Serenísima pero la petrificó. Y al primer envite de Napoleón Bonaparte, se desplomó.

Entre nosotros ha sido descrita, y muy novelada, la historia de la élite burguesa vasca: el potente grupo de Neguri (Ybarra y Gandarias y Arresti, Ampuero o Lequerica...), hoy disperso y deshilachado. Y la tambaleante catalana (las 400 familias que “siempre somos los mismos”, según decía Félix Millet), encabezadas por una variante de los condottieri Agnelli: los Güell.

Pero está pendiente una historia completa de la española. Esa élite con más aristas que lo económico y financiero. Más entreverada de títulos, políticos, grandes cuerpos, diplomáticos y príncipes de la Iglesia: los Merry del Val y los Benavides, los Arauz de Robles y los Espinosa y los Bustelo, los Figueroa, los Gómez-Acebo y los Argüelles. Son ayer gobierno. Hoy, sottogoverno. Mañana, suma y sigue. Los árboles de hoja perenne del Estado.

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